Han vivido mucho, quizá sobrepasen los cincuenta. De pronto
se dan cuenta de que su piel no es tan firme como hace siquiera ocho años, que
las canas se han adueñado de buena parte de la cabeza, que las caminatas se
hacen más pesadas y que, aunque gocen de buena salud, algunos pequeños estorbos
son recurrentes. Pero por dentro son
eternos. Son los jóvenes de hace treinta años y aún saben que tienen una buena
parte de vida por delante.
Los madurescentes han vivido lo suficiente para saber lo que
ya no quieren. Tal vez han perdido demasiado tiempo con personas con las que no
encajaban o han intentado desdibujarse para sentirse integrados en universos
que finalmente los han rechazado como una pieza perdida de un puzle. O quizá,
ellos mismos se han dado cuenta de que no se han integrado ni falta que les
hace. Al contario, celebran su singularidad.
A veces, en esas edades maduras encuentran por fin al primer
amor. A esa pareja que les comprende, con la que hablan el mismo idioma. Con la
sabiduría de lo vivido, rehúsan perder el tiempo en discusiones banales, en
laberintos sin salida, en peleas infructuosas. Se enfocan en lo positivo, en lo
que les queda, en lo que disfrutan y no en lo que les falta. Si tienen un
problema, son capaces de hablarlo con su pareja sin tabúes ni complejos.
Atentos, porque los madurescentes dominarán el mundo y en
breve serán mayoría, si acaso no lo son ya. Atentos, porque la vida empieza
a los cincuenta y la sexualidad se vuelve más rica y creativa. Las
conversaciones más profundas y la gastronomía más variada y saludable.
A partir de ahora, ellos serán el público objetivo. Cierto,
no los llamarán para las entrevistas de trabajo, los mirarán con cara rara si
deciden comenzar unos estudios a esta edad o aprender una disciplina musical. Que
miren, a ellos qué.
El madurescente posee el fuego en su interior, una
infinita curiosidad por casi todo, una prisa por vivir todo lo que queda
pendiente, un deseo por disfrutar de cada pequeño detalle que regala la
existencia. Habrá días difíciles. Es posible que alguno de sus coetáneos los
miren como bichos raros. Acaso sus hijos pueden pensar que mean fuera de tiesto,
pero ellos no se saldrán de su camino porque les va la vida en ello. LA VIDA,
así, en mayúsculas.
Los hay que se rindieron, que con determinados años se acogieron
al patrón de sus ancestros y no se mueven un milímetro del molde establecido y
los hay que deciden romperlo, salir de la famosa zona de confort, incluso
superar obstáculos y padecer los inevitables momentos de pánico porque saben
que, incluso esa incomodidad del principio, es sólo el primer paso de un nuevo
tipo de cotidianidad.
Experimentar la intensidad y el placer son sus preceptos.
Cuidar los afectos, el diálogo, el medioambiente y a quienes aman, prioridades
incuestionables.
Los madurescentes están entre nosotros con ese brillo
especial en la mirada, quizá usted sea uno de ellos.
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