El suelo de Los Ángeles
rebosa
de huesos gloriosos,
polvos gloriosos,
quizá enamorados.
L.A. empantanado
de soledad y
abrumador desconcierto.
Es un cementerio gigante,
un camping de
fantasmas que
se recuestan
en las
gráciles palmeras,
entre Olive y La Brea.
En la cutrez
de las esquinas de Vine,
antaño tan creativas
y gloriosas.
A la sombra de
Capitol Records,
mendigos.
A la sombra del
Beverly Hills Hotel,
profesores de tenis
que esperan el bus
para bajar al centro.
Vemos que L.A
es un cementerio gigante
en la huella fósil
de las estrellas
fugaces.
Manos y cemento.
Memento mori,
semen que
se llevó el viento.
El Chinese Theatre,
exhibe asfalto
de señales, huellas y flores,
como lápidas y cenotafios
de lo insabile.
Ni Rita, ni Tyron,
ni tan siquiera
Clooney serán ya lo que
eran.
En L.A hay niñas que mueren
en La bañera
al mezclar
barbitúricos y pena.
El suelo de L.A.
rebosa de
asfalto tembloroso.
Luces brillantes
y oscuridad
de diamantes.
Baches, calles
ocres descampados
turistas,
perdidos
curiosos y colgados.
El suelo de L.A
apenas si recuerda
su épica y su leyenda.
No pregunten a un
empleado del Chateau
Marmont por
Greta Garbo.
Ni en qué habitación
Billy Wilder
habitó cuatro años
en un cuarto de baño.
Indigente y superviviente
gracias a la sopa
en lata.
y latas de sueños.
Y genio, y talento.
El suelo de Los
Ángeles parece
Un suelo muerto.
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