¿Acaso alguien no llamaría a la policía en caso de malos
tratos? Tu vecina grita ¿y tú no vas a hacer nada? Lo dudo mucho. Creo que,
salvo excepciones, todos actuamos cuando un llanto desgarra la noche, oyes
golpes al otro lado de las paredes o los insultos y vejaciones se escapan por
las ventanas.
En caso de maltrato, llama. Pues claro ¿Quién no lo haría?
De hecho, lo único positivo que saco en claro del confinamiento es que el
sentimiento de comunidad cada día es más grande.
Todo suma. Las campañas contra el maltrato femenino me
parecen positivas, pero no olvidemos que una mujer que vive en una relación de
maltrato o que es víctima de las redes de prostitución está confinada siempre.
Cada día. Cada hora. No son dueñas de su libertad.
Pedir a los vecinos que alerten a la policía del maltrato a
una mujer es algo positivo, pero me falta la otra pata: la de la educación y la
prevención. Entiendo que eso son planes a largo plazo y la política no se quita
las gafas de cerca casi nunca. Las campañas están muy bien, pero estas se
contradicen con medidas como el pin parental. Porque el primer paso para
evitar el maltrato es la educación sexo-afectiva. Ni más, ni menos.
Si una mujer crece creyendo que el amor cuanto más difícil,
mejor, caerá en estas relaciones tóxicas de dependencia. Y el fallo no está en
hombres ni mujeres, salvo que nazcan con un perfil psicopático. Hay patrones
errados que perpetuamos sin percatarnos porque todos somos víctimas del mito
del amor romántico que la cultura nos inyecta en vena desde el medievo. El amor
no es dolor, ni distancia, ni ausencia, ni, por supuesto, miedo.
Una chica me contó un día en confianza que sentía miedo de
su marido. Está casada y, no sólo eso, tiene una hija. Le dije que el amor es
la antítesis del miedo. No podía entender ese tipo de relación. Lo comprendí de
inmediato cuando me contó que ese mismo miedo lo sentía por su padre, alguien
con una esquizofrenia severa. Tenía el patrón interiorizado del miedo. Esos
patrones aprendidos los repetimos casi sin remedio, si no ponemos freno a esta
espiral del demonio.
La educación, aunque a más a largo plazo, son semillas de
futuro y evitarán que mujeres y hombres caigan en relaciones enfermas de
dependencia y agresión; de víctimas y victimarios.
El buen funcionamiento de la economía es importante pero aún
más la creación de lazos afectivos saludables y positivos.
El amor no son
comedias románticas o novelones dramáticos, el amor conforma los cimientos de
sociedades saludables con relaciones felices; sociedades que, a la postre, son fuertes
en momentos como este para hacer frente a la adversidad y la incertidumbre.
1 comentario:
Hola, Lola. Pues mira, yo me he encontrado en situaciones en las que tuve que intervenir y en las que la gente no llamaba, sólo se miraban entre ellos con caras asustadas o de incredulidad y finalmente de sorpresa. Un día, mi ánimo de meterme en líos ajenos desafortunados va a convertirlos en líos propios, desgraciadamente.
Yo siempre pensé que el fondo de la cuestión era la educación, como tú. El fondo de todo, en realidad, pues es la que nos forma o nos deforma. Hoy en día ya no pienso eso, creo que el problema de fondo es lo que la precede: el consenso para la educación. O, por decirlo de otra manera, la educación en sí misma, como valor, no como forma.
Pero bueno, seguramente me equivocaré. Perdona por la extensión del comentario, es un tema interesante que me daría para extenderme muchísimo más. Un saludo.
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