Frente
a frente, él toma la cabeza de ella como hacen los lamas en señal de
reconocimiento. Ella le cabalga sin pausa, sorprende esa cercanía, ese gesto
entre tierno y fraternal en el fragor de tanto fuego y pasión. Pero quizá esa
mezcla de hermanamiento, placer y éxtasis, de entrega mutua sea lo más parecido
a hacer el amor. ¿O quizá no? Porque hay momentos de urgencia, de sorprendente
conexión; de "no hay más remedio que entrar a matar" tras apenas
cinco minutos de besos. Y es lo que toca. Esa deliciosa excitación contagiosa
que pone los corazones de cero a cien en apenas unos segundos. ¿Es eso peor que
tomarse las cosas con calma?
Hice
una pequeña encuesta entre mis seguidores de Facebook y, sorprendentemente, el
"aquí te pillo aquí te mato" ganó por goleada, también entre las
chicas. Quizá por la sorpresa, porque esa rapidez la hemos aprendido del cine,
que se recrea en los detalles a la velocidad de los fotogramas, no a la real;
que ha llenado nuestra cabeza de planos, contra planos hermosisimos. De besos
que recorren todo el cuerpo en fracciones de segundo; De manos que se esconden
debajo de la ropa; de bocas que arrancan la lencería a dentelladas. De una mesa
de cocina a la que el amante salvaje despoja de contenido para follarse a
Jessica Lange de forma inmisericorde en "El cartero siempre llama dos
veces"; Por no hablar de la colección de imágenes que nos dejó la mediocre
"Nueve semanas y media": lluvia, bocas de metro, tiendas de
colchones.
Pero a
lo que iba; ¿Es mejor una cosa que otra? Personalmente me disgustan las prisas.
Todo lo que me supone un placer requiere su tiempo: leer, comer, dormir y hacer
el amor.
Me
encanta la filosofía del tantra (todo, salvo lo de llegar al orgasmo sin
tocarse, ya bastante poco nos tocamos los unos a los otros en este mundo
pantallizado). El tantra dice que nos recreemos en el deseo; que el lenguaje de
las miradas hace más rica cualquier caricia —el cine, sin embargo, nos enseña
que los protagonistas cierran los ojos casi siempre que están pasándoselo en
grande — Que las palabras son también un pata importante de ese momento mágico
y sagrado del coito y que los besos son fundamentales, ineludibles: "besa
con suavidad, explorando los labios del otro, deslizando tus labios sobre los
de él o ella, alternando la presión, ejerciendo una suave succión, acariciando
con la punta de tu lengua su mucosa bucal"; total nada. Que entregarse al
acto de besar —dicen— supone una transmisión de sensaciones nada desdeñable.
Así las
cosas, en este mundo de dos velocidades, quizá el amor y el sexo también tengan
dos velocidades. Relaciones que avanzan y fluyen contra todo pronóstico; otras
que se ralentizan hasta morir de aburrimiento y coitos de extrema necesidad –a
veces no sólo física, a veces para confirmar una verdad, para reafirmar con
hechos lo que el hombre dice con palabras — o días de armoniosa conjunción de
cuerpos y almas donde la palabras, las vivencias, las conversaciones, una buena
comida, e incluso una siesta reparadora juegan entre las sábanas de aquellos
que se aman.
Una amiga
viuda me comentaba la saludable vida amorosa que tuvo junto a su esposo, a
veces con pena. Yo sin embargo la envidio de un modo sano. Esas parejas que mantienen
el amor, el fuego y el deseo casi inalterable a lo largo de los años son la
rara excepción. Quizá ellos mejor que nadie podrían explicar las bondades de
amar a dos velocidades. De gozar con la parsimonia y con la prisa.
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