Eliminar la educación sexual de los centros educativos es un
atraso de proporciones siderales. Y esta frase no tiene discusión. Lo siento.
Señores retrógrados, capillitas y apegados a la moral de los
tiempos de mari castaña, sepan esto: nuestros hijos son seres pensantes,
inquietos y curiosos y si no les damos la formación sexo afectiva adecuada
accederán a ella de todas las formas posibles. Miento, accederán a la industria
del porno, a los mitos y mentiras sobre los embarazos que encontramos en la
red, a los juegos perversos que practican algunos adolescentes con sus cuerpos:
auténticas ruletas rusas de las enfermedades de transmisión sexual.
Pero esto no es lo peor. Lo peor es que aprehenderán el sexo
despersonalizado, consumista y vacío de la publicidad y las empresas
audiovisuales. Y se perderán lo mejor: el sexo rico del afecto compartido, de
las relaciones de pareja saludables. El saberse querido, correspondido,
alimentado y mimado por esa persona que también te besa con pasión y te hace el
amor como si no hubiera un mañana. Porque eso es así, la educación sexual no
te enseña posturas del kamasutra, te muestra cómo convivir con otro. Porque
el sexo saludable implica al otro necesariamente. Sus deseos, sus temores, sus
peculiaridades, sus momentos, sus tensiones, sus posturas, su cuerpo, su
sensibilidad y, por supuesto, su respeto.
Las posturas, los tutoriales y las técnicas amatorias están
muy bien, pero eso no es el todo de la sexualidad. La respuesta sexual humana
también implica las emociones y si nuestros hijos no aprenden esto pueden
ocurrirles dos cosas: o bien se lanzarán como posesos a imitar cualquier modelo
que les lleve al erotismo y al placer, o bien renunciarán a la fiesta de sus
cuerpos por miedo, vergüenza y desconocimiento. Yo me incluyo en este segundo
grupo, se sorprenderían de lo tarde, tardísimo, que perdí la virginidad. La
falta de educación te lleva a la exageración en todos los aspectos.
Es imposible ponerle puertas al campo y asusta lo sencillo
que resulta acabar en un camino perverso y tiránico por la falta de naturalidad
en sus relaciones.
¿Quiénes deberían impartir esta formación? Personas capacitadas
con algún tipo de titulación en sexología o incluso matronas para algunos
casos. Especialistas que sepan explicarle a un joven cómo se ponen un condón y
qué hacer si se rompe accidentalmente. Personas que también les ofrezcan la
dimensión personal e intransferible de los afectos, que les muestren que la
diversidad es rica y necesaria. Que el amor cabe en parejas de todo tipo y el
concepto de familia también.
Aunque ustedes sean
sus padres, quizá hayan olvidado como fue su adolescencia y juventud. Con la diferencia de que hoy tienen todo un
universo a un sólo clic: el acoso, la violación de la intimidad y los videos
donde se denigra a la mujer de la forma más brutal que existe. Eso no es sexo,
se le puede denominar de muchos modos, pero nada de eso sexo y en los medios de
comunicación se les vende como tal.
El sexo es plenitud y belleza. Es mostrarte al otro en tu
esplendor y vulnerabilidad. Es demostrar sin palabras el amor profundo, o
quizá la simpatía, que reside en los corazones hacia la otra persona.
Pero el sexo despersonalizado es mercantil y hasta cierto
punto triste, aunque lo respeto. ¡Cuánto
nos perdemos de la vida si esta parte se atasca o deja de funcionar! Viviremos
cien años, pero tristes y más solos que la una. ¿Quieren a sus hijos
protegidos, perfectos e inmaculados en una torre de cristal fría e
impenetrable? ¿O los quieren sonrientes, felices con la autoestima por las
nubes? Ustedes deciden, ustedes eligen.