sábado, marzo 31, 2012

Espejito, espejio: los cuentos tradicionales más vigentes que nunca



Lo confieso: vivo atrapada en los espejos, sueño con atravesarlos y colarme en el país de las maravillas. No soy la única. Somos legión y, al contrario que la madrastra de Blancanieves, secuestrada por su narcisismo, vanidad y ambición sin límites, nosotras somos prisioneras de nuestro reflejo por pura inseguridad. La marquetería audiovisual repite una y otra vez los arquetipos de la doncella y la górgona y, claro, nadie quiere ser la reencarnación de medusa. Ser doncella eternamente es imposible y ser doncella flaca no está al alcance de todas. La cenicienta nos enseña que seamos hacendosas y buenas, pero, sobre todo, flacas, para que nos quepa ese zapatito de cristal.

Reconozcámoslo: la presión brutal ejercida en las mujeres en pos de una perfección ultraterrena se sumerge en la noche de los tiempos. Y desde entonces, los espejos son nuestros aliados, nuestros coroneles de acero. Nos castigan, nos besan, nos maltratan, nos premian. Me miro mucho en los espejos y no siempre me gusta lo que veo. En ocasiones caigo en un trance extraño y soy de nuevo aquella niña rechoncha llena de complejos, aislada a la que el destino jamás le dio una palmadita en la espalda. Pero ahí estaba mi espejo, aguardándome en la penumbra del cuarto de baño, en la sala de baile, en las películas de Rita Hayworth. El espejo era la puerta a un mundo feliz. Cuando leí “Alicia” todo me resultaba familiar.

¿Qué es el arte si no un reflejo? La pintura es un espejo; la música llena nuestra mente de imágenes. La buena literatura nos devuelve una y otra vez a nosotros mismos, al Quijote idealista, a la niña mala, sin compasión del enamorado; a la casquivana Madame Bovary, estúpida, que confía en el cobarde equivocado, que se sumerge en libros-espejo, a la búsqueda de otras vidas posibles.

Los cuentos de hadas se reproducen con precisión milimétrica, ahora, en estos momentos. Hay manzanas envenenadas con aspecto jugoso, como las famosas modelos y actrices que no comen pero sí beben, víctimas de una nueva patología denominada alcohorexia; y late, como un compás inextinguible, esa pregunta: “Espejito, espejito, ¿quién es la más bella?"

Las señales son inequívocas: todo nos empuja a ser las eternas doncellas encerradas en lo más alto de la más alta torre por las que no pasa el tiempo. Por las que no pasa nadie, dicho sea de paso. Enclaustradas con nuestras pociones (las cremas antiarrugas) con nuestros elixires de la eterna juventud (vitaminas, antioxidantes), esperando a un príncipe gilipollas que nunca llega. Pero es que nunca. Chicas, desde aquí os lo digo: a tomar por saco el príncipe. Tacones sí porque nos gustan; rouge- Blancanieves también porque nos otorga valentía, y espejos para traspasarlos, para jugar sin morir en el narcisismo, que, total, no nos lleva a ninguna parte. No esperéis a ese idiota apollardado de sangre supuestamente azul. Mejor divertíos con los enanitos, que son más cachondos; no nos exigen ser frías como el mármol – a mí no me sale—, y repetid conmigo el mantra de Meryl Streep: “La inseguridad es mi amiga”.

1 comentario:

Meternura dijo...

Me gusta tu blog.

Un saludo.