Una coach mexicana muy graciosa dice que los hombres son
como los autobuses. Cada cinco minutos pasa uno. Yo añadiría: de todos ellos,
el 70% prefieren tener placer solitario, o sea, masturbarse, en lugar de apostar
por una relación verdadera.
Hay casos más dramáticos, todos reales. Chavales entre 20 y
30 años que optan por pagar una prostituta un fin de semana al mes en lugar de
tener novia.
La soledad se está convirtiendo en un vicio. Si nos dan a
elegir entre aventurarse y quedarte como estás, la gran mayoría opta de cabeza
por el status quo, lo cual significa, o bien encadenar relaciones
insustanciales de sexo sin implicación emocional, o refugiarse en fantasías animadas.
Algunas proceden de tus recuerdos o de la recreación de tus recreos favoritos.
Otras son meros artículos de consumo, véase, porno.
Entre el camino del amor o el camino del miedo elegimos por
el camino del miedo. Y hablo de los
hombres porque, por regla general, son más miedosos que nosotras. Pero de esto
no se libra nadie.
La masturbación como forma de autoconocimiento y
gratificación personal me parece un instrumento maravilloso. Como sustituto de
las relaciones personales, sin embargo, es un horror. Y mucho me temo que vamos
de cabeza a sociedades donde la jornada laboral termina en soledad, frente a
una pantalla y, a veces, un salpicar de fluidos en lugares domésticos. Quizá la
pantalla de un teclado o de un Android.
Siento mostrar estas imágenes duras, feas, antipáticas pero
es que esa realidad lo es. Ya nos veo como los japoneses comprando bragas
usadas en las estaciones de metro para consumir tranquilamente en casa, a saber
de qué forma.
Las redes de tráfico de imágenes eróticas, explicitamente
sexuales y de pedofilia inundaron hace tiempo nuestros móviles. Según la prensa de esta semana, la Policía
Nacional ha desmantelado una red de distribución de pornografía infantil a
través de un grupo de la aplicación de mensajería WhatsApp del que formaban
parte trescientos usuarios; siete de ellos han sido detenidos. De estos
detenidos, atención, seis eran menores de edad. Espeluznante.
La masturbación es sana, no es un delito. Además, te evitas
contagiarte energías raras de los otros por no hablar de determinadas
infecciones, pero la masturbación como forma de vida es un disparate. Y no me
refiero al caso extremo del tráfico ilegal de distribución, venta y consumo de
pornografía de cualquier tipo.
La masturbación está bien para que los adolescentes descubran
su cuerpo; La masturbación es un remedio para las temporadas esas de sequía
donde nadie te embelesa, donde optas por la soledad para recomponerte por un
tiempo. La masturbación es perfecta para esas personas a las que les duele todo
el cuerpo y practicar sexo se les antoja poco menos que algo acrobático pero la
masturbación como sucedáneo eterno de las relaciones sexuales completas— piel
con piel— con alguien que amamos, nos gusta o nos despierta un deseo de fuegos
artificiales, es de una tristeza sin límites.
¿A qué le tenemos tanto miedo? La época de cazar mamuts ya
pasó. Los otros no son el problema. Los otros son, básicamente, como nosotros.
No son el enemigo.
Sin el otro se acabó la interacción, la comunicación, el
contacto, el diálogo, la transferencia de ideas y sentimientos. Sin el otro, no
hay referencias, pero es que no hay ni risas, ni calor, ni orgasmo perfecto,
que no es el sincronizado, no. El orgasmo perfecto es la satisfacción de ver
gozar al otro, tanto o más de lo que gozas tú. Sin eso, la vida no tiene puta
gracia.
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