lunes, mayo 25, 2020

La desconfiada España




Según los psicólogos existen tres tipos de celos: los celos reactivos, que son los más normales y se producen como consecuencia de un elemento externo evidente; los celos posesivos o territoriales, en los que creemos que la pareja nos pertenece y limitamos su libertad individual y, los peores, que son los celos ansiosos. Esos que carecen de motivo fundado, que siempre están ahí, y que los impulsa la baja autoestima o una pésima relación con el género opuesto por, quizá experiencias anteriores, incluso la infancia.

Resulta que estos, los peores, son los más comunes, lo cual me preocupa. No podemos ir por la vida desconfiando siempre del otro, a menos que queramos mantener cierta cordura y equilibrio mental. Me pregunto si España es un país de celosos ansiosos y siempre andamos temiéndonos lo peor. Es más, lo traslado fuera del ámbito de la pareja. ¿Cómo queremos llegar lejos como país desconfiando siempre del otro?

¿Es España un país de pillos, bribones y pícaros? Quizá sea el mito, o no. ¿Pero es lo que realmente nos conviene como sociedad?

¿Seremos siempre ese país dividido que dice una cosa a la cara y otra a la espalda? ¿Qué hace del trilerismo virtud, en lugar de exponer a las claras nuestros mensajes e intenciones?

He pensado mucho en esta sociedad hipócrita, como lo suelen ser todas las sociedades de la vieja Europa, en las que lo que no se permite es, precisamente, ir de frente, con tu verdad por delante. Demasiada claridad genera, tachán, la palabra mágica: desconfianza.

Los usual es que uno diga una cosa, aunque en el fondo quiera decir otra. Lo usual es que sienta celos, no quizá ya tanto de la pareja que la tiene muy vista, pero sí del compañero de trabajo, del colega que asciende, del vecino que tiene un coche más grande o del amigo nuevo que se integra en un grupo y que, de pronto, acapara toda la atención.

Si nos va bien entonces pensamos en todo lo que nos hicieron pasar para llegar a esto y guardamos secretas rencillas con toda esa gente con la que compartimos incluso los días. De verdad, qué tristeza.

Entiendo que la historia y la cultura nos marcan, pero ¿por qué aferrarnos a nuestro apartado más negro e insolidario? Estamos a tiempo de rescatar el espíritu y la convivencia generada en los años de la transición. A tiempo de mirar al otro con respeto y no con odio y de erradicar la desconfianza generalizada. De lo contrario, seguiremos siendo una sociedad de inmaduros incapaz de trazar y cumplir metas porque siempre estará vigilando el camino de los demás, en lugar del propio.

El Estado confianza en sus ciudadanos. Los ciudadanos confianza en el Estado ¿No sería genial? Es evidente que estamos muy lejos de eso y no voy a lanzar culpas ni recriminaciones. Tampoco abogo por una ingenuidad lapidaria y blandita de “todo va a salir bien”. Abogo por el sentido común, no perder el horizonte, la meta y ejercer la confianza deliberada cuando sea menester.

  

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