Hace
algo más de un año escribí sobre una tendencia que es creciente en nuestra
sociedad actual. Me refiero a la del juntos pero no revueltos, o más
popularmente conocido como el living apart together. O sea, cada uno está en su
casita, evitamos el desgaste de la convivencia, nos solazamos a solas en
nuestra soledad por las noches (salvo una o dos por semana) y uno se encuentra
con el objeto de su amor fuera del entorno doméstico, o dentro del entorno doméstico
pero éste no se comparte las 24 horas del día.
Cierto,
nos ahorramos el mal aliento de las mañanas, las sonoridades indeseables y las
ventosidades irremediables y uno va fresco, guapo, recién duchado, oliendo a
limpio y a deseo. Todo es fantástico. Es una buena opción para mantener cierto
grado de autonomía, de espacio propio (qué importante es esto de tener el lugar
propio del que hablaba Virginia Woolf), de intimidad para según qué cosas.
Porque, no nos engañemos, compartirlo todo, todo y todo puede resultar
extenuante y luego ¿Qué te cuentas cuando cae la noche y los cónyuges se
sientan a cenar entre el tic, clic, clac de los tenedores? Ya lo decían los
protagonistas de "Dos en la carretera" : ¿Quiénes son aquellos que no
tienen nada que decirse?, los casados
(marriage people, exclamaban al unísono y en V.O).
Soy
optimista y creo que esto no siempre se da así. Que a pesar del trasiego de las
décadas, los hay que resisten el paso del tiempo con una sonrisa y una
conversación estimulantes. El amor es misterioso pero también simple como una
planta que si se cuida con mimo (una cosa que esté bien, no se trata de
atosigar al otro); el amor, decía, siempre gana por goleada a la monotonía y la
desidia.
Ahora
vamos al caso contrario. Hay parejas que ya no se quieren. Incluso que no se
soportan. Que cualquier cosa que hace o dice el cónyuge les resulta estomagante.
La irritabilidad preside sus días. Son como esa rozadura del pie que si no la
cuidas, si no cambias de calzado, la desinfectas y la curas, acaba sangrando.
Incluso puede supurar pus, o lo que es lo mismo, veneno. Hay parejas que no
tienen otro remedio que convivir en este clima ponzoñoso y terrible de
desprecio; incluso de odio, viejos rencores. La cena es una batalla campal
donde los reproches se sirven de primero y quizá alguna palabrota de segundo.
Por supuesto, en este tipo de parejas nunca puede faltar el "Y tú
más" pero para mal.
La
crisis ha traído consigo este nuevo modelo de convivencia, esta crueldad
intolerable con la que hay que apechugar porque no hay más remedio. En la calle
escucho muchos casos, algunos sangrantes. En otros, todo es muy civilizado,
como compañeros de piso que han llegado a un equilibrio marcado por el respeto.
No
existen estadísticas pero sí manuales y libros que aconsejan como afrontar este
nuevo tipo de convivencia no amorosa, no romántica, no sexual. Puede existir el
cariño, puede existir el apoyo mutuo pero, qué duda cabe, que todo es muy
difuso, incluso surrealista. Que el padre o la madre de tus hijos se convierta
en un roomate, descoloca. Y eso en el mejor de los casos, porque me llegan
confesiones de convivencias insufribles, gritos que reverberan en los patios de
luces e hijos desconcertados.
Me pregunto cómo es posible que donde hubo tanto
amor se llegue a esa Guerra de los Rose. Y me contesto que a lo mejor no había
amor, sólo una fantasía inventada por las canciones y las películas de
Hollywood.
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