Burton y Taylor se adoraban y se odiaban. Luchaban, se gritaban y luego hacían el amor con desesperación. En el rodaje de Cleopatra, cuando él conoció a ella y viceversa, no había manera de separarlos, unidos por ese potente pegamento que es la atracción. Una atracción que se transformó en uno de los romances épicos de Hollywood.
La relación fue tortuosa en un principio por estar ambos casados cuando se conocieron en 1962 y porque la creyente Liz se zambulló en una piscina de culpabilidad e indecisión hasta hacer oficial el final de su matrimonio con Eddie Fisher. Un Eddie Fisher que no se quiso dar por enterado del final de su matrimonio hasta que no lo vio publicado en los tabloides de toda América
La decisión de romper su familia feliz por Burton le creaba continuas angustias. Burton parecía ajeno a ellas. Una noche, en esas habituales y tormentosas discusiones le dijo: "Estoy dispuesta a todo por ti, incluso a matarme por ti".
Burton le contestó: "eso es muy fácil de decir".
Desde que se conocieron Uno encontró en el otro lo que necesitaba para ser “feliz”, para alimentar quizá su arte. Eran adictos al drama, a la bronca, a las reconciliaciones. Hacían estallar botellas en el aire o se las bebían sin contemplaciones.
Taylor y Elizabet vivieron diez años juntos. Se divorciaron y se volvieron a casar 16 meses después…aunque, en esta ocasión, las segundas partes fueron capítulos más amargos que los Días de vino y rosas y no duraron ni 7 meses como nuevo matrimonio.
Ambos se profesaban admiración mutua. Él la consideraba: “la mejor actriz del mundo y junto con tu belleza componen una irrepetible combinación”. Ella adoraba su voz, aprendía trabajando con él.
La versión radiofónica de este reportaje, pinchando aquí.
2 comentarios:
Fascinante.
Fascinante.
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