Angelina Jolie posa junto a sus fans
Beyonce "on my own"
Hugh Jackman
Meryl Streep y Hillary Clinton
Las redes sociales nos han implantado la necesidad de
comunicar de inmediato todo lo que nos ocurre. Desde un accidente hasta una
grata reunión de colegas. Cierto, estamos instalados en un egonarcisismo que en
ocasiones resulta un poco asfixiante. Cuando quedas con una amiga ya no sabes
si te tienes que arreglar mucho o poco, no sea que alguien le apetezca sacar el
móvil para hacerse eso que se llama un selfie, una palabra que se popularizó
cuando alguien creó el hashtag #selfie en la red social Flickr. Por cierto, la palabrita ya está incluida en el diccionario Oxford y
su uso ha aumentado un 17.000 por cien en el último año.
He de confesar que cuando mejor me lo estoy pasando menos me
acuerdo de hacerme una foto. Personalmente, me las hago para matar esos minutos
entre una cita y otra; esos minutos inservibles que no te dan para abrir un
libro (o encender el e-book, perdón), ni para reflexionar hacia donde se
encamina nuestra vida. Los minutos
perdidos acaban, por lo general, en nuestro dispositivo móvil. Es la teta que
nos da de mamar, siempre y cuando tengamos megas suficientes, wifi y batería.
Confieso ser una selfie consumada mucho antes de que se
pusiera de moda la palabra y tengo autoretratos realizados incluso con cámaras
fotográficas de verdad. Facebook es testigo. Por tanto, no atacaré a los
selfies compulsivos aunque es un fenómeno que me genera cierto desasosiego. No
me gusta compartir cada minuto de mi vida.
El selfie, en mi caso,
a veces ha sido la manifestación de una profunda añoranza hacia alguien
en un momento importante de mi vida. En esas ocasiones, abandonaba la multitud
y encerrada en un baño frente a un espejo, retrataba la mejor descripción
posible de indumentaria, peinado y complementos. Porque selfie, procede de la
palabra "self", uno mismo. Y uno mismo con su android , equivale, en
muchas ocasiones, a soledad. Además, del self al selfish, apenas hay dos letras
de diferencia ¿No os da que pensar?
La cosa es así: "mira qué estupendas estamos, vamos a
hacernos una foto para exhibirnos en las redes sociales, o para demostrarle al
mundo (ex novios, ex amigas y envidiosos de distinto pelaje) lo maravillosa que
es nuestra vida". Qué mal rollo ¿no?
Mis selfies siempre tienen un destinatario. Hoy es la red de mis seguidores en Facebook,
porque, Dios sabe porqué, les encantan las fotos. Uno se machaca las meninges
para escribir algo de peso y pasa desapercibido. Sin embargo, sube una foto y
puede alcanzar los 500 "me gusta" en un buen día.
En los diarios vemos a Hillary Clinton y Meryl Streep haciéndose
un selfie para el recuerdo. Que ambas decidan posar en un gesto simpático
frente a su móvil denota, uno: una gran complicidad y, dos, que ambas sienten
que el otro es digno de aparecer junto a ellas en una imagen que verán cientos,
incluso millones de personas. Porque luego tenemos la foto del selfie, que esta
es otra. Alguien toma la imagen como si hacerse un selfie fuese un momento
trascendental para la humanidad, sobre todo si en ese selfie aparece una
celebrity como David Beckham o Angelina Jolie.
¿Y dónde van a parar esas imágenes? A la descomunal nube,
ese cielo infinito de megapíxeles que esperemos nunca caiga sobre nuestras
cabezas porque imaginaos lo que puede ser la dichosa nube así pasen 50 años. Una
estepa digital, una extensión infinita de nuestra imagen repetida hasta la
extenuación.
Moriremos aplastados por nosotros mismos y la culpa es sólo
nuestra por ser tan selfish.