Tengo una amiga a la que no puedo ver siempre que nos apetece. Hacemos planes que nunca se cumplen. Un tratamiento la deja echa polvo. En ocasiones días y días y días. Otra amiga, con la que he compartido risas, tardes de niños y algún proyecto futuro se lo pasa del sofá a la cama cuando le toca tratamiento. Y creía que en unas pocas sesiones se curaría de su mal. Pronto le harán otra intervención.
Hoy me he enterado de algo terrible. Ha fallecido la mujer de uno de mis novietes de juventud. Deja a mi amigo sólo con dos hijos de siete y nueve. "Pero lo llevan bien, no sabes como son los niños para asumir estas cosas". Y mi amigo. Tan animoso como de costumbre. Hoy le habría puesto un monumento.
Otra conocida, una mujer encantadora, llena de vida y alegría, también está enferma. Lo de siempre. Los tratamientos en Pamplona, las secuelas de los tratamientos. El puto tratamiento que no sé si cura, pero que los mata en vida. Todo sea por agarrarse a los días con tesón. Por amor a los tuyos. Porque sí. Porque rendirse es lo último.
Y sí. Es cierto lo que se dice. La impotencia absoluta ante ellos. Que no están para nadie aunque quisieran estarlo. Que están encarcelados en un cuerpo que se les rebela. Que el puto cáncer, la enfermedad innombrable, se está cebando con mucha gente cercana y lejana. Y que, por desgracia, casi nada se puede hacer...salvo luchar.
Les admiro por su entereza. Porque en una sociedad sin valores ellos tienen el valor...el gran valor de resistir. Porque son valiosos con y sin cáncer. Pero yo quisiera que estuvieran SIN para siempre.