sábado, noviembre 28, 2015

Eros, amor y Aristófanes


¿Por qué los seres humanos buscamos el amor? Es una pregunta que me he planteado a menudo. El amor sucede, sí. Pero antes casi siempre lo hemos deseado. Ya sea por una necesidad inclasificable, una inquietud; ya sea por esta intoxicación que padecemos del mito de amor romántico,  gracias a las películas moñas, los cantantes y crooners, la música cursi.

Podríamos vivir felices en nuestra burbuja pero, de pronto,  una mirada, unas palabras, el brillo de la piel ajena, su inteligencia, su gracia, nos embelesan. Nos pintan una sonrisa en la cara, nos crean la pequeña necesidad de esa otra persona. De salir de nosotros mismos.
En El banquete de Platón encontramos una explicación del Eros. Es la que ofrece Aristófanes, como invitado a esa gran fiesta. Anteriormente, cuenta Aristófanes, los seres humanos eran redondos, esféricos, vamos, tal que si fueran escarabajos pelotilleros en contracción.  Eso sí,  se sentían completos, los reyes del universo, aunque su vida era algo limitada. 

Lo único que podían hacer era agredirse mutuamente.  Su arrogancia no tenía fin y ofendían a los dioses, de tal manera que Zeus los partió por la mitad con uno de sus rayos iracundos. Lo que pretendía ser un castigo, se convirtió en una bendición. Al estar partidos podían tocarse con otros humanos, verlos con perspectiva y sentirse atraídos por ellos. Así surgió el Eros, el amor.
De hecho, la palabra sexare, significa partición. Somos sexuados, somos seres divididos con genes masculinos y femeninos en nuestro interior. Aunque es una partición física, no real. Por tanto, sexo no significa, como la mayoría de la gente piensa, practicar el coito. Sexo es todo. Sexo somos todos y cada uno de nosotros porque nacemos SEXUADOS.

Por cierto, esta teoría no tiene nada que ver con la de la media naranja que es nefasta y horrible. Los humanos no necesitan otra mitad, ya lo sabéis. Los humanos son naranjas completas pero pueden sentirse atraídos por los gajos, las pepitas, el olor y la piel de naranja de otras naranjas. No las necesitan para sentirse completos pero les gusta estar en compañía de otras naranjas, e incluso de otros limones  y pomelos.

Aristófanes explicó así, de esa forma tan simple, no sólo el amor, sino el sexo (no el coito ocasional, si no el que elegimos en un momento dado para compartir largamente con intercambio no sólo de fluidos sino de alma, de experiencias, de crecimiento).

Es verdad que nos puede resultar insuficiente. Una fábula no puede resumir lo que para la mayoría de los mortales nos lleva media existencia comprender pero, en palabras de Efigenio Amezúa: "El amor explica el sexo y el sexo explica el amor".

Debemos dejar de entender "sexo" como el acto sexual. Todos somos sexo. Las palabras, lo que comemos, como nos vestimos, nuestros apetitos, nuestros gustos. Nos guste más o menos, marca nuestra vida, es un sello indeleble que nos da una riqueza increíble. Y es irrenunciable.

En el vientre de nuestra madre ya estamos sexuados y ahí se predeterminarán nuestras preferencias. Si nos gustan las personas de género distinto a nosotros o del mismo.  O si nacemos con una combinación de cromosomas tal, que tenemos cuerpo de mujer pero nuestra mente se siente hombre.
Ya llegamos así a este mundo locos, a este planeta de humanos que un día, según cuenta la leyenda, fueron partidos por la mitad. Y es una suerte. Como dice la canción de Barbra Stresiand, People: "la gente que necesita a la gente, es la gente más afortunada del mundo".
Si eres feliz en tu burbuja, felicidades. Si no lo eres, tranquilo, eres normal.



Deseos imperfectos




No estamos locos, que sabemos lo que queremos pero ¿Qué sucede cuando lo que queremos entra en contradicción flagrante con la moral social imperante? ¿Con nuestro estilo de vida? ¿Con lo que hemos sido siempre? ¿Con lo que se espera de nosotros?

La verdad verdadera es que en muchas ocasiones para hacer lo que uno quiere se requieren grandes dosis de valor.  Atreverse a enfrentarte con tus deseos más ocultos y con tus fantasmas no está alcance de todo el mundo.
Vivimos en un mundo distraído. Pasamos de una tontería a otra, sumergidos en la insustancial cotidianidad pero muchos cuentan con un universo paralelo. Lo necesitan. Es la verdad de las mentiras que proclama Vargas Llosa. Algunos prefieren la ficción para sublimar sus deseos más canallas. En el mundo real intentan no romper un plato (sin conseguirlo, claro).
Hace falta valor, ven a la escuela de calor. Claro que sí.

Los terapeutas del XIX y parte del XX han tenido siempre este dilema. ¿Qué hacemos con este sujeto? ¿Lo amoldamos para que sea feliz en este orden moral imperante, castrador, hijoputista y maniqueo?  ¿Le enseñamos a aceptarse tal como es? ¿Con sus locas ansias, sus singularidades y todo aquello le diferencia de la apabullante normalidad? Vaya lío ¿no?
Lo diferente es tachado de peligroso. Lleva una etiqueta y un estigma difícil de borrar. La pregunta que me hago es ¿Por qué habría que borrarlo? ¿Qué más avances científicos y filosóficos deben existir para que aprendamos a aceptar a cada uno tal y como es? Y lo que es más importante ¿Qué revolución tenemos pendiente para que aprendamos a aceptarnos y querernos con todos nuestros defectos y manías?

En sexualidad no se admite la palabra parafilia o perversión, sino peculiaridad. Siempre y cuando no se atente contra la libertad o la integridad de alguien no hay nada "raro" ni "perverso".  Es más, uno de los primeros intentos de analizar y estudiar la sexología humana y resaltar conductas presuntamente patológicas, acabó convirtiéndose en un manual que tranquilizaba a mucha gente.  ¡Ah!, suspiraban aliviados algunos lectores, ¡hay más individuos por ahí como yo!.

Me refiero a alguna de las once ediciones del tratado Psycopathia Sexualis, escrito por Karfft-Ebing, donde, por ejemplo, la homosexualidad se consideraba una enfermedad; pero también ciertas querencias o prácticas como el fetichismo con zapatos o el masoquismo femenino.
En 1969 la homosexualidad figuraba en catálogo de las enfermedades mentales de Estados Unidos. No hace tanto ¿verdad?. A partir de los sucesos de Stonewald y de la rebelión de parte de la comunidad gay de Nueva York, las cosas cambiaron. Se obligó a la Asociación de Psiquiatras Norteamericanos a realizar un referéndum sobre si ser gay era algo patológico. Dos tercios votaron a favor de eliminarlo de ese catálogo.

Así, Krafft-Ebing, como otros estudiosos de su época (y me atrevería a decir que aún quedan vestigios de ese pasado excluyente) no negaban el instinto sexual pero siempre y cuando estuvieranAquí el que más y el que menos tiene su punto friki y es saludable. Hay que asumirse y quererse. Y atreverse orientados a la reproducción. A la moral sexual imperante del momento.
Hemos avanzado, sí, pero aún queda un largo camino por recorrer. Viejas creencias como que el instinto y el deseo sexual es más exacerbado en hombres que en mujeres aún permanecen ancladas en nuestro sustrato ideológico.  El orden moral ha sido sustituido por otros órdenes: el psicológico y el insustancial.

Pero, insisto, no estamos locos, sabemos lo que queremos. . Si te quedas parado pensando que evitarás la muerte o el dolor propio y ajeno, ya estás muerto. Si te obsesionas con ajustarte a un molde, te romperás. Tú decides.



lunes, noviembre 23, 2015

Corazón de melón



Yo divido a los humanos en dos tipos: corazón de melón y corazón de león. Por supuesto, me quedo con los segundos. Entiendo que lo sencillo es ser meloso, suave, fresco y jugoso pero todas esas deliciosas cualidades finalmente se esfuman en la boca. Al cabo de un rato, nada queda de la melaza propia de la fruta. Al cabo de un mes, ni recuerdas el sabor del melón. Al cabo de un año, casi ni la forma. Entiendo que es un símil, quizá, un poco pedestre, pero creo que me entienden.
Lo habitual es que un corazón de melón sustituya a otro. Ininterrumpidamente, o con pausas para descansar de tanto empalago. Lo insulso es encantador y volátil pero al igual que ustedes no vivirían en una choza edificada con palillos imagino que buscan, buscamos, compartir nuestras vidas con personas sólidas, coherentes - incluso a veces espinosas- pero reales.
Después de pasarme media vida oyendo a mi madre cantar aquello de corazón de melón, por fin he comprendido el verdadero significado de esta rima tan simple. Es una forma agradable de decirle al otro/a: eres arrebatadoramente insustancial.
El corazón de melón es muy peligroso. Igual que si un día pisas una corteza de plátano por la calle: te envuelve el azúcar y te idiotiza hasta perder la noción de la realidad. En verdad, el corazón de melón es involuntariamente falso. Es decir, ellos, en su tontería vital, se creen humanos. Pero no lo son. En realidad, decir que tienes corazón de melón equivale a decir que no tienes corazón. Cosas del Caribe.
Sé que exagero pero entiendo que con estos ejemplos las cosas quedan bien claras. Siempre hay matices, claro. Hasta el corazón de melón puede pasar por etapas de lucidez pero deben comprenderle, pobre, el azúcar causa estragos en las neuronas propias y en las ajenas ¿Es insalvable semejante ejemplar? No creo: la esperanza es lo último que se pierde (por cierto,  esta sería una frase cliché, muy propia del corazón de melón).
Pasar de corazón de melón a corazón de león requiere un duro aprendizaje pero hay que estar dispuesto a padecer al susodicho/a en semejante transformación. Sin cambios, no hay mariposa. El problema del corazón de melón es que, a menudo, se queda abotargado y asfixiado por su deseo inevitable y narcisista de ser siempre encantador.
Al corazón de melón se le olvida. El corazón de león, sin embargo, permanece en tu vida porque siempre te dio cobijo, porque no le importó tratar contigo temas trascendentales, porque permaneció a tu lado cuando ni tú mismo creías en ti. Porque hay un antes y un después de un corazón de león. Te transforma, te eleva, te obliga a mirarte con otros ojos, aunque a veces duela.
Un corazón de león es inolvidable. Sus palabras, sus hechos, sus silencios, su verdad, sus amarguras, sus miedos, todo te cautiva porque en su entrega todo es auténtico y real. No hay vacíos, la mentira no existe y la lealtad es la bandera de estos corazones cuyo paso deja una huella imborrable en quienes tuvieron la suerte de compartirles y disfrutarles.
Quizá sean unos tiempos demasiado políticamente correctos y vanos como para comprender su verdadera trascendencia y  frenesí.
El corazón de león te hace sentir única/o. Así de simple.
Llamadme romántica pero prefiero quemarme las manos con las brasas de un corazón de león que mancharme con la fructosa transparente de la fruta. Esa fruta que, a la postre, se resbala de entre tus dedos, desaparece y se desintegra. Al final, sólo queda un charquito, un pegote insidioso en tus tacones.

viernes, noviembre 13, 2015

Sexo y biografía






Tú y yo no somos como un objeto volante no identificado que se "aparece", de repente, en un verde prado, entre la niebla y el rocío.

No. Tú y yo hemos recorrido un camino. Y nos hemos encontrado. Pero antes, hemos asistido ,asombrados, a hechos sorprendentes. 
Otros amantes dejaron huellas en nuestro cuerpo. Algunos, cicatrices. Incluso nuestra infancia nos enseñó lo que era el placer, el displacer. El deseo de lo prohibido. Algunas hallaron el fuego entre las páginas de un libro de Anais Nin y ya les es imposible disociar el sexo de las palabras. Otros descubrieron lo erótico que puede resultar una mujer que suda, despeinada, de escote generoso, que se afana y quiere dejar la ropa bien planchada. Y que ella le sonría y que  él no pueda contener al joven cuerpo.

La biología y la sexualidad de cada ser humano va asociada su biografía. Por eso es absurdo reducirlo todo a la ciencia, a la medicina. Nuestro sexo es nuestro cerebro, la cultura; las palabras y conversaciones son sexo; la pintura, la música, ¡¡La escultura!!.
La historia nos desvela una desconocida faceta del gran Gregorio Marañón, uno de los primeros sexólogos que ha dado nuestro país. Esa faceta es la de biógrafo. No puedes explicarte la vida de alguien si excluyes el sexo. No importan los años que tengamos, nuestro grado de práctica incluso nuestra curiosidad o desdén.

Marañón se interesó por Tiberio, por Enrique IV y por el Conde Duque de Olivares, entre otros. Su currículum como médico es apabullante y me resulta curiosa su especialidad tanto por la sexualidad como por la nutrición, imprescindibles para la supervivencia humana.

Por supuesto, él también hizo historia y creo junto a Hildegar la Liga española de la Reforma Sexual en 1933. Después vino la guerra y todo aquello quedó oscurecido.
La conductas sexuales "peculiares", por denominarlas de un modo aséptico, son el resultado y consecuencia de carencias o abundancias afectivas, de creencias inculcadas por quienes nos educaron y la reacción favorable o contraria a esas creencias.
El marqués de Sade era un ser que perseguía con egoísmo saciar sus apetitos, conseguir a cuanta mujer deseara, realizar las más obscenas de las orgías pero digno heredero de su padre —fanático de la sodomía a adolescentes—ר, el conde de Sade, que a la postre, abandonó el vicio y se convirtió en abad.

Su odio a la educación religiosa recibida le convirtió en un sacrílego creador de estrambóticas ceremonias donde fornicaba con prostitutas en iglesias abandonadas, o jugaba con cálices y ostias consagradas, como si de un niño rabioso se tratase.
El sadismo procede de su infancia y de las escuelas de jesuítas donde los cilicios, los látigos y la mortificación eran el pan de cada día aunque para ser fieles a la verdad, al marqués le gustaba más recibir que dar. O sea, que le encantaba la mortificación de la carne. Algo muy habitual en los lupanares franceses de la época. Ríete tu de Grey y del "bondage" más agresivo.

Biología y biografía son indisolubles. La segunda transforma a la primera.

Tú y yo, no nacimos de una coliflor. Ni a ti ni a mi nos trajo la cigüeña. Nuestros padres hicieron el amor con más o menos fortuna pero, gracias a eso, aquí estamos. En nuestra creación hubo sudor, esperma, gemidos y, con suerte, pasión. Pero estos ingredientes no responden sólo a una cuestión genética y reproductiva (sobre todo en la cultura moderna). Los individuos no sólo son hijos de su especie, afirma la sexología.
Somos un puzzle grandioso. Sólo nos queda disfrutarlo.