lunes, julio 28, 2014

Agua





Friego los platos con mi bikini negro. Tiene unas cuantas temporadas pero me encanta. Es semi-tanga por detrás y deja ver el trozo justo de culo para darle una forma redondeada, suave. Me salpica el agua sobre el ombligo. Son pocos vasos me digo. Pero entonces llegas tú. Te colocas justo detrás. Susurras mi nombre en el oído y comienzas a meter tu mano delante de la pieza delantera del bikini. La otra se escapa hasta el pubis. "Cómo se puede ser tan sexy en una cocina". Me besas el cuello. Sabes lo que me gusta. Aprendes rápido. 

Yo sigo a lo mío, intentando no inmutarme pero una pequeña inundación se abre entre mis piernas. Siempre es así contigo. Es el amor, me digo. Tanto amor, que soy un río que corre caudaloso, libre hacia ti. Me mantengo firme, a pesar de que tus besos se pasean por mis brazos, por el hueco justo entre el cuello y el esternón. Y el agua sigue corriendo, fregadero abajo. Y yo, inmovilizada. Recuerdo aquella escena de El Paciente inglés cuando acaricias esa parte de mi anatomía. Escotadura supraesternal, se llama. Te lo aclaro entre suspiros. Mi respiración comienza a entrecortarse. Volverás a dejarme sin aliento, muerta de sed y le seguirá esa otra sed. Más sed de tu boca, de tus manos, de ti. "Tu boca me vuelve loca". Te canto nuestro tonto pareado.

Me das la vuelta. Cierras el grifo: "¿Qué es eso de malgastar el agua?". "En El paciente inglés el protagonista bautiza esa parte del cuerpo como el Bósforo de Almasy", te sigo explicando. Tus labios me vuelven a callar y tu mano dibuja, se recrea en ese triángulo que palpita como tu  sexo, como el mío. Abro mis labios. Abro mi cuerpo. Nuestras lenguas juegan una danza muy húmeda y siento tu miembro dispuesto para mi, como siempre. 
La sonrisa cómplice, nuestra sonrisa, nuestras sonrisas. Agarras mi culo. "Este culo, qué culo", exclamas en voz alta.


Mis manos dibujan tu torso, levanto la camiseta y la lengua se pasea alrededor de tus pezones. Erizo tu piel. Me liberas de la parte alta del bikini. Y comes de mi pecho. Y ya no me dejas seguir. Me invades. Eres un colonizador muy hábil. Me rindo sin demasiada lucha. Y bajas hasta mi pubis y lo llenas con esa dulzura tan propia de ti. Me miras desde abajo con picardía. Tiemblo entera. Pero quiero ver tu cara, tus ojos verde turbio frente a los míos. El sabor de mi amor en tu boca. Qué rico es todo esto. Te digo.

Me elevas en brazos, me colocas sobre el fregadero. Se quiere clavar el grifo en mi espalda pero logramos esquivarlo. Igual que esquivamos los miedos, igual que esquivamos las ocupaciones, los quehaceres para encontrar nuestros momentos. Estos momentos que nos dan la vida. Y me follas muy despacio. Es delicioso. Me fijo en tus fuertes hombros.  Mi boca se amarra a tu cuello. Es una tabla fuerte, preciosa, a la que me aso antes de naufragarte y naufragarme. Me contraigo por dentro. Te atrapo por dentro y suspiras tú. Te abandonas tú. Es una espiral de placer y belleza. Me sorprende lo guapo que eres. Me sorprende que tú me sientas tan especial. Y que no pares de alabar mi anatomía.


Sin querer, el grifo vuelve a abrirse. "¿Qué es eso de malgastar agua?", te digo

Alejandro Fernández. Tan bello, tan frío



Alejandro Fernández es tan impecable que le cuesta emocionar y emocionarse. Es un cantante elegante, comedido, perfeccionista. Sinceramente, eché de menos algo más de pasión en el escenario porque cuando uno va a un concierto de un artista mexicano espera eso: sol, alma, pureza. Y sí que había de todo eso, todo cuidado al máximo detalle. Los retroproyectores con imágenes de vaqueros y mariachis, el imponente escenario móvil, las pantallas gigantescas que nos devolvían a este hombre guapo, de aspecto extremadamente cuidado, con su barba de tres días y esa percha de impresión. Pero, a lo que iba, era como una fiesta de músicos donde se divirtiese él sólo. Sus dos pinganillos eran suficiente para él. Para mi no. Eso sí, todo irreprochable, de una perfección algo fría. Ah, y esa chaqueta gris del comienzo, lo peor del mundo: horrorosa, horrorosa.

Es inevitable comparar a Alejandro Fernández con Luis Miguel. Ambos son dos grandes artistas pero el segundo siempre mucho más. Y, personalmente, aunque no sienta mucha simpatía por ninguno de los dos, Luis Miguel siempre me ha emocionado en los conciertos. Traspasa la batería, está más vivo, se entrega. Alejandro es otro estilo. Desde luego, viste el charro mexicano como nadie. Es imposible tener más apostura en un escenario. Todo él era una estampa sobresaliente pero, volvemos a lo mismo, algo fría.

El show en sí, no decepciona. Las versiones de Nino Bravo, de Julio Iglesias y de Miguel Gallardo fueron de lo mejor de la noche. El sólo de trompeta del brillante Isidro Martínez Villanueva (Gracias a Marta Barbón Suárez por la aclaración) en “Abrázame” uno  de los mejores momentos del concierto. El pequeño acústico que se marcó con sus grandes éxitos, también y, por supuesto el imponente mariachi. Ellos pusieron la pasión, el ardor que le faltó al potrillo de México.

Se me ocurren varias cosas al hilo de este concierto y otros similares. No entiendo por qué hay que presenciar estos shows de pie. Este tipo de recitales de artistas que no dejan de ser cantantes melódicos es para verlos sentados. No entiendo por qué no estaban abiertos todos los aseos portátiles (imagino que porque había bastante menos gente de la esperada). Esa zona vip casi desierta que alejó al artista del público general me pareció un detalle feo. No me gustó nada. Así como algunas de las fans de AF, qué poca clase.

Me gustaría pensar que el artista no pasa por un buen momento porque es una pena que esa voz aterciopelada y perfecta, que esa puesta en escena y esa galanura se queden siempre detrás de las bambalinas.  A Alejandro Fernández lo he notado muy paradito, inflexible, extremadamente profesional. A ratos, un poco zombie ¿Qué es eso de no quitarse ese espanto de chaqueta durante medio concierto con el tremendo calor que hacía?
Como dice una amiga, lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y este es un ejemplo clarísimo.
¿He dicho que el montaje del escenario era espectacular?

domingo, julio 27, 2014

Dormir contigo



Una pareja alcanza cierto grado de madurez cuando dejas de oír roncar al otro. ¿Pero yo ronco?, te preguntarás clavando tu pupila en mi pupila del color de la Coca-Cola: pues sí, creo que todos lo hacemos. Dormir en sí tiene poco de sexy. Se nos abre la boca, se nos cae la baba, hablamos en sueños,  pataleamos. Mucho peor son esos que duermen boca arriba y no se cantean un milímetro en horas.

Cierto, si de pronto un día te despiertas con frío, ganas de ternuras o de sensaciones más fuertes, ahí tienes otro cuerpo, dispuesto para ti pero ya sabes que el aliento no olerá a brisa marina precisamente. El ser humano es así de asquerosillo.

Dicen los expertos que hay que dormir desnudos.  ¡Hala, que corra el aire! Los espermatozoides estarán más contentos y nosotras tendremos menos bacterias. Además, evitar temperaturas muy altas favorece la producción de melatonina, hormona de la juventud, y de la HGH, esencial para la reparación ósea y muscular. También se elevan nuestros niveles de cortisol, lo que ayuda a regular la tendencia a aumentar de peso y el envejecimiento.

Bajo mi punto de vista, dormir desnudo es algo muy sensual. Notas tu cuerpo, notas el roce con las sábanas y predispone a un despertar de los sentidos. Esto no lo dice ningún estudio, lo digo yo y quizá sea una apreciación subjetiva pero aquellos que amamos los olores, la dicha de tocar, morder y arañar, hallamos un placer único en ese órgano sexual que es toda nuestra piel. Estar en la cama sin ropa es otro placer más.  Por eso también huyo lo que puedo de las fibras sintéticas. Ahí estamos, en la plenitud de nuestros años pero rodeados de felpas, acrílicos y lycras. No, hombre, no.


Lo de "dormir contigo" tiene su gracia.  Es encantador acompasar tu respiración a la del otro pero llega un momento en que te hormiguean los brazos, el otro se duerme como un tronco, pesa como un tronco y acaba, sí, roncando como un tronco maléfico en tu oreja. Fin de la estampa romántica.  Hay que estar muy tonto y enamorado para que todo eso no te importe. ¿Amor significa no escuchar los ronquidos? Probablemente.

Carrousel




Me inunda la mente
aquella luz anaranjada,
la estancia inocente,
el improvisado sofá-cama

La luz del mediodía que dibujaba
nuestras siluetas desde
la espalda.
Contornos de pasión, sudor.
Contornos de la dicha.
Tu amor, mi amor.


Me inundan la mente
tus palabras: diosa, me decías.
Feliz de volver a tu
volcán.
Me inundan la mente tus
sacudidas. Cuanto amor,
decías.

Los te adoro mutuos,
las locuras, los inventos,
la sed y el sueño.
Tus confidencias.
Eres tan sexy, me decías.
Eres un espectáculo.
Pero te da miedo decir
eres mía.

Me inundan la mente los besos,
tus besos, nuestros besos,
qué conjunción de maravilla.

Me inundas toda, al pensar
en ti. En la mañana, cuando paseo
a solas, cerca del mar.
Tan llena, sí.
Ruedo en el carrousel de tus días.

Me inundan las risas, nuestras risas.
Las confidencias, las caricias.


Pienso en tus miradas una vez saciado.
Nuestros abrazos. La verdad preciosa
de las almas.
Este carrousel de delicias

La felicidad existe.


La felicidad es frágil, lo sabemos.
No pensemos en ello,corazón,
no pensemos en ello.

Me vuelves loco, me decías.

Y tiemblo al recordar cómo te
vaciaste, cómo te entregaste,
como subiste conmigo al
carrousel de la vida.


martes, julio 15, 2014

Demencial





Mi educación sentimental
algo demencial
Mi educación sentimental
tus canciones
mis miedos,
mis miedos pretéritos que
fulminaste
con el veneno de los
besos y la tiranía
de la piel.

Ahora soy la loca
que nada teme.
Que muere por la
boca y el placer.

Ahora soy yo la
maestra
de tu escuela,
de tus errores,
de tus locuras,
de tus reproches.

Aprendí a callar
Aprendí el perfecto
papel.
La musa intocable
La luna sin olor
Pero luego humana
y salvaje,
dominatrix y sumisa
en tus brazos.

El perfecto papel

Tú y yo algo demencial.

Una escuela que descubrió
lo mejor de mi.
Lo peor.
A veces dudo si queda algo
de esa buena chica
que conociste hace algunos
años.
Aquella que te besó en portales,
estaciones de tren. Que paseó
contigo del brazo al otro
lado del mundo.
Extraña pareja.
Demencial pareja.
Qué queda de ti en mi.
Qué queda de mi sin ti.

Tuvo que llegar un guerrero
para devolverme a mi propia
realidad tan intoxicada de la tuya.

Pero el guerrero se confunde.
Necesita la brújula del verbo.
Necesita más piel, más carne
con carne.

A veces le temo pero muchas
veces siento una ternura infinita,
una piedad justificada.
Cómo no estar confundido
¿Quién soy en verdad?
Acaso ni yo misma lo sepa

domingo, julio 13, 2014

Parejas reales



Ralph Fiennes encarnando a Dickens en la película que dirige y protagoniza: "Una mujer invisible"






John y John y Bessette, una pareja para la historia (trágica)


Hay parejas tan hermosas que uno hasta agradece (literariamente hablando) que muriesen jóvenes.   No me malinterpretéis, no soy una coleccionista de cadáveres pero, sin duda, hay historias de amor que superan la barrera del tiempo porque sus cónyuges se fueron juntos y jóvenes. Es el caso de la atractiva pareja que hacían John-John Kennedy y Carolyn Bessette. Esta semana se cumplen 15 años del trágico accidente en avioneta que terminó con la vida de ambos. Quedaron sepultados bajo el agua en la Playa Philbin de Martha’s Vineyard. Cuando los encontraron, paradójicamente, aún llevaban el cinturón de seguridad puesto.

De haber seguido con vida, probablemente, John-John habría completado su estela de rubias, propia de la legendaria y atribulada saga de los Kennedy, y Carolyn  sería una chica divorciada más. Su matrimonio ya entonces se tambaleaba.

Sin embargo, hay otros romances a los que el paso del tiempo hizo grandes. Para ello no fue necesaria la muerte de nadie. Lo único importante en estos casos es el valor de lo extraordinario. Como extraordinaria fue la decisión de Charles Dickens de abandonar diez hijos y esposa en plena época victoriana y en su mayor momento de popularidad. El motivo: una joven actriz, Nelly Ternan, que supo encender la pasión de Dickens hasta casi hacerle perder la cabeza. Pronto podremos ver en las pantallas “La mujer invisible”, película que se adentra en este laberinto, dirigida y protagonizada por Ralph Fiennes y basada en la novela del mismo título, escrita por Claire Tomalin.

La literatura dentro de la literatura enaltece este romance y nos muestra la peculiar personalidad de Dickens, un hombre hecho de la nada, que trabajó como sus niños esclavizados de Oliver Twist en una fábrica de betún.  De enorme vitalidad, pero también capaz de destilar cierta crueldad y dureza, Dickens no fue un autor maldito, todo lo contrario, era una celebritie de la época. Poco le importaron las consecuencias y “el qué dirán” de su decisión de abandonarlo todo por amor. Alguien quiso ver en esta historia la repetición de su relación platónica con su cuñada, que murió por una enfermedad fulminante de la noche a la mañana. Se dice que Dickens perdió la inspiración temporalmente tras este suceso y que llevó hasta su muerte el anillo de Mary. Así que, aquí tenemos de nuevo a la muerte que es la que, en definitiva, convierte en ideales pero también irreales los grandes amores.

Decía Dickens que "el corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico”. Con los tiempos que corren yo no sé vosotros pero me resulta extraordinario hallar a esos virtuosos de la vida. Los hay, quizá que sí, pero casi siempre sepultados entre toneladas de miedo, cerrazón, angustia y pudor.

Acaso Dickens se quedó enganchado a Mary porque el amor ideal es como un paraíso perdido al que regresar. Pero no olvidemos que era un creador y ese paraíso casi siempre existe sólo en la mente del autor y, como en el enamoramiento, otorga a seres humanos  de carne y hueso, virtudes que no le corresponden ni de lejos. Los escritores nos empeñamos en crear la vida, en inventarla. Como decía Matute, crear es vivir. La realidad nos la fabricamos. Pero no podemos inventar a alguien que ya es. Y es un error pensar que cambiará o querer transformarlo.


En cualquier caso, podemos agarrarnos a eso de la profecía autocumplida, y creer y esperar lo mejor de alguien a quien queremos pero apoyándole en su debilidad.  Quizá esta generosidad sea más valiosa que el amor. Quizá torne lo ideal en fecunda realidad.

domingo, julio 06, 2014

Mamading y otras modas estúpidas



Lo último en algunos locales turísticos de Palma de Mallorca consiste en chupar penes a cambio de barra libre durante una semana. La ceremonia se realiza en público. En medio del bar vemos a una rubia, presumiblemente británica, agachándose a lamer el aparato reproductor de alrededor de una veintena de machos que la sacan al ritmo de la música, copa en mano y riendo y comentando. Ella se afana con celeridad y hasta parece que se divierte.  Mátame camión.

No podemos caer más bajo.  No sólo me parece una vergüenza que un establecimiento público promueva esta tosca forma de mercadeo de la carne. Es que volvemos a lo de siempre. A que la mujer es la miss camiseta mojada, la que sirve de reclamo para llenar el garito del propietario  y  la que acaba sometida bajo la tiranía de 20 tristes pollas y total  ¿Para qué? ¿Alcohol gratis?  La imagen me repugna. Me repugnan ellos, me repugna la chica y me repugna este país que atrae este turismo hooligan y destructivo.

No nos paremos en consideraciones morales, quedémonos en esa tosca visión y en los peligros sanitarios que tiene para la chica ir chupando a diestro y siniestro.  En el video que hemos visto esta semana buena parte del país no distinguimos las caras de ellos, pero la de ella sí, la de ella está clara como el agua. Peor que la prostitución. Porque sí, es posible que ella  lo haga voluntariamente pero desde este lado nunca sabremos cuánto lleva metido para el cuerpo y las consecuencias posteriores que tendrá para la chica aparecer como protagonista de semejante disparate.

Por lo visto, esta moda se extiende a Barcelona y las autoridades del Gobierno Balear y Comunidad Catalana están tomando cartas en el asunto. Mi pregunta es ¿Tan poca imaginación tienen  los responsables de estos locales nocturnos? Porque me da igual que sea el mamading o el cunnilinguimg. La zafiedad es igual de terrible en ambos casos (aunque, por supuesto, ni se contempla tal posibilidad de que sean ellos los que se agachen a chupar aparatos reproductores femeninos). ¿Este es el turismo de calidad que pretendemos atraer? ¿Hordas de humanos que sólo persiguen beber hasta perder la cabeza, tirarse desde el balcón a las piscinas de los hoteles o practicar sexo sin ningún tipo de precaución?

Hace un par de días se abrió un debate en mi muro de Facebook sobre esta moda absurda y soez. No creo que sea nada generacional, ni tampoco  que tenga nada que ver con las llamadas comebolsas que la chupaban a cambio de una papela de cocaína. La degradación del yonqui no se convierte en espectáculo. La chica se podría humillar pero lo hacía en la intimidad.

Lo terrible de esto es que la degradación es un show, una atracción. Los clientes acuden a ver como una tía se rebaja a chupar 20 pollas a cambio de alcohol. La espectacularización del desperdicio. No es Pan y Circus. Es mierda con mierda.

Volviendo al tema turístico, este tipo de clientela es asidua de zonas como Magaluf. Lo sé bien porque una tía mía se dedicó durante años a la hostelería y hace ya 20 me hablaba de lo harta que estaba de toda la escoria de la Tatcher. Así los denominaba ella. Cuando entraba a las habitaciones podía encontrarse de todo: botellas, orines y excrementos desperdigados por la habitación y cuerpos desnudos deslavazados en las moquetas.  Por tanto, esto no es una moda, es una consecuencia y lo de venir a España a hacer locuras está más que institucionalizado. ¿De verdad ese es el turismo que queremos?


ADICTOS





Sergio fumaba mucho. Muchísimo. Se encadenaba a los paquetes de tabaco por no encadenarse a otras mujeres. Hubo una época en que lo hizo y las consecuencias fueron catastróficas. No había opción: si un día retomaba el firme propósito de dejar de fumar automáticamente pensaba en el sexo.  Pensaba en Lola. ¡Qué castigo de Dios conocerla! La odiaba, la temía. Estaba buena pero, por favor, qué peligrosa era. Podía derrumbar lo que tantos años le costó levantar. 

Los adictos se reconocen entre ellos. Se huelen, se atraen se desean. El sexo entre dos adictos es inconcebible para otro ser humano. No importa la edad, la situación sentimental. Se sacan las fuerzas de donde no las hay. Se echan de un manotazo todos los prejuicios. Se enganchan a un cuerpo como un yonqui a esa heroína. Y nada sabe mejor que un polvo salvaje entre dos adictos que se desean y descargan su furia y ansiedad en otro cuerpo. Un regalo para dar y para recibir.

Sergio coincidió con Lola en el ascensor de la empresa. Y eso que siempre bajaba a horas en las que sabía que ella ya habría marchado: “Me ha tocado adelantar un número de la revista de motor. Un rollo, chico”. Él la miraba con el deseo disparado. Lola siempre llevaba escotes, era una copa abierta a la vida. Era tan hermosa y chispeante. Sus ojos hablaban solos. Las manos bailaban a su compás. Sus hombros eran un pecado, una provocación. Cuando casi llegaban a la planta séptima, Sergio no pudo reprimir a sus manos que se posaron sobre la cintura y la cara de Lola. Ella despegó esas manos con suavidad y cariño. “Sergio, Sergio. Tanto te he esperado. Pero hoy ya no”. Ella le mostró un precioso añillo de compromiso.  Un diamante comprado en la 5ª Avenida nada menos. Sí, era de Tiffany’s. Y su prometido, el dueño de un equipo de fútbol, entre otras valiosas posesiones. También era un adicto, como ella, como Sergio. Pero en esta ocasión -- Lola narraba-- ambos se habían enganchado a un amor, primero  juguetón, luego chispeante, luego profundo. “Créeme, Sergio, si alguien me dice a estas alturas de mi vida que me iba a enamorar, me habría estado riendo un mes.Y, sobre todo, si alguien me dice que un millonario guapo, cachas, macizo y divorciado se iba a enamorar de  mi como lo está el pobre Ramón, me hubiese caído de espaldas. Esto ha sido un milagro. Gracias por evitarme todos estos años. Gracias por tantos golpes a mi moral y mi autoestima. Sí, Sergio, Gracias a ti he tenido paciencia para esperar a un hombre de verdad que lo ha dado todo por mi, sin pedirme nada. Al contrario. Por cierto, el mes que viene paso a dirigir tu revista que la ha comprado Ramón porque sabe que me encanta la cultura. Ah, y estás despedido”.