¿Es posible enamorarte de alguien después de un interrogatorio de 45 minutos con otra persona? La respuesta es sí. De hecho, este experimento se realizó: un hombre, una mujer, heterosexuales, entran cada uno por una puerta distinta a un laboratorio y comienza el juego.
Let’s play!
No importa que el laboratorio sea un lugar casi
inhóspito y palmariamente neutral. Eso sí, necesitamos a dos sujetos dispuestos a
intercambiar parte de su vida personal entre ellos, lo cual no es sencillo ¿Le
contarías a un perfecto desconocido cuándo fue la última vez que cantaste a
solas? ¿Tienes una corazonada secreta de cómo vas a morir?
El psicólogo Arthur Aron, creó hace 20 años un
cuestionario con 39 preguntas, divididas en sets de 45 minutos cada uno, como
una herramienta para generar intimidad.
Si accedes al experimento, no te queda otra que
intercambiar esta información confidencial sobre ti — ¿Cómo sería un día
perfecto?¿Qué tres cosas crees que tienes en común con tu interlocutor?—y,
tachán, el remate final es permanecer frente al otro cuatro minutos en silencio
mirándole fijamente a los ojos.
Aron cuenta que la primera vez que realizó el
experimento consiguió que dos de esos interlocutores se casaran seis meses
después, “aún siguen juntos”, añade satisfecho. Desconocemos la
suerte que corrieron el resto de sujetos experimentales (llamemosles así para
salvaguardar el contexto científico).
Pero ahí no acaba la historia. El pasado mes de
enero Mandy Len Catron publicó un
artículo en el New York Times contando su peripecia con dicho experimento
aunque con ligeras variantes. Escogió a alguien más o menos conocido para
realizarse mutuamente estas preguntas y sospecho que entre ellos ya existiría
una atracción mutua. Sí, finalmente se enamoraron aunque como explica Mandy, el
primer paso para enamorarte es querer hacerlo. De hecho, hay una canción del
songbook americano, titulada así “Let’s fall in love”. La letra lo dice muy claro: “es una coartada
sentimental y mental”. Total, nada. Cuánto ha perdido el mundo de la música de
50 años para acá.
Lejos de creer que el amor es algo que surge de
forma mágica —que algo de magia tiene, sin duda— las personas que se enamoran
están predispuestas a ello. Da igual su situación: casadas, solteras,
divorciadas. Si alguien te encaja —quizá por su físico primero, o por algo de
simpatía después —todo es posible. De hecho, la actual pareja de Mandy le dijo:
“Sospecho que, dadas unas cuantas cosas en común, podríamos enamorarnos de
cualquiera. Si es así ¿Cómo elegimos a alguien?”
Mandy querrá mucho a su nuevo novio pero me parece
una estupidez eso de que “podríamos enamorarnos de cualquiera” porque aunque la
canción “Let’s fall in love” habla de nuestras propias coartadas, aunque somos
menos libres de lo que en realidad creemos —nuestro pasado, nuestras creencias,
nuestra educación nos condicionan hasta de la persona en la que nos fijamos —
siempre existe un factor inasible, el duende, el misterio.
El cuestionario no tiene desperdicio “Dile a tu
compañero qué te gusta de él; sé muy honesto esta vez y di cosas que no dirías
a alguien que acabas de conocer”, ¿Cómo te sientes con respecto a tu relación
con tu madre?; Di tres frases usando el
pronombre nosotros”.
Quizá Aron haya dado con la clave para romper los
muros que nos separan y que están creando un mundo de solitarios. Quizá la
ciencia sea, después de todo, la respuesta más eficaz al milagro del amor; o a
la tontería del amor. Quizá debiéramos mandar al cuerno el imaginario de
canciones románticas y tóxicas, salvo “Let’s fall in love”
1 comentario:
Tu último párrafo me ha hecho recordar a Stephen Vizinckzey en cierta novela, al hablar de una generación bajo el síndrome del protagonista de Dostoievski "Memorias del subsuelo". Se refería a jóvenes encerrados en sus dormitorios, replegados en sus fantasías, principalmente masturbatorias, a las que el autor llamaba a romper su encierro y salir al mundo. Por otra parte la imaginación forma parte de nuestra naturaleza humana, y ya se sabe que "somos gigantes cuando soñamos, y enanos cuando vivimos"
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