Rita Hayworth en Gilda
Marlene Dietrich
Burt Lancaster
Paul Newman
Varguitas en Paris
Cortázar
Jane Fonda en su época más reivindicativa
Scott Eastwood
Paul Newman adorna su
bello torso con un pitillo en la mano. Ese elemento contemporáneo rompe el halo
de su belleza clásica y eterna. Rita es Gilda, enfundada en un traje de satén,
sostiene con sus largos dedos el tabaco, una nube de humo la envuelve como la
musa bajada a la tierra que siempre fue. El humo cegaba sus ojos y ellos se
dejaban cegar en un arrebato de valentía.
El halo embriagador del tabaco suavizó los duros perfiles de
Burt Lancaster y Edward G. Robinson; de Ingrid Bergman, de la inefable Marlene
Dietrich, quien otorgaba al cigarrillo una categoría inusitada, un descaro, su
descaro propio, el reto, la aventura. Por supuesto, Bette Davis, Jane
Crawdford, Mae y todas las estrellas de la época pre -code, fumaban sin recato,
amaban sin recato, eran lesbianas y libres sin recato. Acaso, después del
despendole de los años 20 y 30, el tabaco fue el único clavo al que se pudieron
agarrar. Quedó la rebeldía de ir vestidas como si fueran desnudas, levantar una
copa, coquetear descaradamente delante de su macho-alfa y, por supuesto, fumar
las salvaba de tanta moralidad. Fumar era sofisticado, elegante, atrevido,
tremendamente erótico. Sin llegar a los puros ostensibles de nuestra Sara
Montiel, la sensualidad de manos, boca y ese gesto de expulsar el humo era un
potente reclamo para el sexo. Sin contemplaciones. A Bogart, el cigarro le
hacía más duro, más justiciero, más viril y ellas jugaban con ese pequeño
cilindro en una danza de diálogos reveladores.
LLegaron los 60 y Redford, Jane Fonda y, también, los intelectuales
de la época. El inefable Cortázar, el guapo Varguitas de París: el tabaco los
unía a todos hasta que, de pronto, todo eso cambió. Esta semana se cumple el 50
aniversario de la prohibición expresa del tabaco en los Estados Unidos.
Vincularon su consumo al cáncer y sobrevino una sobredosis de realidad. Hasta
el guapo Don Draper (Mad Men) se posiciona contra el tabaco para recuperar la
reputación de la agencia de publicidad donde trabaja al perder la cuenta de la
todo poderosa Lucky Strike, American Tobacco.
Ya en tiempos más recientes, recuerdo redacciones envueltas en una niebla tóxica, tal que si fuera Londres, y el fastidio de salir de una discoteca
oliendo como veinte ceniceros juntos.
No, nunca he fumado (sólo en ocasiones muy puntuales para
experimentar) y no me gustan en demasía los fumadores que son capaces de
cascarse una cajetilla entera en tu presencia sin preguntar si quiera si el
humo molesta. Y sí, molesta. Pero, a
pesar de todo ¿Renunciaría a un beso con sabor a tabaco? La respuesta es no. De
hecho, más de uno me he llevado, incluso de tabaco de pipa. Unos besos, todo
hay de decirlo, casi de madera, de cereza, nada que ver con la sequedad, la
osquedad, el amargor del tabaco rubio o negro.
Hoy, fumar ya no es sexy en absoluto. La mayoría de mis
seguidores en Facebook y Twitter reniegan de las formas, las costumbres y la
estética del pitillo. Me resulta imposible ser tan tajante. Aunque yo no fume,
he de reconocer que algunos y algunas lo hacen con un estilo inconmensurable.
Sin ir más lejos, estuve un día entero deseando ser el puro del guapísimo hijo
de Clint Eastwood (Scott). Incluso he intentado imitar a la Dietrich, con un
lápiz en lugar de cigarro. Me encantan como suenan las palabras smoke, cigar,
cigarrette. Entiendo que tanta gente cayese en la adicción intentando atrapar
un poco de ese halo embriagador, de ese mundo de adultos, de prohibiciones
profanadas.
Yo fumar no, pero que
me fumen, sí.
1 comentario:
El tabaco...es una pena que los vicios maten.
Un saludo desde
laultimaresidencia.blogspot.com
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