El querido compañero e insigne periodista, Chimo García
Cruz, es uno de los prologuistas de mi próximo libro que se va a titular PuntoG; una recopilación de artículos que han ido apareciendo desde el año 2009
en este periódico que leen ustedes. Y sí, siento comunicarles que aquí voy a
seguir incordiando al personal todo el tiempo que me dejen. Late en mi un
Winston Churchill, incapaz de estarse quieta, de parar la cabeza, aunque
algunos prefieran que me largue. Pero no. Resistiré. Todo sea por la libertad
de expresión, incluso por molestar, como dicen en el Caribe.
Chimo ha escrito algo tan precioso y verdadero que me puso
al borde de las lágrimas. Los grandes periodistas son así, llegan al fondo de
tu alma con tan sólo un vistazo. Desde aquí te lo digo, eres el único del
periódico, salvo Manuel Madrid, que me ha escrito un whatsapp para felicitarme
por un artículo mio y esto te honra y me honra.
Diréis que este Punto G es algo endogámico. Lo es. Pero ya
he escrito del pin parental, a mi modo, en otros artículos, y de esos otros
asuntos que hoy nos sacuden la realidad. Como unas falsas violadas de Oregón y
unos no violadores afganos.
Hoy me dejo esos temas que tanto me fascinan por otro asunto
que me fascina por igual: los periodistas de raza, los maravillosos compañeros
con los que he compartido travesías, viajes cortos y algún que otro
transoceánico. Y permíteme, querido compañero, que escriba sobre ti. Aunque sea
un poquito.
Esta profesión tan denostada no se paga con todo el oro del
mundo porque además de dejarte los cuernos has de intentar ser buena persona y
hasta donde llego, todos mis compañeros lo son.
Algunos, simplemente, perdieron
su ego por el camino y piensan en su trabajo como un modo de aportar a la
sociedad algo tan necesario hoy día: información veraz. Y contrastan, e
investigan y pelean por una noticia, porque los demás conozcan la verdad,
aunque esa verdad suponga, como dice Chimo, dar collejas a troche y moche.
Todos los periodistas llevamos un Pepito Grillo dentro.
Cierto, a veces somos un poco pesados, pero pensad que siempre somos más duros
con nosotros mismos que con el resto, por raro que os pueda parecer. Que esta
profesión tan hermosa a veces es un ejercicio de masoquismo poco saludable y
que el lector no se entera ni de la cuarta parte de los acontecimientos e
intrahistorias que rodean una noticia.
A veces, en el camino de intentar ser fieles a la realidad a
toda costa, perdemos cosas. Familiares que nos ven poco, hijos que crecen sin
tu presencia constante, la inestabilidad laboral y económica forever and ever
o, incluso, un poquito de salud.
Una que está en otro camino, en el camino del exilio, admira
hasta las lágrimas a personas como Chimo. Se queda muda ante su generosidad, su
ilusión, su empuje.
Esta exiliada te las gracias, Chimo. Como se les dice a los
grandes del flamenco: no te mueras nunca.
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