lunes, marzo 09, 2020

Volver al origen




La única constante de la vida es el cambio. Sin poderlo remediar, los años pasan, los negocios abren y cierran, nos salen canas, arrugas, los jóvenes empujan por abrirse paso, por sembrar de futuro lo que ellos consideran el pasado y que nosotros alimentamos como nuestro presente.
Todo cambia, sí. Aunque a veces nos resistamos y amemos los valores del pasado: el respeto, la lealtad, la honestidad, la sana competencia, nada de tirarle arena en los ojos al otro sino, desde la admiración, querer ser como él, quizá superarle, pero sin perder un gramo del aprecio, del reconocimiento. Ser como el mejor de tus admirados ejemplos para sumarte y sumarle, no para restar.

Estos valores te impiden anclarte en la crítica gratuita. Jamás ascenderás pisando la cabeza de nadie, ni insultando o menospreciando el trabajo de un colega. Pero estos valores, me temo, pertenecen a esta misma generación. Mi generación. La que trabajaba 18 horas al día por una noticia sin importar si te pagaban o no. A la que le brillaban los ojos cuando encontraba un filón informativo.

Siempre admiré a mis mayores. Lo sigo haciendo. Entiendo que la edad no resta valor al ser humano. Alguien que merece la pena aprende de las experiencias y se hace más grande. En la era del éxito rápido, del selfie y de los resultados a golpe de clic, los más jóvenes se pierden la satisfacción de pelear de verdad por encontrar la veta de oro. Por transformar de algún modo, —modestamente, desde una columna, un reportaje u otro trabajo— un pedacito de la sociedad.

Yo invito a los más jóvenes a volver al origen. A que dejen de perseguir likes en las redes sociales, a que salgan de los parques temáticos y se atrevan a mezclarse con los que son diferentes a ellos. Sobre todo, diferentes en cultura, edad y clase social. A que eviten los atajos. Llegarán a la meta veloces, pero ¿a costa de qué?

Yo siempre lo tuve muy claro. Todo cambia, sin duda, pero hay valores a los que uno debe aferrarse en estos tiempos de palabras pantanosas; tiempos de “tengo estos principios…Si no le gustan, tengo otros”.

Las variaciones son hermosas, como las variaciones Goldberg de las obras de Bach, más la esencia, la bondad que permanece intrínseca en los humanos y en las cosas no debiera cambiar; El respeto a los compromisos, a la palabra dada; el respeto a tus colegas de profesión, a tus mentores y maestros; el respeto a los que amas, incluso a los que odias.

Siento que nos estamos perdiendo y que sólo encuentro los valores genuinos de ese permanecer en lo esencial, a pesar del cambio, en los clásicos del cine. Y eso sí que no me gusta. Que cambie todo, claro que sí. El cambio es la vida, la renovación, pero volvamos al origen. Al bueno, bello y verdadero. Huyamos de los personajes fatuos, de los latiguillos verbales. Huyamos de lo aparentemente fácil. Huyamos de la mentira.

1 comentario:

Beauséant dijo...

Es un tema que me parece complicado...

Es decir, por un lado es normal que nos creamos que lo nuestro ha sido mejor, nuestros valores, nuestro comportamiento se encuentran por encima de las generaciones que vinieron después.

Pero, claro, las generaciones que vinieron después tomaron los valores y las ideas de la nuestra, así que algo no logramos transmitir bien o se quedo por el camino.

Es cierto que ahora todo parece que tiene que ser fugaz e inmediato. Los likes, los vídeos de dos minutos que sólo entretienen. Todo es consumo sin consecuencias y sin invitar a pensar...

Tiempos raros, supongo... será cosa de la edad ;)