Para el que no se ha ido, que llegue septiembre es casi un alivio. Regresar a la normalidad, podar las plantas, sustituir a las que no sobrevivieron, ordenar de nuevo el hogar y que todo quede listo para que no nos pille el comienzo de curso desprevenidos.
Y aún así, un gusanillo interior --de los buenos, de los agradables-- hacen que uno desee septiembre y el otoño y, siempre, siempre, la lluvia.
Se abren muchas puertas. Otras se cerrarán. Y aunque uno no se ha ido y no ha descansado lo suficiente, se pregunta si desconectar, esa palabra que odio, es permitido para las mentes creadoras.
Yo creo que no.
¿Desconectar de mi fantasía?¿De la necesidad constante de evolucionar, hacer cosas nuevas, de aprender?
Desconectar está prohibido para las mentes inquietas. Uno puede pasear por la playa sin hacer clic ni un segundo. Es más, las olas te murmullan de ir por aquí y por allá.
No sé vosotros, pero estoy deseando pisar mi casa. Hacerla de nuevo mi casa y recuperar las costumbres que me dan seguridad ¿Qué seríamos sin ellas?. Tener la rutina del blog, de visitar a los amigos y que, al llegar la noche, un ligero frío se prenda a la piel, apetezca cubrirse con una bata china de color azul brillante e imitación a la seda. Y que suene Sinatra, que repiquetee lluvia tras los cristales y los niños aprendan monotonía.