Descubrí que mi hijo tenía escrito en su brazo pre
adolescente la palabra: "Lancelot". "¿Conoces la historia?"
-- Le pregunté. Primero se avergonzó y tapó su garabato de boli con el suéter. Con
una sonrisa tímida pero llena de valor me confesó: "Yo quiero ser como
Lancelot". Y le volvía a lanzar la pregunta "¿Pero conoces la
historia? ¿Sabes que Lancelot traicionó a su mejor amigo y tuvo una historia de amor con Ginebra, su
esposa?".
Sí, sí que sabía algo pero
este detalle no le interesaba demasiado. Todavía no. Él me habló de la
espada de Lancelot y de no sé qué batallas pero me pareció curioso que un niño
de su edad asumiera la traición con esa naturalidad.
La mitología está llena de infidelidades. De las peores.
Porque aquí encontramos a dos infieles. Cada cual a su manera. Lancelot engaña
a su mentor, a alguien que podía ser su padre. Ginebra se deja querer y también
engaña a aquel hombre magnánimo que, quizá por la edad y según la versión que
nos queramos creer de la historia, entiende la pasión de la juventud. Su
juventud perdida.
La infidelidad de Ginebra es la más común de todas. Un
reciente estudio realizado por la Universidad de Bradley en Illinois concluye,
entre otras cosas, que las mujeres son infieles con un conocido de su entorno.
Lo más habitual: un amigo común de la pareja. Quizá sea por una cuestión de
comodidad, del carácter práctico que habitualmente se nos achaca. Igual que esa
tontería de que podemos hacer dos cosas a la vez. Cuando una mujer se enamora no
piensa en otra cosa. Podrá pasar el mocho pero la cabeza la tiene en otro
sitio. ¿Somos multitarea? Si no queda otro remedio, pero en la mayoría de las
ocasiones no podemos elegir.
A lo que iba. Ahora yo os planteo un final feliz de la
historia. Es el final que propugnan los defensores del Poliamor. Cierto que
esto rompe esquemas, que llevamos siglos y siglos comprobando como la mujer
infiel muere arrollada por un tren (Ana Karenina), es engañada por su amante
(Emma Bovary) O es avergonzada públicamente por todos los dioses del Olimpo,
pillada en con las manos en la masa (O sea, pegándosela a Efesto con el
aguerrido Ares). Pero ¿Y si Ana pudiera ser feliz sin el peso de la culpa? ¿Y
si Emma le lanzase uno de sus libros a la cabeza a ese pendejo ligón y se
dedicase a vivir en libertad sin el peso de un marido soso, sin el coñazo de un
amante inconstante, inconsistente? ¿Y si los dioses en lugar de abuchear a
Afrodita le aplaudieran el gusto porque Ares estaba mucho más bueno que Efesto?
Pero incluso iré más lejos; ¿Y si el magnánimo Arturo dijese: "Ole,
Lanzarote, no has podido elegir mejor, ahora conviviremos los tres como
personas que se aman en libertad, que nos consentimos las unas a las otras.
Incluso es posible que se nos una alguna más ¿No te parecerá mal, verdad?".
Cierto, sé lo que están pensando. Esto es romper mucho ,
pero mucho los esquemas. Es voltear por completo los planteamientos
preestablecidos pero que no dejan de ser planteamientos humanos. Igual que
inventamos y seguimos unas normas, podemos inventarnos y seguir otras. Y esto
es lo que proponen, perfectamente razonado, Dossie Easton y Janet W.Hard en su
libro titulado "Ética promiscua". Un libro muy útil para entender el
trasfondo de las relaciones y hacerse muchas preguntas: ¿Por qué vivimos cómo
vivimos? ¿Por qué no puede existir un final feliz consensuado para Ginebra,
Arturo y Lancelot?
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