Mi amiga
Silvia Arenas lleva años hablándome de Lucy. ¿Y quién es Lucy? Una vieja
conocida: el conjunto de fragmentos óseos pertenecientes al esqueleto de un
homínido hembra.
Lucy pesaba
unos 27 kilos estando viva y medía 1.10 metros de altura. Al parecer tuvo algún
hijo y un cerebro minúsculo. Ese cerebro antiguo permanece alojado en el
interior de todos y cada uno de nosotros. Es el cerebro primitivo que nos
mantiene en alerta. Es el puro instinto de supervivencia. Lucy nos atrapa
cuando tenemos miedo, cuando olvidamos nuestra esencia divina y gestionamos la
vida con ese cerebro pobre del 10%
A ese
cerebro es al que apelan los regímenes totalitarios
En esta
Jungla de asfalto, los ejemplos de Lucy son constatables y evidentes: desde las
violaciones múltiples hasta ciertos exabruptos en las redes sociales proceden
de ese cerebro primitivo que nos condena a la infelicidad porque se basa en la
dominación del otro cuando la auténtica felicidad empieza por la dominación de
uno mismo y la superación y el crecimiento personal.
Lucy son los
celos y los miedos que nos conducen al autosabotaje. Lucy se aleja del amor
perfecto, del amor incondicional, de las parejas que se aman desde la
autenticidad, la generosidad. Lucy puede jodernos la vida, las amistades, los
grandes amores, hasta la relación con los compañeros de trabajo. Lucy carece de
empatía, va a lo suyo, es faltona y mandona. Quizá la esté adornando con
atributos que jamás tuvo un australopithecus. Quizá Lucy sean nuestras sombras,
las sombras de Jung que hemos de abrazar y superar.
Hemos de
pactar con Lucy, tenerle respeto y ponerle el bozal cuando sea preciso y
cambiar los patrones. Si algo te ha hecho daño toda tu vida; el mal genio, una
adicción o un terror inexplicable tienes la oportunidad de eliminarlo de tus
días. No des nada por sentado. Cada día es un nuevo día.