La vida y sus contrapartidas. La vida te da y te quita. La
gloria siempre aparece acompañada de un peaje siniestro. Pero todos merecemos
la gloria y, sí, la felicidad. Tan sencillo. Tan aplastante. ¿Por qué no lo
creemos? Una señora anciana cuando veía a toda su familia reunida en torno a
una mesa, exclamaba: ¡Ay, que no nos pase nada malo! Los pensamientos negros de
la España negra. Yo lo afirmo: nos aterra la felicidad. En nuestro fuero
interno creemos que no la merecemos. Que la dicha indescriptible vendrá
acompañada de un nubarrón tormentoso y negro que llenará de ponzoña nuestros
días. Para siempre.
¿Tiene usted una vida gris? Felicidades, en el fondo es lo
que desea porque los colores le cegarán, porque pondrá en duda cada instante de
éxtasis completo de sus horas. Lo analizará, lo descuartizará, lo tirará a la
basura. Y, añadirá: virgencica, que me quede como estoy. Así disfrutará de una
existencia monótona, plúmbea, asfixiante
. Enfangado hasta las cejas en su zona de confort. Porque alguien le metió en
la cabeza, le grabó a fuego --probablemente con la mejor intención del mundo--
que es mejor conformarse, agachar la cabeza, recubrir el corazón de una masa
pegajosa, viscosa, letal, que se llama monotonía que le inmovilizará para el resto de sus días. El miedo es el que
nos sepulta. No la vida que, aunque a veces cruel, es un regalo. Cada día es un
regalo. Nos tenemos los unos a los otros en un intercambio, una armonía
perfecta de estima, afecto, de lazos indestructibles. A veces creados sin ton
ni son. Nosotros somos el regalo cada día. Y lo despreciamos.
El placer y el dolor van unidos en el amor, en nuestra
concepción, barroca, tortuosa, culpabilista del romance. Un amor que vivimos en
nuestro país aún como en el Siglo de Oro. Pero nos equivocamos. Hasta la
ciencia nos demuestra que el placer es sagrado, es positivo, es
benevolente. El profesor Barry
Komisarukhas de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey) registró la imagen del
orgasmo femenino. En el momento del clímax lo que apareció ante sus ojos fue
una especie de atardecer ¿Hermoso, verdad? Pero no sólo eso, según sus estudios, esa fuerza invisible que
estimula nuestras hormonas, esa capacidad para el placer anestesia en parte el
dolor de mujeres con importantes lesiones medulares, que, por increíble que
parezca, sentían placer aunque su cuerpo estuviera terriblemente paralizado.
Pero aún iba más
allá. Gracias a esa mezcla de placer y dolor,
las mujeres de todos los tiempos han podido traer niños al mundo. Es
decir, que al espantoso sufrimiento del parto sin epidural siempre le
acompañaba una oleada de placer (que la parturienta no podría sentir, claro)
pero que sí anestesiaba en parte ese lacerante dolor. Gracias al placer estamos
en este mundo, señores.
¿Por qué tenemos tanto miedo a la libertad? ¿A la felicidad?
Cada vez estoy más convencida de que ciencia y poesía son
una misma cosa. Un arte en sí mismo, porque la ciencia nos descubre el milagro de
vivir. El placer es un regalo. Como lo somos nosotros para nosotros mismos y
para los demás. Komisarukhas ha abierto una nueva línea de investigación: ¿Por
qué hay personas que son incapaces de sentir el orgasmo? ¿Qué patología física
o psicosomática les bloquea?
Yo también podría preguntar ¿Por qué hay personas que bloquean sus emociones?
La ciencia está tan cerca del arte de vivir como lo estaba
Shakespeare. O como lo estaba Camarón cuando cantaba aquello de "Enamorao
de la vida, aunque a veces duela".
Las corazas son muy cómodas hasta que llega ese momento en
el que eres consciente de que tus días se han agotado y te mata la tristeza.