La novela negra nos recuerda que el mal existe y que es
mejor que no lo olvidemos. Todos somos víctimas de víctimas y escarbar en la
historia para hallar la raíz primigenia de la oscuridad nos sumerge en leyendas
y religiones vetustas que nos acercan a la ciencia ficción pero ni tan ciencia,
ni tan ficción. Palpitan en nuestro subconsciente colectivo de un modo
innegable.
Hay mujeres y hombres que desconocen el significado pleno de
la palabra amor porque para ellos los afectos que mamaron en casa venían acompañados
de gritos, golpes, correas al aire, palabras mal sonantes y miedo, mucho miedo.
Por tanto, cuando encuentran un amor real, o bien les aburre, o no les
interesa. Para ellos todo lo que carezca de ese chute de incertidumbre y
peligro se puede parecer a una amistad, pero nunca al amor.
El amor en casa se teñía de violencia, de oscuridades
inexplicables, de secretos en el peor de los casos y de hastío y pasividad en
el mejor. Vivir esta clase de infancia crea unas orfandades difíciles de sanar.
Lo peor es que uno sale de casa, evoluciona, pero encontrará en el camino ese
chute, ese esquema relacional que te hacía sufrir pero que te es tan familiar y
vas y te enamoras ¿de qué? De lo que conoces. Y el peligro te pone, sabes que
te hará daño, pero te es tan familiar. Sabes que te dolerá, pero es que ya
estás acostumbrada al dolor y te enganchas aunque esos vínculos malsanos te
destruyen casi por completo.
Así que sí, queridas y queridos, el mal existe y a veces ha
estado viviendo en las paredes de nuestro hogar. Ese mal se hereda en la
mayoría de los casos.
Existen los hijos de Caín, los sociópatas y los
psicópatas pero, en la mayoría de los casos, ese mal procede de una depresión
sin diagnosticar, o esquizofrenia o de una terrible adicción. Es un mal que se
padece desde dentro y que ataca a quienes tiene más cerca. El que lo ejerce es
consciente a veces y a veces no, pero el sufrimiento que conlleva por ambas
partes, agresor y agredido es innegable.
La buena noticia es que el mal se puede extirpar de raíz,
una vez que se toma conciencia de él, que somos los dueños de nuestro destino,
capitanes de nuestra alma y en nosotros reside la decisión de seguir
enganchándonos a ese patrón terrible que nos aterrorizaba en la infancia y nos
incomoda en la adultez o romper esos círculos del horror.
Se pueden sanar las relaciones, se puede salir y aunque tu
infancia fuera un infierno la mayoría del tiempo, tu vida actual merece gozar
del amor verdadero. El que te cuida y protege, el que te mantiene a salvo. El único digno en verdad de llamarse amor. Lo
otro: el chute del miedo, la incertidumbre, la adrenalina, los estallidos de
ira y las montañas rusas emocionales están en las antípodas de las relaciones
hermosas.
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