Hay mañanas envueltas en bruma que nos anuncian el regalo
incomparable de un mediodía soleado.
Sólo hay que esperar. Pero somos tan impacientes. La belleza está por
todas partes. Como el amor y la famosa canción de "Wet, wet, wet".
Pero somos tan impacientes.
La belleza es la Victoria de Samotracia. Su triunfo
deconstruido en el descansillo del Louvre. Su mérito, su gran valor, es que nos
siga impactando después de los siglos, o de pasar cuatro días en París
empachados con tanta hermosura. Ahí está ella. En soledad, esperando sorprender
al humano ya tan desengañado.
La belleza es la dignidad en la decrepitud. Conformarse con
un reloj de imitación porque no hay para un Michael Kors. Disfrutar de una copa
de vino con los amigos. La complicidad ante el caos. La solidaridad ante el
desconcierto de esta crisis que no parece acabar nunca.
La vida es la belleza porque, aunque parezca de perogrullo,
la belleza real está viva. Por eso nos impresionan los muros que caen; la piedra
abandona ruidosamente su quietud, el pálpito humano la empuja con fuerza
soterrada de siglos. Porque somos increíbles, capaces de lo mejor y de lo peor.
Aunque haya calma chicha en el exterior, en nuestro interior persiste una llama
inextinguible, poderosa. A veces, un suceso inesperado nos sacude, como el
doctor que provoca el llanto en el bebé recién nacido. A veces, la alquimia de
las personas levanta de la nada grandes pasiones, grandes empresas, iniciativas
que cambian el mundo. La química de los humanos que convierte los sueños, por
descabellados que parezcan, en realidades, quizá también descabelladas.
Como aquel fragmento de American Beauty, puede que la
belleza sea también una bolsa de plástico que flota sin ruta, ni metas. Sin
planos ni brújulas. Ahí va ella, en pos del viento, donde la quiera llevar. En
este mundo programado, previsible, cíclico y hasta aburrido, existe la
sorpresa, incluso la agradable sorpresa. El cumplido luminoso. Una carta que
jamás pensabas encontrar en tu buzón. Un regalo de quien menos sospechas La
sonrisa gratuita de los viandantes que, no sabes por qué, te sonríen siempre. Y
te miran a los ojos. Y comparten contigo esa llama cálida. Quizá una buena
noticia o saber que les espera en casa alguien a quien echaban de menos, un
buen chiste o un pellizco de pedrea.
Y no importa que en muchas casas, incluso en aquellas que
menos sospechéis, no se pueda encender la calefacción porque descubrimos la
belleza de una buena manta. O el insustituible calor humano, el excitante
sexual healing que tantas pasivas parejas burguesas han olvidado para siempre
jamás. Y no importa comerte un bocata en el Drexco porque te trae maravillosos
recuerdos de amigas que compartían trabajo y risas en una oficina diminuta del
centro de Murcia. Y esas amigas siguen ahí, detrás de un mensaje de Whasapp.
Pensado y leído.
La belleza está en una joven que descubre anonadada el
silencio y el espectacular mensaje de las piedras que habitan la ciudad de
Westminster en el mismo centro del concurrido y cosmopolita Londres.
Hay momentos de estupor y espanto que nos anuncian la calma
tras la tormenta. Sólo hay que esperar. Pero somos tan impacientes. La belleza
está por todas partes. Como el amor. Tú
y yo somos bellos. Y no habrá Navidad más hermosa que esta a pesar de nuestras
manos frías, de las dudas; de tantas imposibilidades. Tú que lees esto y que te
encanta la Navidad. Tú que lees esto y que odias la Navidad. De verdad, te lo
aseguro: la belleza está en todas partes ¡¡Pero somos tan impacientes!!
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