jueves, marzo 31, 2016

Placeres prohibidos, límites y permisos

       

  Los placeres no definen lo correcto o lo incorrecto, los limpio o lo sucio. Los placeres son eros, puro deseo. No les corresponde a ellos analizar si esas ansias son positivas o negativas. Pero tranquilos, que para eso está la sociedad y papá Estado que se ocupará de poner límites donde sea necesario. Incluso donde no lo es.   Los límites del cuerpo.

Veamos, de entrada lo que ha sido tradicionalmente subversivo era el ano ¿Por qué? Fácil, porque va en franca contradicción con el orden reproductivo. Y este orden es que ha imperado por siglos y siglos. Pero eros es así, subversivo e irracional. Ellos decían que el ano era sucio y eros que ¡Adelante!

 Otro ejemplo: la sexualidad y los viejos era un binomio que estaba prohibido, censurado, denigrado. Pero, ups, llegó la Viagra y todo cambió. Ahora vemos segundas y terceras nupcias o relaciones de parejas que superan los 60 y muchos. El viejo orden reproductivo no ha sido capaz de frenar el deseo que aún pervive en cuerpos matusalénicos. Y es hermoso poder gozar hasta casi el último día de nuestras vidas. Precisamente esta relajación ha tenido como contrapartida el endurecimiento del control hacia el sexo entre personas de distinta edad.

 Pero antes, hablemos del sexo de los niños, otro tabú insondable. Freud los definió como perversos polimorfos. Terrible ¿verdad? Antes de él era aún peor:  no se contemplaba una sexualidad en los niños. No la había. Error. La sexualidad está presente en todos y cada uno de nuestros instantes vitales.
 Los adolescentes. Punto importante. En los años 60, el sociólogo Ira L. Reiss descubrió que los jóvenes de la época se saltaron las prohibiciones con un truco: legitimar el sexo con amor. Pero no cualquier clase de sexo, sino esa clase que no conllevaba riesgo de embarazos no deseados. Inventaron lo que se denomina petting. Caricias por encima de la ropa o por debajo, o incluso sin ropa pero sin llegar al contacto completo.

 Las madres americanas se quedaban tan tranquilas porque sabían que sus hijas y los novios se meterían mano sin contemplación en  el asiento de atrás del coche pero, punto uno: había amor y en caso de quedar embarazada la chica se casaría y, punto dos: era improbable que se quedara embarazada gracias al petting  

 A partir de ese momento se creó una perversión considerable que padecemos todavía en la actualidad, no sólo en Estados Unidos sino en otros muchos lugares. Las mujeres ofrecen sexo a cambio de amor y los hombres confiesan amar para obtener sexo. Las madres americanas se quedarían tan  panchas pero vaya la que ha liao el pollito.

Si una chica quiere sexo porque sí es una guarrilla. Si es el que chico el que lo busca, es un machote y no importa que en su búsqueda se llene la boca de mentiras: "te querré siempre" "No quiero que acabe nunca" o "Nos alquilaremos una casa muy grande porque eres muy apasionada y asustaríamos al vecindario".

 A lo que voy es que el ser humano intenta meter en una jaula normativa y vital al eros y eso es algo completamente absurdo. No hay quien ponga puertas a ese campo. Yo sólo añadiría dos palabras: consentimiento y madurez necesaria para asumir ese consentimiento. Podemos hablar de una edad concreta o de un estado mental. De lo prohibido pasamos a lo permitido y espero que en unos años el ser humano sea capaz de usar la cabeza para vivir en libertad, amar en libertad y hasta follar con libertad pero sin atacar el libre albedrío de otro ser humano y por supuesto, sin necesidad de mentiras.

miércoles, marzo 30, 2016

Barbudos, el debate con pelos

 


 ¿Pero qué os ha dado a todos llevar barbas? Se supone que el hipsterío anda medio extinguido entre los cafés a precio de marisco y las películas V.O en libanés. Pero no. Algo queda,  como un perfume de una moda que no se termina de marchar. Algo se nos ha pegado de esa ola: me paso el día viendo chicos con  barba. Por todos sitios: en el gimnasio, en los jardines, por la gran vía, en la tele, en mi Facebook ¡¡en mi casa!!.

A veces me siento sumida en una pesadilla peluda. Porque cuando digo barba, no me refiero a esas perillas a lo Juan Tenorio. No, no. Barbas tipo la ira de Zeús, o tipo mala folla de Poseidón. Barbas Marx y Papá Noel.   Lo cierto es que todo el tema de los pelos causa mucha controversia. Lo tengo comprobado. Los defensores de la barba suelen defender al mismo tiempo el vello púbico abundante. Lo que viene a ser un buen felpudo.

 Pareciera que los defensores de la barba hayan creado un club místico donde observan el mundo con otra mirada. Quizá la mirada de lo intemporal, del no tiempo, de los yoguis (ejemplares barbados casi todos ellos, un mudra tan importante como el de las manos o el cabello largo, en reivindicación de su parte femenina). Los barbudos —lo tengo comprobado— son tranquilos, quieren dejar su testimonio, su semilla en el mundo. También es verdad que les gusta poco afeitarse. Es incómodo y en invierno más. Algunos se hacen auténticas carnicerías por torpes y otros tienen rostros como el culito de un bebé. Y claro, así no se puede.

 Los que os dejáis barba pensando que se os tomará más en serio es posible que llevéis razón. Que el mundo en general cambie la percepción que tiene de vosotros. A mi no me la pegáis. Entre mis seguidores de Facebook he observado que las posturas pro y anti-barba se defienden con ahínco, incluso ferocidad. Yo no entro ahí. Tan limpio puede ser el que se afeita como el que  no lo haga a menudo.

De hecho, una barba bien cuidada también requiere de esfuerzos, cremas hidratantes especiales e incluso el preciado aceite de rosa mosqueta para que el pelo no se reseque. En cuanto a las preferencias de las féminas ¿Qué os puedo decir? Hay hombres guapísimos y la barba resalta sus ojos, incluso su nariz. 
A muchos les disimula una incipiente papada. Y, como siempre, el que es guapo, lo es de cualquier manera. Personalmente, me gustan los rostros sin trucos, descubiertos, limpios y sin pelos. Entiendo que es una opinión muy personal y que si apelamos a la naturalidad, natural, lo normal y lo intrínsecamente humano es que el vello y el pelo cubra nuestro cuerpo.

  En estos tiempos donde ni lo comemos ni lo que bebemos es natural, y si me apuran, casi ni lo que sentimos, ¿Qué sentido tiene dejarse una barba que os llegue hasta la mitad de los pectorales? Quisiera creer que el hombre barbudo reivindica los orígenes, incluso lo troglodita y lo animal que queda uno de vosotros.

  Por desgracia, creo que no deja de ser otra moda, en este caso, tremendamente cómoda. Entiendo que afeitarse todos los días es un rollo pero los pelos me estorban, me distraen, son un ruido prescindible en las miradas de esos  hombres que me gustan. Si a tu chico le gusta la barba, déjalo, criatura, ya se aburrirá. Y si opta por el mundo peludo para los restos, habrá que renegociar la relación. Siempre le podrás decir: este no es el chico del que me enamoré.

Bisexualidad e intersexualidad

 

     
Las chicas bisexuales se han puesto de moda en Hollywood. Las chicas, no los chicos. Nunca entenderé por qué al género masculino le pone tanto ver a dos tías besarse o montárselo. Algún día le pediré a alguno de mis amigos que, tranquilamente, me lo explique.

El caso es que tenemos infinidad de fotos con pseudo estrellas de la pantallas con sus partenaires mujeres. Me parece bien, siempre y cuando no se convierta en una moda o en una estrategia de marketing para acaparar miradas, flashes y atención. No sé ustedes pero yo me tomo la sexualidad bastante en serio. Tanto, que el otro día discutí con un amigo de toda la vida porque proclamaba que el sexo era cosa de 10 minutos; que era el 10% en una relación de pareja. No se lo cuenten pero este no me vuelve a ver el pelo. Siento ser así de radical y borde pero, a veces, basta escuchar estas sandeces de alguien a quien respetabas para no querer volver a saber nada más de él. La vida es muy corta para perderla con tontos, por mucho que hayan sido tus amigos del alma.

 A lo que voy, que me disperso. La bisexualidad no es algo nuevo en Hollywood. Marlene Dietrich y Garbo lo eran. De hecho, les recomiendo un libro que leí hace algunos años absolutamente divertido y genial, titulado "Safo va a Hollywood".

 Alguna vez les hablé en estos artículos de la era Pre-Code del cine, justo antes del Código Hays. Las mujeres de L.A vivían su sexualidad como les venía en gana. No hacía falta ostentar el lesbianismo. Era algo natural. De hecho, la mujer en los telefilmes de los 30 le ponía los cuernos a su marido, se gastaba todo su dinero en la ruleta rusa y éste la perdonaba. No sólo eso, también le llevaba el desayuno a la cama. Bien, todo eso se terminó. De hecho, analicen las pelis de hoy día. Salirse de madre —si eres mujer—  siempre se paga. Lo que yo quiero afirmar en este artículo es que la bisexualidad no puede ser un postureo. Si es auténtico y verdadero, perfecto, pero para hacerse la foto ya tuvimos bastante con el morreo de Madonna a Britney Spears en aquella gala de los MTV.

 Hay un concepto muy interesante que creó, nada menos que en 1928, Gregorio Marañón: me refiero a la intersexualidad. Fue una idea que desarrolló a lo largo de los años pero básicamente nos dice que la sexualidad del ser humano evoluciona desde que estamos en el vientre de nuestra madre hasta que morimos. Nuestras hormonas cambian, nuestros apetitos y preferencias. La biografía y los avatares nos predispondrán a unas relaciones y evitaremos otras. Nuestra sexualidad no es inamovible. Las mujeres tienen en su biología y comportamientos partes masculinas. Y los hombres nunca deberían renunciar a su lado femenino que existe en mayor o menor medida. "lo masculino y lo femenino —aseguraba Marañón— no son dos valores terminantemente opuestos, sino grados sucesivos del desarrollo de una función única: la sexualidad". Es aquello del ying  (femenino)y del yang (masculino).

Hay hombres muy ying y hay mujeres muy yang y nuestra química vital y existencial cambia continuamente. Aparte de todo eso, existe la orientación del deseo erótico. Algunos seres sexuados sentirán atracción a lo largo de toda su vida  sólo por el hombre, sólo por las mujeres o por ambos indistintamente. Grandes artistas han jugado con la ambigüedad o con una sexualidad diversa como parte de su proceso vital y creativo y no pasa nada. Lo de David Bowie nunca fue postureo.  

martes, marzo 01, 2016

8 minutos, 40 segundos

   



 Queridos, les tengo que hacer una queja. No sé cómo andará el mundo gay, pero en el universo hetero de la España del siglo XXI, los caballeros, por llamarles de algún modo, cada día tienen menos pundonor y a muchas se nos hace cuesta arriba denominarles de tal forma. No, no quiero generalizar, pero las señoras, amigas de 30 en adelante con las que me topo me vienen todas con la misma historia. Los hombres se esfuerzan poco. Cada vez menos. No sólo en la conquista ( y ahora me adentraré en ese tema, que es otro) sino en un simple encuentro de cama.

 A ver si se enteran de una vez. La mayoría de las mujeres no buscan en el amor verdadero cuando tienen un encuentro sexual pero, al menos, quieren sentirse deseadas, mimadas, cuidadas. Eso de follar y largarse es lo peor del mundo. Y perdonen la palabra pero es que a eso no se le puede tildar de algo tan cursi como hacer el amor.

No hay clase y si me apuras, ni educación. Vayamos a la conquista. El hombre es cazador por naturaleza y no le gusta sentirse presa ni preso. Cuando es ella la que toma la iniciativa finalmente acaba condenada no sólo por el propio (incluso después de haber compartido muchos momentos de cama, incluso de relaciones de varios años) si no por toda la sociedad. No nos engañemos. Está mal visto eso de la mujer lanzada, fogosa, con temperamento. 

A los señores les encanta soñar con ellas, verlas en las películas, desearlas con ardor en su soledad pero esta mujer asusta. Hace falta un hombre muy yang (o sea, muy masculino, muy tío para entendernos) para medirse con este estilo de doña poderosa y sin miedos. Mi explicación está clara y responde a una realidad que he manifestado en más de una ocasión en estos artículos. Nos estamos acostumbrando al sexo solitario. A las relaciones virtuales. Qué pereza, qué asco de tíos, por favor.

 Lo más divertido es que según un estudio de la web PornHub el hombre español tarda exactamente 8 minutos y 4 segundos en consumir porno. Ya saben a qué se dedican durante ese tiempo ¿no? Porque además, a diferencia de otros países, no sólo se gasta un minuto menos de media en este autoconsumo masturbatorio, sino que los señores (sólo un 20% de la mujeres consume porno) lo ven en sus casas, en sus PC, vamos.

 Si nos acostumbramos a relaciones sexuales de 8 minutos y 4 segundos, entiendo que todo lo demás para ustedes, ejemplares del sexo masculino, sea picar piedra: nada de dormir en cucharita, nada de palabras bonitas al oído, nada de cosquillas, de juegos con la piel, de comer y follar y dormir y volver a comer y follar y dormir. No, nada de eso. Es mucho trabajo. Entiendo y estoy segura de que esto no es así en todo el espectro masculino pero en otro sí lo es. Y alarmante. El sexo se ha convertido en un objeto de consumo. Si no media dinero de por medio, parece que tan poco luce. Es una pena.

El sexo es un vehículo para conocerse a uno  mismo y a los demás. Una vía de acercamiento. El sexo es rico, nos humaniza, nos hace grandes. Follar y largarse, no. Eso es basura. Pero, por lo visto, cada día nos gusta más la basura, nos aterran más los cambios, nos desequilibra el hecho de abrir nuestra vida a otra persona y preferimos mantener nuestro status quo de mierda a costa de lo que sea. Incluso a costa de nosotros mismos.