miércoles, abril 20, 2016

Del sexting a la sextorsión



  El sexo como moneda de cambio no es algo nuevo. En la Edad Media ya existía el derecho de pernada. El señor feudal podía hacer uso de este abuso y acostarse con la mujer de su siervo en la noche de bodas. Repugnante. El sexo sin procreación estaba mal visto Sin embargo, esta norma injusta, perpetuada por la coerción que otorga el poder, se consentía. Bravo.

  La sextorsión es otra cosa. Es un chantaje. A veces, la moneda de cambio es sexo el silencio. En otras, dinero :"Me devuelves mis desnudos y mi paz y te daré lo que me pides/exiges". Ambas prácticas son terribles e injustas y, sí, no me duelen prendas en calificarlas como lo que son: delitos.

 Lo más triste de todo es que lo que para muchos comienza como un juego inocente se convierte en una auténtica pesadilla. Hace tiempo hablamos de los riesgos del sexting. Ya saben, esa moda de pasarse fotos en poses insinuantes o mostrando partes del cuerpo desnudas. Estas tonterías que incluso podemos hacer los adultos pero que llevan a cabo con  más frecuencia los adolescentes, quizá ignorantes de los riesgos que conlleva.

 Sólo daré dos leyes incontestables: cualquier contenido relacionado con tu persona que se comparte con otra ya es libre. Dejas de tener cualquier clase de control sobre ello, ya sean secretos o fotos subidas de tono. La segunda ley es una muy conocida: que tu mano izquierda no sepa que hace la derecha y si te va tanto la marcha como para ir enviando imágenes de partes de tu cuerpo, mejor córtate la cabeza (metafóricamente hablando, que no salga tu cara, vamos). 

Evitarás riesgos innecesarios En la sextorsión también hay engaño. Muchos usuarios captan a sus víctimas a través de la red Tinder, haciéndose pasar por humanos cuando en realidad uno interactúa con una máquina o bot. Así que, mucho ojo con las amistades que nuestros hijos hacen vía on line.

Por supuesto, la suplantación de personalidad está a la orden del día, cualquier cosa es válida para conseguir esta mercancía valiosa intercambiable por sexo o por dinero. Hay hackers que entran en el ordenador,  encienden tu webcam y te graban sin que te percates. Por eso es aconsejable no sólo tenerla apagada si no colocada en lugares poco comprometidos. Los modos y formas de conseguir fotografías y desnudos varían aunque no cabe duda que casi siempre se juega con la inocencia y la buena fe de muchos usuarios.

 Acaban de conocerse dos nuevos casos de sextorsión en Cuenca pero este delito es antiguo. Como tal, y con esta denominación, se conoce en Estados Unidos desde 1950. Lo que ha cambiado es el modo de acceder al material sensible y lo peligrosamente fácil que es exponer nuestra imagen a los demás, gracias a las nuevas tecnologías. La pregunta que me hago es por qué algo tan trivial como es un cuerpo desnudo provoca tanta expectación y levanta tantas pasiones. Después de todo, cada cual tiene sus órganos genitales.
¿Qué es lo que excita al voyeur? ¿Saber que esas imágenes se han obtenido por medios ilícitos? ¿El robo y la agresión que supone conseguir sexo por esas vías menos habituales donde no priman seductores ni seducidos sino una relación de poder y opresión? Lo preocupante para mi es la impunidad con la que todavía muchas personas ejercen estos delitos, la cantidad de jóvenes y adolescentes que sufren por estos chantajes y la dificultad de acceder a los agresores, cuya identidad casi siempre permanece oculta o falseada.
 En este caso, una imagen no vale más que mil palabras. Vale por vejaciones y vale por abusos.

El porno y la tontuna

 


 Ver porno nos hace más tontos. Eso es lo que concluye un estudio de Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Berlín. No entiendo por qué las personas humanas nos prestamos a estas majaderías ¿Acaso no sospechan dentro de dos años harán otro estudio que desmentirá el anterior? ¿Y qué íbamos hacer los periodistas para amenizarles el fin de semana? Ay, señor.

El porno, siempre tan controvertido.

 El experimento lo hicieron con  64 hombres de entre 21 y 45 años que veían pornografía al menos cuatro horas semanales ¿El resultado? cuanta más pornografía consumía un hombre, más se deterioraban las conexiones neuronales entre el cuerpo estriado de su cerebro y la corteza cerebral: zona encargada de la toma de decisiones, el comportamiento y la motivación. Imagino que en otros lares menos científicos, a ese fenómeno se le llama encoñamiento.

Lo que me disgusta —francamente queridos, desde este lar lo tengo que decir—es que prefiráis la ficción a la realidad. Y no me cansaré de repetirlo. El porno no es verdad. En ese sentido, es igual de nocivo que las comedias románticas; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Sobre los estudios tengo mis reservas. Es absurdo generalizar porque el porno es diverso, como los seres vivos, los insectos y hasta las macetas. Cada quién es cada cual. Y si ver porno durante cuatro horas semanales nos reseca la materia gris, no digamos otras bazofias audiovisuales menos gratificantes.

 Los autores de este trabajo añaden que el porno altera la plasticidad neuronal. Para que me entiendan, nos da tanto gustirrín que engancha. Es un subidón de dopamina fácil, sencillo. A sólo un clic. Y nos gustan no sólo los subidones de dopamina, sino los subidones gratis: sin costes emocionales ni dinerarios.

 También remarcan que esto no es un causa-efecto. Así que, la industria del porno ya puede relajar los esfínteres que el 84% de los hombres del mundo occidental seguirán consumiendo este producto artificial y cada día menos elaborado. Yo, más que del porno, soy partidaria de la erótica. Me aburre ver tanto pene y tanta vagina. Los actores parecen de plástico, rociados con aceites y fluidos varios y, sobre todo, es que el porno es como un cocido pero sin confeccionar.

Su morcilla, sus garbanzos, su tocino, sus patatas, incluso sus callos pero todo ahí, puesto en la losa de la cocina a la falta de unas manos expertas que condimenten la materia prima.   Lo que sí es cierto es que las experiencias modifican la plasticidad de nuestro cerebro. Las experiencias nos condicionan. Las positivas, las negativas. Ya nada vuelve a ser como antes. Por eso, yo invertiría el orden del estudio. Señores científicos, averigüen qué vivencias alteran nuestro cerebro y nuestra percepción para que dejemos de hacer complicado lo simple. Dígannos qué hay que comer para no dejar nunca de soñar y para hacer realidad nuestros sueños sin aplastar los de los demás. ¿Existirá en el futuro un generador virtual de experiencias que nos ofrezca gratificación y recompensa en lugar de desdicha y castigo?

 El porno es una rama más de la insaciable, infatigable, omnivora y canibal industria del ocio. Nada más. Sinceramente, no creo que cuatro horas de porno a la semana nos conviertan en lerdos si no hay algo de lerditud en nuestro interior. Es un pasatiempo que sólo tiene un riesgo: aficionarse a vivir la sexualidad a través de otros. Como el que está enganchado a las series y desiste de salir de su casa a luchar por su vida. Es infinitamente más sencillo conseguir un orgasmo con un vibrador o con un rato de porno

  ¿Pero de verdad nos gusta siempre lo fácil? A mi, no.

La mitad de todo



"El pediría en caso de divorcio la mitad de todo dijo él. Medio sofá, medio televisor, media casa de campo, medio kilo de mantequilla, medio hijo".

Esta frase extraída de un relato de Tove Ditlevsen demuestra a las claras los sinsentidos que se producen tras una separación. Siempre impera el menos común de los sentidos, o sea, el sentido común. La persona que estaba a tu lado y presumías buena, saca las uñas; olvida todo lo que aportaste a su vida y, de pronto, palabras que desconocías del lenguaje jurídico se tornan comunes.

El abogado forma parte de tu vida y alguien insospechado, a veces tu propio hijo, te devuelve el afecto. Un amor inmenso que apenas intuías. Y lo que te parecía importante se convierte en una chorrada. Sabes que lo único trascendente en este momento es ese pedacito de tu carne y de tu sangre que te reclama como nunca lo había hecho. Y no te importa poner lavadoras, vivir con poco dinero y aprovechar cada minuto libre para ocuparte de que la nevera tenga comida, las camas estén hechas y el entorno sea el adecuado para todo cuanto se te viene encima.


Hasta dejan de importarte los años compartidos, las causas y los temores que te mantuvieron unida a alguien a quien ya no amabas ni te amaba. Porque es así, por duro que parezca verlo escrito.  Te das cuenta que viviste al lado de alguien al que le trae sin cuidado tu bienestar, tu futuro, tus desvelos y tus sueños más locos. Lo peor de todo, es que siempre todo le ha dado igual y tú te empeñabas en creer que no.

Es imposible partir la vida, igual que no hay medias naranjas. No puedes partir un hogar por la mitad pero lo que importa es que, ante un hecho así, algunos seres humanos se derrumban y otros salen fortalecidos, relucientes, brillantes.

El ir por tu cuenta te muestra quién eres realmente y de todo lo que eres capaz. Vuelves a convertirte en esa unidad poderosa que cumplió sus sueños, que viajó hasta el otro extremo del mundo y que jamás tuvo miedo a la soledad. Porque la soledad no existe, salvo en esas cuatro paredes donde hay habitantes ajenos a los cuales ya no puedes contarle lo que sientes, ni lo que te pasa, ni tus anhelos porque, sencillamente, ya no hablan tu idioma y no harán el mínimo esfuerzo por entenderte.

Las parejas deberían evitar esa ley: la del mínimo esfuerzo. Eso se carga todas las relaciones. Las de la amistad, las de trabajo, las de los jefes con sus subordinados, las de los líderes con sus seguidores...En ocasiones, uno hace un último intento pero llega a esa vía imposible de sortear; a ese callejón sin salida, a ese agotamiento vital.

Uno puede intentarlo una y otra vez pero las relaciones son cosa de dos.

Por desgracia, muchos hombres han sido educados en la creencia de que proveer de materia prima el hogar es su única función. Es un error. Porque la materia fundamental del hogar es el amor, la complicidad, la empatía y la emoción.

No hay ser humano que pueda tirar sólo de ese carro porque lo que verdaderamente nos da felicidad no es encontrar la ropa lavada o planchada y la comida hecha sino saber que tienes un aliado para la vida, que insistirá en compartir todo contigo, o lo máximo posible. Que aprenderá a ponerse en tu lugar.

Nuestro orden de las cosas

     

 La biología nos cuenta que nuestra madurez sexual, nuestro cénit, está entre los 25 y 30 años.  La sexología piensa otra cosa. Nuestra evolución como seres humanos no termina nunca y el sexo forma parte de esa evolución. Si preguntase a la mayoría de la gente estoy convencida de que muchos afirmarían que sus mejores experiencias  han llegado con los años. La inexperiencia no suma, resta. En todos los ámbitos y en el sexo no es diferente. Tenemos un estereotipo de pareja sexual muy cerrado. Responde al molde de familia Disney.

 Él y ella, jóvenes y guapos. Pero sabemos que hay parejas que parecen perfectas desde afuera y están podridas por dentro. ¡El ser humano es tan diverso! Hay ancianos que hacen el amor más a menudo que algunos adolescentes. El chico que ves en silla de ruedas también practica el sexo. Quizá sus métodos sean más originales que los del resto. Hombres y mujeres no se unen por una afinidad kármica o morfológica. Existen variables del deseo y del amor que no seremos capaces de sospechar.
Hay parejas de chicas con chicas, de chicos con chicos, de mujer lesbiana con otra mujer transexual que, mira por donde, se cambió de sexo pero no le gustan los hombres, sino que es feliz con su novia desde hace dos años y pico.
El universo es tan amplio, singular y diferenciado que es absurdo que nos sintamos bichos raros por tal o cual preferencia. Es una obviedad escribirles a todos ustedes algo fundamental: el verdadero amor comienza por uno mismo y el sexo saludable, también. Dejemos al cuerpo gozar en su fiesta particular. Es fácil y cómodo mirar hacia otro lado pero a la larga nos pesará. Engañarse a uno mismo es como un yogur: su fecha de caducidad es limitada. Y la realidad es esta: no existen príncipes ni princesas.
No hay familias perfectas, ni parejas perfectas. Lo correcto no está en ningún manual, cada cual lo lleva interiorizado en sus genes, en sus enseñanzas. La fidelidad es una imposición absurda. Sólo se puede ser fiel a uno mismo y al pacto que establezca con esa persona que decida compartir sus días. En el momento que ese pacto supone un estorbo para avanzar vitalmente; En el momento que ese pacto nos maniata y nos convierte en personas oscurecidas y enajenadas, ya no vale. Es inútil mantener a un muerto con vida.
 Del mismo modo, el cenit de nuestra edad sexual no lo marca la biología sino nuestras vivencias, nuestra biografía. Podemos parecer Barbie y Kent y tener menos química que una montaña de escombros.
 Igual que Cyrano de Bergerac explicaba que el amor no tiene porqués, encontrar una pareja que de luz a nuestras vidas no tiene que parecer perfecta, ni guapa, ni ha de encajar en nuestro modo de vida. Eso son una suma de cualidades que no responden a la verdadera naturaleza del ser humano ni a la receta de una presunta felicidad.
 Los moldes no valen para esto, ni las frases pomposas y bonitas.

 Igual que Ortega y Gasset afirmaba que Dios es la dimensión que damos a las cosas. A nosotros nos corresponde esa tarea de catalogar y colocar en una estantería o en otra lo que consideramos fundamental, maravilloso, residual, horroroso o superfluo.

 Ese instinto, esa vocecita interior, esa sabiduría innata que siempre nos acompaña y que en muchas ocasiones evitamos escuchar es la que debería guiar nuestro camino: no los covencionalismos, no las normas de nuestros padres, no el orden establecido, no los miedos y, por supuesto, nunca la comodidad.