Un mamífero
perfecto.
El niño de
mis ojos.
Que sigue mi
estela.
A veces los hijos
se nos parecen,
decía, Serrat.
En el gesto
remoto.
En la rabia
y el llanto.
En su lucha,
en su desidia.
Quiero al
animal de mis
entrañas, con su
resplandeciente
sonrisa.
No heredes la
tristeza.
No te quedes con el gen
del infortunio.
Vuela, mamífero
perfecto.
Escapa, escápate del
miedo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo en cambio a veces invoco a san Herodes. Hace dos o tres post puse unas fotos de mis nenes para que lo entiendas.
ResponderEliminarBienvenida después del mes de agosto, campeona.
ResponderEliminarBesitos.
Los últimos ocho versos, el mejor deseo que puede pedirse para alguien nuevo. Me los quedo también para mí, a ver si me libro del gen del infortunio. Muy bello.
ResponderEliminar(Salud)os!
He llegado a tu blog por casualidad y me ha encantado...permitemé sér una más de tus seguidores.
ResponderEliminarUn saludo
mamífero perfecto. Eso mola.
ResponderEliminarA veces sí, invocarías a Herodes; pero pronto se te van las ganas, por lo menos a mí, que me dan gustos y disgustos por igual. Y en eso los muy taimados se turnan, que parece que se pongan de acuerdo, para que no pueda salir del asombro ni entrar en el aburrimiento.
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