Un fondo abisal se abría ante sus ojos. No estaba muerta. Resucitaba en un océano dulce de caricias interminables. Ese azúcar no engordaba.
Ana María abandonó el bosque de las palabras para recibir un premio. Miguel desde el Párnaso exclamó ¡Ya era hora, vive Dios!
Vestir al primero le costó pesadillas. Una vez se acostumbró al vacío y al silencio, la funeraria se convirtió en el trabajo de su vida.
Avanzaba a prisa. Sin mirar atrás. Lo de ser estatua de sal no le importaba, pero volver al atroz aburrimiento, la llenaba de espanto.
Amaba sus dedos, su olor. El frenesí incandescente cuando se encontraban. Necesitaba que volviera a la vida. Sin sus ojos, estaba ciega
Fotos de Germán Sáez
Amaba sus dedos, su olor. El frenesí incandescente cuando se encontraban. Necesitaba que volviera a la vida. Sin sus ojos, estaba ciega
Fotos de Germán Sáez
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