No me gusta poner flores a los muertos. Me encanta regalársela a los vivos que las pueden disfrutar. Odio las ceremonias funerarias y los homenajes póstumos y los ensalmos a fantasmas que no podrán escuchar la belleza de nuestras palabras.
No entiendo la santificación automática del muerto por el hecho de morir. La defunción no regala un halo de santidad.
No me gusta la costumbre tan fea que tenemos de esperar a que alguien se muera para darle un premio, un galardón o montarle una fundación cuando, quizá, en los últimos años de su vida estuvo triste, sólo y amargado.
Por eso, esta humilde flor para todos mis amigos vivos. Para los desconocidos bloggers que muestran una generosidad sin límites, regalando cariño, afecto a una perfecta desconocida.
Resulta triste que dos personas que se quieran, del modo que sea, se enemisten o distancien porque la naturaleza de su amor no sea semejante. La muerte en vida de la amistad, de los lazos del entendimiento y el cariño me resulta más patética que La Parca arrancando malas hierbas con sus hachazos.
Mi alma se viste de luto cuando un amor, del tipo que sea, se tira al cubo de la basura porque el deseo se mete por medio como un hierbajo que todo lo malogra.
La posesión, la dominación y el orgullo son lápidas poderosas para enterrar a los seres queridos. No hace falta que estiren la pata.
Amor para los vivos. Dulces encuentros, bellos cumplidos. Mimemos a quienes todavía tienen cerebro y corazón para recibir con entusiasmo la amistad, el cariño verdadero --ese que ni se compra ni se vende --y un abrazo chillao para todos vosotros.