¿Por qué los seres humanos buscamos el amor? Es una pregunta
que me he planteado a menudo. El amor sucede, sí. Pero antes casi siempre lo
hemos deseado. Ya sea por una necesidad inclasificable, una inquietud; ya sea
por esta intoxicación que padecemos del mito de amor romántico, gracias a las películas moñas, los cantantes y
crooners, la música cursi.
Podríamos vivir felices en nuestra burbuja pero, de
pronto, una mirada, unas palabras, el
brillo de la piel ajena, su inteligencia, su gracia, nos embelesan. Nos pintan
una sonrisa en la cara, nos crean la pequeña necesidad de esa otra persona. De
salir de nosotros mismos.
En El banquete de Platón encontramos una explicación del
Eros. Es la que ofrece Aristófanes, como invitado a esa gran fiesta.
Anteriormente, cuenta Aristófanes, los seres humanos eran redondos, esféricos,
vamos, tal que si fueran escarabajos pelotilleros en contracción. Eso sí,
se sentían completos, los reyes del universo, aunque su vida era algo
limitada.
Lo único que podían hacer era agredirse mutuamente. Su arrogancia no tenía fin y ofendían a los
dioses, de tal manera que Zeus los partió por la mitad con uno de sus rayos
iracundos. Lo que pretendía ser un castigo, se convirtió en una bendición. Al
estar partidos podían tocarse con otros humanos, verlos con perspectiva y
sentirse atraídos por ellos. Así surgió el Eros, el amor.
De hecho, la palabra sexare, significa partición. Somos
sexuados, somos seres divididos con genes masculinos y femeninos en nuestro
interior. Aunque es una partición física, no real. Por tanto, sexo no
significa, como la mayoría de la gente piensa, practicar el coito. Sexo es
todo. Sexo somos todos y cada uno de nosotros porque nacemos SEXUADOS.
Por cierto, esta teoría no tiene nada que ver con la de la
media naranja que es nefasta y horrible. Los humanos no necesitan otra mitad,
ya lo sabéis. Los humanos son naranjas completas pero pueden sentirse atraídos
por los gajos, las pepitas, el olor y la piel de naranja de otras naranjas. No
las necesitan para sentirse completos pero les gusta estar en compañía de otras
naranjas, e incluso de otros limones y
pomelos.
Aristófanes explicó así, de esa forma tan simple, no sólo el
amor, sino el sexo (no el coito ocasional, si no el que elegimos en un momento
dado para compartir largamente con intercambio no sólo de fluidos sino de alma,
de experiencias, de crecimiento).
Es verdad que nos puede resultar insuficiente. Una fábula no
puede resumir lo que para la mayoría de los mortales nos lleva media existencia
comprender pero, en palabras de Efigenio Amezúa: "El amor explica el sexo
y el sexo explica el amor".
Debemos dejar de entender "sexo" como el acto
sexual. Todos somos sexo. Las palabras, lo que comemos, como nos vestimos,
nuestros apetitos, nuestros gustos. Nos guste más o menos, marca nuestra vida,
es un sello indeleble que nos da una riqueza increíble. Y es irrenunciable.
En el vientre de nuestra madre ya estamos sexuados y ahí se
predeterminarán nuestras preferencias. Si nos gustan las personas de género distinto
a nosotros o del mismo. O si nacemos con
una combinación de cromosomas tal, que tenemos cuerpo de mujer pero nuestra
mente se siente hombre.
Ya llegamos así a este mundo locos, a este planeta de
humanos que un día, según cuenta la leyenda, fueron partidos por la mitad. Y es
una suerte. Como dice la canción de Barbra Stresiand, People: "la gente
que necesita a la gente, es la gente más afortunada del mundo".
Si eres feliz en tu burbuja, felicidades. Si no lo eres,
tranquilo, eres normal.