Siete años tardan las almas torturadas en llegar al cielo. Dicen que "El paraíso" ya no es lo que era, que se ha llenado de urbanizaciones con piscina y tienen "El edén" que da pena. Apenas quedan mangós y palmeras y estas miran al subsuelo en lugar de a las alturas, porque al estar en el cielo, la gloria pierde interés. Ya se sabe que queremos lo que no tenemos.
Como quizá maldecías a menudo, la guagua para llegar al diosito se ha hecho esperar. En ese caso, menuda me espera, porque heredé tu boquita de piñón y también en ocasiones ese "pronto" que ni siquera uno sospecha.
Espero que allí seas feliz, cocinando patitos de masa de hojaldre, mirando desde arriba lo hermoso que está el nieto que no conociste y riendo de buena gana porque los genes del "Marchena" están presentes en muchos de sus gestos y en esos cojones impropios para un niño de tres años. Es celosito y posesivo. Quiere a su gente cerca, como tú. Lo que pasa es que al final dejaste de luchar por lo imposible. La niña se fue pronto y ¿Para qué perseguirla? Lo mejor era mostrarle tu enfado con un silencio atroz. Pero ya no hay silencio. Creo que has vencido y has llegado a tu cocina celestial de dimensiones versallescas para dibujar palabras en tartas de boda, ayudado por la manga pastelera y por el merengue. Si es que eras un artista. Y un incomprendido. Y nunca nos habíamos dado cuenta.
Siete años sin ti. Y me parece terrible que no estés para enseñar a nadar al nene. Que por eso se resiste. Porque sabe --sin saber que sabe-- que su maestro no está. Y mira su fotografía. Una imagen sonriente, de las pocas que tienes, con una langosta empitonada. Y pregunta porqué el abuelito está muerto y porqué nunca hablamos de él. Quizá sea una historia demasiado triste para contar a un niño, pero también son atroces los finales de las leyendas, los lobos que comen carne humana, los padres que abandonan a sus hijos en el bosque.
Puede que haya llegado el momento de entenderte, al menos de intentarlo, y que vivas entre nosotros sin nosotros. Y que vivas en ese cielo con nubes de nata montada, contento, como este chiquillo que alegra la casa.