Acostada
en su cama le deseaba. Un fuego en las entrañas se abría paso sin compasión.
Vientre enloquecido. El sexo cobraba vida propia y ya no quería otro alimento
que aquel pene poderoso y brillante. Aquellos besos de lenguas infinitas. De
ternura infinita. Y no quería mojarse pero quizá era su propio pubis el que
extrañaba la fuerza, su fuerza. Ni más fiero ni más manso. Las justa fuerza que
se agarraba a sus caderas, que la hacía temblar, desesperarse, descabalgarse. Y
regresar a aquel coche y sus estrecheces. Y al descampado y el ansia. Y las
prisas y los visitantes inoportunos. Y se decía que todo estaba bien como
estaba. A pesar de no ser una suite de cinco estrellas, estaban ellos. Sus pieles
rozándose. Sus pieles sabias.
Su mano
acariciando aquel mástil de pasión. La boca rodeando el glande, describiendo e
intentando aprender el camino de su placer. Los diestros dedos masculinos que
se colaban en la frondosa materia de sus cavidades. Los de ella que recorrían sus
labios, que se adentraban en la boca.
Sus
gestos de insoportable disfrute.
Y le
miraba comer de su pecho. Y le miraba y todo era perfecto. Las estrecheces,
hasta los miedos.
Y
ahora, en esta cama blanca, le deseaba tanto que su ansia podía gritar.
Ojalá lo pueda oír –pensaba– Ojalá, como yo,
lo pueda sentir ahora, palpitante, exigente, urgente entre sus piernas. Igual
que yo lo siento entre las mías.
El deseo tenía su nombre, tenía su voz, tenía
sus ojos y sus manos. Y podía ser en ese momento la esclava de su deseo. Sumisa
y postrada ante sus ojos.
Lo mejor de todo es que él no la quería así.
Ni sumisa ni postrada, sino libre y feliz.
Lo mejor de todo es que se liberaban cada vez
que se amaban. Y con cada gota de ese potente filtro que eran sus fluidos en
conjunción crearon un nuevo veneno. Y todo era posible. Todo era mágico en
torno a ellos.
Podían amarse y desaparecer. Podían amarse y
permanecer
Y el veneno perdió su componente negativo
desde aquel momento.
Acostada en la cama fantaseaba con dos
amantes, ellos dos, capaces de transformar y transformarse.
A pesar del infierno bajo el short. Del calor
intrépido y descarado, se quedó quieta, esperando la llegada de la palma de sus
manos, del dibujo de sus labios. De su propia urgencia, la de él, en torno a ella.
Y cerrar el círculo. Y cerrarse en el mundo
perfecto que construían sus cuerpos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario