miércoles, febrero 24, 2016

Sexoficción

        

Bien, vale. Hemos llegado a ese punto en el que le damos a la pareja, al otro, a nuestro sexo, la importancia que le corresponde. Gozar porque sí es bueno. Fuera culpabilidades, fuera objetivos reproductores, fuera miedos. Entiendo que llegar ahí es complicado pero supongamos que lo hemos conseguido.


 Bien, ahora tenemos la segunda parte; la ciencia sexual y la neurología sexual intentan aportar y dar luz a las necesidades innatas del ser humano pero, a veces, nos obsesionamos tanto con lo bueno que es orgasmar y eyacular que se nos olvida lo fundamental. Y lo fundamental es gozar. Entender que el sexo no está sólo en los genitales. Ya sabéis, el sexo es la fiesta de la piel, de las palabras, del aire, de las fantasías, de los sueños, de los juegos, de los placeres conjugados: comer, oler, morder y arañar con todo y por todo. Multiplicarnos en toda nuestra sensualidad. 

 Mezclar el chocolate con los besos; la nata con las caricias y la miel... bueno, la miel mejor no que es demasiado pringosa. Da un poco de fatiga ¿verdad? ¿No podemos dejarnos llevar y ya está? Pues sí, claro que podemos. Es más, es aconsejable. Todo lo enumerado nos vale siempre que no nos estrese hasta el punto del colapso.

 Lo cierto y verdad es que esta sociedad nuestra tan competitiva nos obliga a ejercitar siempre el sexo más atlético, saludable, lujurioso y placentero del mundo. Y también el más original.

Me he quedado perpleja cuando he leído un texto científico donde se nos explica que las mujeres debemos orgasmar 12 veces por semana. De lo contrario, nuestro cuerpo envía señales al cerebro de que algo no va bien. ¡Por todos los dioses del Olimpo! Creo que no he orgasmado 12 veces por semana casi nunca. Vamos, es que contando y recontando, salimos a dos orgasmos diarios y los domingos descansamos. Vamos, que yo no tengo ninguna objeción. Es más, creo que lo podría cumplir fácilmente pero, seamos claros, esta sociedad nuestra tan competitiva también nos ocupa tantas horas al día en llegar a un mínimo satisfactorio laboral, educativo y deportivo que la mayoría de los humanos llegamos reventados al lecho.¿ Cuántos de ustedes piensan: "vaya, qué pereza, esta noche nos toca"? Ya lo decía mi amiga Carmen Posadas, algunas modalidades de sexo equivalen a picar piedra.

 La entiendo a la perfección. Hay otro peligro mayor. Es el que yo denomino "Sexoficción". El cine ha hecho mucho daño a las relaciones de pareja difundiendo falacias acerca del mito del amor romántico. Y, efectivamente, cuando nos enamoramos los besos son más besos pero nunca suenan violines y al que más y al que menos se le escapa un pedo en el momento más inoportuno. Peor aún es el porno.  Ay, el porno. Esos penes que en ocasiones parecen apéndices de un alien en vez de órganos delicados y sensibles.

Esos miembros cuya misión es taladrar oquedades y desparramar semen sin conmiseración. Esas películas absolutamente espantosas y que, por desgracia, suponen buena parte de la educación erótico-sentimental de muchos jóvenes, obsesionados por batir marcas, observarse viriles como Nacho Vidal y sentirse llenos en una nube de egocentrismo y narcisismo patológicos. Hermanos, antes de tomar el cilicio del 2016 y de los buenos propósitos, desde aquí os digo: fuera obligaciones. La cama, el lecho se hizo para el disfrute: para soñar y volar pero dejemos las cuentas atrás, los balances y los quema calorías para otros ámbitos. Eliminemos la palabra preliminar (¿Preliminar de qué?) y concedámonos ese momento cadencioso, armónico y rítmico para disfrutar de nuestro erotismo, como si todos nosotros fuésemos notas del bolero de Ravel.