Lo de ir tan protegidos contra el coronavirus es una buena metáfora
¿De qué? Aún no sabría decirlo, francamente, pero la mascarilla está a la
altura de la boca, quizá para no decir demasiadas inconveniencias. Y también te
tapa la nariz quizá para no aspirar el olor a rancio de determinados
pensamientos que se extienden como una peligrosa mancha de aceite por nuestro
país.
Mi hermano odia el hecho de llevar mascarilla. Dice que es
un burka y quizá en parte no le falte razón. Es también un modo de
uniformarnos. De borrarnos la sonrisa de la cara y de arrebatarnos un poquito
esa personalidad que se nos escapa por la comisura de los labios.
Los líderes salen a la palestra, sin embargo, sin mascarilla
y algunos hacen alarde de un ego gigantesco porque sí, porque pueden. Porque tú
llevas mascarilla y ellos no, eso los legitima a abandonar el respeto en
ocasiones y la cortesía parlamentaria casi siempre.
Estoy harta de tanta crispación sin mascarilla. Mientras nosotros
miramos el horizonte con preocupación, ellos siembran palabras y acusaciones y
se dicen en voz alta proclamas peligrosas. Y ya sabéis lo poderosa que es la palabra.
Nombrar es crear aquello que se nombra. Así que ojo, con lo que decimos. Los
cabalistas dicen que las palabras crean ángeles y crean demonios. No son inofensivas.
Los ciudadanos quieren soluciones y no palabras, menos aun
las que se han escuchado estas semanas por parte de los políticos. Por respeto
a los muertos y a los vivos. Porque llevar mascarillas no nos convierte en
estúpidos, si acaso, en precavidos.
Ojalá el virus se aparte durante el estío y podamos lucir
boca y sonrisa, podamos besar en el centro comercial y en una plaza concurrida.
Ojalá los políticos aprendan a distinguir el brutal y peligroso ego de la sana
autoestima. Ojalá las mascarillas acaben en el cajón del olvido y no en el
suelo, ya vemos demasiadas convertidas en basura. Ojalá esto pase rápido y se
convierta en una pesadilla tonta que contar a nuestros nietos, pero, mientras
tanto, un poco de por favor, señores políticos, si es que alguno me lee.
De momento, me siento feliz, con una felicidad aprendida. Y
los abrazos y los besos y las risas del reencuentro son más risas. Tenemos la
gran suerte de estar vivos, aunque muchos se hayan quedado por el camino.
Las mascarillas metafóricas sí que deberían ir al suelo para
que hablemos con libertad y con cabeza, claro, y que el olfato nos lleve a las
ricas viandas, aunque habrá momentos en los que nos toque oler ese desastre que
es el Mar Menor.
Ahora que se ha aprobado el ingreso mínimo vital, muchos
vivirán con algo menos de miedo y desconsuelo. Espero que todos esos que hablan
de paguita queden al descubierto, sin mascarilla, para que no olvidemos sus
caras, esas caras que siempre han dado la espalda al más necesitado o lo han
acusado de vago y maleante.
Mascarillas al suelo y arriba los corazones.
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