Según los psicólogos existen tres tipos de celos: los celos
reactivos, que son los más normales y se producen como consecuencia de un
elemento externo evidente; los celos posesivos o territoriales, en los que
creemos que la pareja nos pertenece y limitamos su libertad individual y, los
peores, que son los celos ansiosos. Esos que carecen de motivo fundado, que
siempre están ahí, y que los impulsa la baja autoestima o una pésima relación
con el género opuesto por, quizá experiencias anteriores, incluso la infancia.
Resulta que estos, los peores, son los más comunes, lo cual
me preocupa. No podemos ir por la vida desconfiando siempre del otro, a menos
que queramos mantener cierta cordura y equilibrio mental. Me pregunto si España
es un país de celosos ansiosos y siempre andamos temiéndonos lo peor. Es más,
lo traslado fuera del ámbito de la pareja. ¿Cómo queremos llegar lejos como
país desconfiando siempre del otro?
¿Es España un país de pillos, bribones y pícaros? Quizá sea
el mito, o no. ¿Pero es lo que realmente nos conviene como sociedad?
¿Seremos siempre ese país dividido que dice una cosa a la
cara y otra a la espalda? ¿Qué hace del trilerismo virtud, en lugar de exponer
a las claras nuestros mensajes e intenciones?
He pensado mucho en esta sociedad hipócrita, como lo suelen
ser todas las sociedades de la vieja Europa, en las que lo que no se permite
es, precisamente, ir de frente, con tu verdad por delante. Demasiada claridad
genera, tachán, la palabra mágica: desconfianza.
Los usual es que uno diga una cosa, aunque en el fondo quiera
decir otra. Lo usual es que sienta celos, no quizá ya tanto de la pareja que la
tiene muy vista, pero sí del compañero de trabajo, del colega que asciende, del
vecino que tiene un coche más grande o del amigo nuevo que se integra en un
grupo y que, de pronto, acapara toda la atención.
Si nos va bien entonces pensamos en todo lo que nos hicieron
pasar para llegar a esto y guardamos secretas rencillas con toda esa gente con
la que compartimos incluso los días. De verdad, qué tristeza.
Entiendo que la historia y la cultura nos marcan, pero ¿por
qué aferrarnos a nuestro apartado más negro e insolidario? Estamos a tiempo de
rescatar el espíritu y la convivencia generada en los años de la transición. A
tiempo de mirar al otro con respeto y no con odio y de erradicar la desconfianza
generalizada. De lo contrario, seguiremos siendo una sociedad de inmaduros
incapaz de trazar y cumplir metas porque siempre estará vigilando el camino de
los demás, en lugar del propio.
El Estado confianza en sus ciudadanos. Los ciudadanos confianza
en el Estado ¿No sería genial? Es evidente que estamos muy lejos de eso y no
voy a lanzar culpas ni recriminaciones. Tampoco abogo por una ingenuidad
lapidaria y blandita de “todo va a salir bien”. Abogo por el sentido común, no
perder el horizonte, la meta y ejercer la confianza deliberada cuando sea
menester.
No hay comentarios:
Publicar un comentario