No estamos locos, que sabemos lo que queremos pero ¿Qué
sucede cuando lo que queremos entra en contradicción flagrante con la moral
social imperante? ¿Con nuestro estilo de vida? ¿Con lo que hemos sido siempre?
¿Con lo que se espera de nosotros?
La verdad verdadera es que en muchas ocasiones para hacer lo
que uno quiere se requieren grandes dosis de valor. Atreverse a enfrentarte con tus deseos más
ocultos y con tus fantasmas no está alcance de todo el mundo.
Vivimos en un mundo distraído. Pasamos de una tontería a
otra, sumergidos en la insustancial cotidianidad pero muchos cuentan con un
universo paralelo. Lo necesitan. Es la verdad de las mentiras que proclama
Vargas Llosa. Algunos prefieren la ficción para sublimar sus deseos más
canallas. En el mundo real intentan no romper un plato (sin conseguirlo, claro).
Hace falta valor, ven a la escuela de calor. Claro que sí.
Los terapeutas del XIX y parte del XX han tenido siempre
este dilema. ¿Qué hacemos con este sujeto? ¿Lo amoldamos para que sea feliz en
este orden moral imperante, castrador, hijoputista y maniqueo? ¿Le enseñamos a aceptarse tal como es? ¿Con
sus locas ansias, sus singularidades y todo aquello le diferencia de la
apabullante normalidad? Vaya lío ¿no?
Lo diferente es tachado de peligroso. Lleva una etiqueta y
un estigma difícil de borrar. La pregunta que me hago es ¿Por qué habría que
borrarlo? ¿Qué más avances científicos y filosóficos deben existir para que
aprendamos a aceptar a cada uno tal y como es? Y lo que es más importante ¿Qué
revolución tenemos pendiente para que aprendamos a aceptarnos y querernos con todos
nuestros defectos y manías?
En sexualidad no se admite la palabra parafilia o
perversión, sino peculiaridad. Siempre y cuando no se atente contra la libertad
o la integridad de alguien no hay nada "raro" ni "perverso". Es más, uno de los primeros intentos de
analizar y estudiar la sexología humana y resaltar conductas presuntamente
patológicas, acabó convirtiéndose en un manual que tranquilizaba a mucha
gente. ¡Ah!, suspiraban aliviados
algunos lectores, ¡hay más individuos por ahí como yo!.
Me refiero a alguna de las once ediciones del tratado
Psycopathia Sexualis, escrito por Karfft-Ebing, donde, por ejemplo, la
homosexualidad se consideraba una enfermedad; pero también ciertas querencias o
prácticas como el fetichismo con zapatos o el masoquismo femenino.
En 1969 la homosexualidad figuraba en catálogo de las
enfermedades mentales de Estados Unidos. No hace tanto ¿verdad?. A partir de
los sucesos de Stonewald y de la rebelión de parte de la comunidad gay de Nueva
York, las cosas cambiaron. Se obligó a la Asociación de Psiquiatras
Norteamericanos a realizar un referéndum sobre si ser gay era algo patológico.
Dos tercios votaron a favor de eliminarlo de ese catálogo.
Así, Krafft-Ebing, como otros estudiosos de su época (y me
atrevería a decir que aún quedan vestigios de ese pasado excluyente) no negaban
el instinto sexual pero siempre y cuando estuvieranAquí el que más y el que menos tiene su punto friki y es saludable. Hay que asumirse y quererse. Y atreverse orientados a la
reproducción. A la moral sexual imperante del momento.
Hemos avanzado, sí, pero aún queda un largo camino por
recorrer. Viejas creencias como que el instinto y el deseo sexual es más
exacerbado en hombres que en mujeres aún permanecen ancladas en nuestro
sustrato ideológico. El orden moral ha
sido sustituido por otros órdenes: el psicológico y el insustancial.
Pero, insisto, no estamos locos, sabemos lo que queremos. . Si te quedas parado pensando que evitarás la muerte o
el dolor propio y ajeno, ya estás muerto. Si te obsesionas con ajustarte a un
molde, te romperás. Tú decides.
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