viernes, diciembre 27, 2019

La gran pregunta ¿Qué es el amor?





Llegados a este punto del año y antes de que se vuelvan locos haciendo balances, una pregunta, una sola pregunta ¿Qué es para ustedes el amor? Esa es la cuestión poderosa que no nos hacemos porque estamos demasiado ocupados con muchas otras cosas en la vida y olvidamos un apartado esencial de todo ser humano. Porque amar y que te amen es lo que importa. El amor que entregas es el único legado digno de ser mencionado en las páginas de tu historia.

Los descreídos, los amantes del periodismo científico o político quizá opinen lo contrario, pero aquí está la minúscula ventana del “Punto G” para obligarles a parar un momento el carro. Para que piensen ¿De verdad sabemos amar? Y los otros ¿Nos aman, o nos poseen?
Podemos explicar qué no es el amor. El amor no son los celos y la posesividad. El amor no es que mi pareja adivine mis deseos ni que haga siempre que yo quiera. En absoluto.

El auténtico amor multiplica, no fusiona. Alrededor de los amantes surgen amigos, familia, nuevos amigos, más familia. Genera estructuras originales como un fractal raro de posibles dimensiones infinitas. El amor es acompañar al otro para que sea quien quiere ser, decía el otro día mi admirada Laura Wilkys; ayudarle a estar con quien quiera, aunque en esos planes yo no esté incluida y siempre desde la confianza. Si amas tienes un deseo inevitable de libertad para elegir estar con esa persona y la misma libertad de vuelta para que te elija. Hay que recontratar cada año, o cada mes, o cada día. Nada es permanente, nada está garantizado.

El amor no es dependencia, no es desdibujarte para ser como los demás quieren que tú seas. Si alguien te quiere, te respeta y te permite ser, explica Laura.
A veces los miedos boicotean nuestras relaciones: el miedo al abandono y el miedo a la invasión. Los miedos son inevitables, claro. Crecemos con ellos y nos condicionan. Los que tenemos miedo al abandono hemos de combatir con herramientas racionales la ansiedad de la separación con la que crecimos de niños por, quizá, un padre ausente. Los que tiene miedo a ser invadidos marcan distancias continuamente. Esa otra ansiedad les impide adentrarse de lleno en los otros, construyen un muro alrededor. Son fáciles de invadir y lo saben.

La herramienta infalible para ponerse de acuerdo en todos estos temas sentimentales que descuidamos —a veces, hasta que es demasiado tarde— es la comunicación. Así de simple.
Comunicar bien es básico para resolver conflictos y para evitarlos en todos los ámbitos de la vida.
Después de todo, no es tan raro que una periodista y comunicadora como yo escriba columnas sobre amor y erotismo ¿verdad? es lo más lógico del mundo.
Terminar el año con una buena charla o con esa otra comunicación sin palabras que son los besos y las caricias sería muy hermoso ¿No creen? Ese es mi deseo para el 2020 que amen y comuniquen de maravilla

domingo, diciembre 22, 2019

Madurescentes






Han vivido mucho, quizá sobrepasen los cincuenta. De pronto se dan cuenta de que su piel no es tan firme como hace siquiera ocho años, que las canas se han adueñado de buena parte de la cabeza, que las caminatas se hacen más pesadas y que, aunque gocen de buena salud, algunos pequeños estorbos son recurrentes.  Pero por dentro son eternos. Son los jóvenes de hace treinta años y aún saben que tienen una buena parte de vida por delante.

Los madurescentes han vivido lo suficiente para saber lo que ya no quieren. Tal vez han perdido demasiado tiempo con personas con las que no encajaban o han intentado desdibujarse para sentirse integrados en universos que finalmente los han rechazado como una pieza perdida de un puzle. O quizá, ellos mismos se han dado cuenta de que no se han integrado ni falta que les hace. Al contario, celebran su singularidad.
A veces, en esas edades maduras encuentran por fin al primer amor. A esa pareja que les comprende, con la que hablan el mismo idioma. Con la sabiduría de lo vivido, rehúsan perder el tiempo en discusiones banales, en laberintos sin salida, en peleas infructuosas. Se enfocan en lo positivo, en lo que les queda, en lo que disfrutan y no en lo que les falta. Si tienen un problema, son capaces de hablarlo con su pareja sin tabúes ni complejos.
Atentos, porque los madurescentes dominarán el mundo y en breve serán mayoría, si acaso no lo son ya. Atentos, porque la vida empieza a los cincuenta y la sexualidad se vuelve más rica y creativa. Las conversaciones más profundas y la gastronomía más variada y saludable.
A partir de ahora, ellos serán el público objetivo. Cierto, no los llamarán para las entrevistas de trabajo, los mirarán con cara rara si deciden comenzar unos estudios a esta edad o aprender una disciplina musical. Que miren, a ellos qué.
El madurescente posee el fuego en su interior, una infinita curiosidad por casi todo, una prisa por vivir todo lo que queda pendiente, un deseo por disfrutar de cada pequeño detalle que regala la existencia. Habrá días difíciles. Es posible que alguno de sus coetáneos los miren como bichos raros. Acaso sus hijos pueden pensar que mean fuera de tiesto, pero ellos no se saldrán de su camino porque les va la vida en ello. LA VIDA, así, en mayúsculas.
Los hay que se rindieron, que con determinados años se acogieron al patrón de sus ancestros y no se mueven un milímetro del molde establecido y los hay que deciden romperlo, salir de la famosa zona de confort, incluso superar obstáculos y padecer los inevitables momentos de pánico porque saben que, incluso esa incomodidad del principio, es sólo el primer paso de un nuevo tipo de cotidianidad.
Experimentar la intensidad y el placer son sus preceptos. Cuidar los afectos, el diálogo, el medioambiente y a quienes aman, prioridades incuestionables.
Los madurescentes están entre nosotros con ese brillo especial en la mirada, quizá usted sea uno de ellos.


La epidemia de la violencia de género





Lunes por la mañana, llevo a mi hijo al cole. Cinco titulares seguidos de violencia contra las mujeres claman en la radio. En España y fuera. ¿Es casual que las víctimas sean mujeres? No, no lo es, no es una cuestión de azar ¿Esta violencia es más repugnante que otras? No ¿Esta violencia es más estructural y endémica que otras? Sí, sin ninguna duda. Quizá algún experto antropólogo pueda encontrar explicación a este insufrible mal. Sea, como fuere, algo hemos de hacer para acabar con ella.

La política de la negación no soluciona nada. La estrategia de ese partido político tan amigo de las técnicas lingüísticas de Goebbels no cuela. La solución final es ser conscientes de lo que tenemos entre manos y de lo mucho, pero mucho, que queda aún por hacer.
Según la activista Begoña San José, la mayoría de las medidas de género no se han puesto en marcha: "De unas 150.000 denuncias que se ponen al año, solo 30.000 consiguen una sentencia condenatoria”.
No sólo eso, el concepto de violencia de género es la que se ejerce contra toda mujer, tenga o no pareja, pero los datos oficiales contemplan sólo a las asesinadas por su parejas o exparejas.

Otro asunto que clama al cielo es que los padres maltratadores tengan en algunos casos las custodias de sus hijos o un generoso régimen de visitas.
El impacto que supone para una niña o un niño presenciar y padecer episodios de maltrato durará toda su vida. Crecerá con una autoestima nula y será incapaz de enfrentarse a los desafíos de la vida. Pensará que todo lo malo que le ocurre se lo merece, incluso desarrollará terribles sentimientos de culpa. Pueden llegar a creer que esos hogares infernales son su responsabilidad. No hay terapia capaz de sanar estas situaciones salvo que la vida te desmienta una y otra vez que la violencia que has padecido en los primeros años de tu existencia nada tiene que ver con el entorno seguro que otorgan algunas familias.
Hay mujeres violadas en manada, hay niñas asesinadas por sus padres, también niños, por desgracia. Mujeres que pierden la vida en manos de esa persona que supuestamente las amaba. Hay juzgados que cuestionan e ignoran las alertas de madres, de vecinas, de familiares. Hay casos donde denuncias que te han violado y como tu accediste a irte de juerga con cuatro hombres “ya sabías lo que te podía pasar”.  Hay chicas que tienen miedo cuando vuelven solas a sus casas y también mujeres adultas hechas y derechas. Yo misma en más de una ocasión.
La violencia de género no es un invento de la izquierda ni de un puñado de feministas. Es una lacra terrible que acaba con la vida de muchas personas y marca de forma inexorable y casi irreversible a quienes la padecen o la viven de cerca.
Eliminar la palabra “violencia de género” no elimina el problema. Que un partido esgrima que lucha contra toda clase de violencia es de cajón. Dudo mucho que nadie tenga como mandato número uno de su programa dar rienda suelta a la agresividad de la sociedad. Esos argumentos de chicha y nabo no benefician a nadie. A sus creadores tampoco.
Ojalá no tuviera que escribir de esto, ojalá no tuviéramos que manifestarnos por cada mujer fallecida, ojalá que no existiese la violencia de género, pero es una realidad tozuda como los cuernos de un rinoceronte, no una conspiración ideológica de la izquierda.
Lennon imaginaba un mundo sin fronteras yo sueño con mundo sin mujeres muertas con violencia.

Mujeres sin límites




Esta semana Consuelo Mengual me preguntó por qué escribía de sexo y si el hecho de ser mujer me daba una visión distinta. Lo hizo en el contexto de una mesa redonda dentro del Seminario Internacional Mujer, Prensa y Comunicación, donde también estaban Concha Alcántara y Encarna Talavera. Gracias, Consuelo, porque me diste la idea para el artículo de esta semana.
El sexo, el buen sexo, empodera a la mujer, afirmé con rotundidad. Según Jodorowsky, el centro creativo y el centro de nuestra vida sexual reside en el mismo lugar: en el chakra raíz que se encuentra precisamente entre las piernas tanto de hombres como mujeres. Tradicionalmente, el hombre sí que peleaba y luchaba por su placer. Era algo que ni se planteaba. La mujer estaba condenada a otro acto más domesticado y doméstico. A dejarse poseer por el macho y, por supuesto, a procrear. No se concebía que la mujer practicase sexo sin este fin reproductor. Al menos esa era la teoría dominante. Quiero creer que algunas de nuestras abuelas disfrutasen de su cuerpo, a pesar de todos estos impedimentos mentales.
Una sexualidad libre y sin complejos cuida nuestra autoestima (también la de los hombres, por supuesto, que a todos nos gusta sentirnos deseados) y pone chispitas en los ojos. El sexo placentero nos distingue de los animales. El hombre piensa más tiempo en lo único porque el tamaño de su amígdala es mayor que el nuestro, sin embargo, los orgasmos de las mujeres duran más; seis segundos de media en el hombre, 12 segundos de media en las mujeres. Luego, algunas afortunadas pueden disfrutar de unos fuegos artificiales de medio minuto de forma ininterrumpida, ejem.
Creo que una mujer consciente de su sexualidad y su placer puede conquistar el mundo. Una vez eliminamos las barreras mentales de los prejuicios y los miedos, la mujer vivirá sin límites que la coarten salvo, de momento, el consabido techo de cristal.
Que no se me malinterprete. No digo yo aquí que el sexo sea la solución a todos nuestros males y tampoco que nos obsesionemos y nos pongamos ahora a cronometrar orgasmos como locas y locosTan negativo me parece la ausencia de placer como la búsqueda obsesiva del mismo, que ahora todo lo convertimos en una competición. Los paseos con sus cuenta-calorías y los encuentros sexuales con cuenta orgasmos, nos impiden recrearnos adecuadamente en el paisaje. Más dejarse llevar, menos estar pendiente de los resultados.
Y, por supuesto, nosotras carecemos de un botón ON que nos encienda de cero a cien en dos segundos. Ni falta que nos hace. El fin de la opresión no significa responder siempre con igual celeridad a las demandas de nuestro partenaire sino ser libres de vivir la sexualidad a nuestra manera, que suele ser algo más pausada y meditada que las increíbles casualidades y fogosidades servidas en bandeja por el cine y la ficción. Momentos que cualquiera puede recrear, por supuesto, que nada tengo que envidiar a las actrices de Hollywood, pero, digamos, que pasar del cero a cien, lleva un poquito más de tiempo de lo que dura una escena. A mi, y a todas.
Entiendo que algunos hombres se sientan desbordados desde la explosión de Me Too y la reivindicación de la mujer: su papel en el mundo, sus derechos, sus libertades, pero, queden tranquilos, que la libertad y la reafirmación conllevan manjares y ambrosías; las ponzoñas envenenadas proceden de la represión y el miedo.
El auténtico empoderamiento de la mujer no excluye al hombre, al contrario, lo integra. Hombres, os queremos en nuestras sábanas, pero también en nuestras vidas y luchas. Y así disfrutaremos juntos la victoria.

Terapeutas sexuales




Mi primer contacto con el mundo de la sexología fue un curso en Oviedo que duró toda una semana. Lo primero que aprendí, prácticamente el primer día, es que las personas que van en silla de ruedas tienen derecho a disfrutar de su sexualidad y quieren hacerlo. No sólo eso, también aquellos que están completamente impedidos en una cama. Abajo con los estereotipos de lo que es normativo. El sexo lo practican hombres y mujeres heteros, jóvenes y bellos, pero también parejas de octogenarios, parejas gays y personas que quizá no respondan a esa imagen perfecta que nos han vendido las películas románticas.
Un pretendiente que tenía hace unos años pensaba que lo de la sexología era algo así como un taller muy largo para aprender a hacer bien el amor. Es lo que piensa casi todo el mundo. Un día  me escribió un mensaje en medio de una clase y yo le contesté que el profesor nos ponía en ese momento ejemplos de personas que han quedado tetrapléjicas y quieren reanudar la vida sexual con su pareja. Cómo lo hacían, qué podían sentir y pensar, tanto el postrado como el que tenía un papel más activo. Dejó de hacerme preguntas tontas sobre mis clases.
Los que tenemos la enorme suerte de contar con nuestros brazos, nuestras piernas y nuestro cerebro sano desconocemos ese otro ámbito donde también discurre la sexualidad. Nos imaginamos que por vivir en esas situaciones desaparece la pulsión sexual. Pero no, en absoluto. Otro ámbito son los aquejados del síndrome de Down, ahí tenemos tres cuartos de lo mismo. Afrontar que cada uno vive la sexualidad a su manera desde que nace y hasta que muere es una realidad. Los hay que vienen a este mundo ya con algunos problemas y los hay que se tropiezan con ese obstáculo por el camino ¿Y entonces qué? ¿Hay que renunciar al precio que sea a disfrutar del placer de la piel? Por eso es tan importante apartarnos de la visión coitocentrista del sexo: hay infinitas variedades y quizá es en estos casos complicados dónde más se aprende a explorar nuevas dimensiones.
En Murcia, el Instituto Sexológico se dispone a realizar un taller para terapeutas sexuales. Esta figura es necesaria, entiendo que controvertida porque hay personas que lo equiparan a la prostitución. Y en estos casos yo siempre digo lo mismo: hay personas que requieren de unos servicios y otras dispuestos a darlos. Siempre que todo sea voluntario y consentido y elegido, yo no veo mayor problema. Es una cuestión de libertades que siempre pondría en duda si alguien se ve obligado a realizar algo que no desea por la fuerza, o imperativos determinados.
No sólo eso, en este caso, el terapeuta sexual debe contar con una formación especial y, por supuesto, una sensibilidad y un trato muy exquisito.
Les recomiendo una película que les pondrá en la pista de qué puede sentir alguien postrado en su cama y cómo un ayudante puede cambiarle la vida y mejorar su autoestima, gracias al desarrollo de su sexualidad. Se trata de The Sessions, protagonizada por Helen Hunt y John Hawkes. Hawkes da vida a un hombre que lleva postrado casi desde la adolescencia por culpa de la polio.  El film va mucho más allá del sexo porque hay mucha alma en alguien que dedica su vida a ayudar a los demás, como el personaje que interpreta Hunt y porque, en la mayoría de los casos, el sexo siempre implica mucho más que dos cuerpos que dialogan entre ellos y que se entienden. Y ese es el sexo rico de verdad, el que trasciende la materia.

Satisfechos pero no demasiado




Si los creadores de juguetes sexuales consiguieran hacerlos más silenciosos, todos ganaríamos mucho. El otro día, de visita en el sex-shop, me llamaron la atención varias cosas. La primera, encontrarme sólo hombres. La segunda, el lugar de honor dedicado al vibrador del que habla todo el mundo: el Satisfyer, más conocido como el famoso succionador de clítoris.
Le pregunté a la dependienta diversas particularidades del aparatito, hasta lo cogí entre mis manos y apreté el botón para observar su funcionamiento ¿Y? pues lo de siempre, bastante ruido. Imagino que los pequeños motores no dan para más. Mucha potencia en minúsculos tamaños y precios asequibles dan como resultado estos productos competentes pero ruidosos.
El succionador viene precedido por una enorme campaña de publicidad, no en balde estoy escribiendo de él sin probarlo en mi cuerpo, ya entienden. Hay mini anuncios de novios traumatizados porque el aparatico les hace sombra como amantes y las mujeres lo compran en masa. Es el best-sellers de los dildos en los últimos meses, para que lo entiendan.
Vengo observando que muchos terapeutas y sexólogos se dedican a promocionar juguetes para hombres y mujeres y nada que objetar. Son herramientas que pueden apoyar un acto sexual más divertido o variado. Herramientas casi obligatorias para singles empedernidos porque entre una pareja sexual y otra pueden pasar muchos, muchos días e incluso meses.
El juguete sexual es antiguo como la vida, como he contado en algunos puntos G. Hay dildos en piedra de la época de los romanos. El primer vibrador con electricidad surgió para curar las tendinitis de aquellos médicos encargados de realizar el famoso masaje pélvico a las señoras aquejadas de histeria, o sea, a las señoras cuyos ardores nadie calmaba porque nadie sospechaba que los tuviesen. Acaso ni ellas mismas, pobrecillas.
A lo que iba, los juguetes como apoyo a parejas que han perdido algo de pasión o que son curiosos y quieren probar cosas nuevas son estupendos. Los juguetes como sustitutos totales de la interacción humana me parecen necesarios, pero son un síntoma de una sociedad de solitarios. Y esto, realmente, me apena.
Es como los suplementos vitamínicos. Son estupendos, sin embargo, en las mismas cajas te indican que no son sustitutos de una alimentación sana y variada. Vamos, que desistas de vivir de suplementos porque, aparte de resultar aburridísimo para tus papilas gustativas, pueden perjudicar tu salud.
Con los juguetes sexuales y bajo mi personal y subjetivo punto de vista ocurrirá lo mismo. Para un momento puntual, incluso para una etapa puntual de tu vida pueden estar bien. Son fundamentales para que la mujer conozca su cuerpo, básicos para darle un poco de variedad y vidilla a estos matrimonios largos y con escasa actividad erótica pero nunca pueden sustituir totalmente al sexo real con personas reales.
Llamadme ilusa. Ya me enfado cuando en algunos comercios me obligan a cobrarme a mi misma. Me parece un horror que me obliguen a interactuar forzosamente con la máquina y encima me cueste el dinero, pero, no sólo eso, ¡me cobran lo mismo!
La robótica y los electrodomésticos son grandes inventos, pero prefiero mil veces el sudor, los fluidos, las palabras, la pasión y la espontaneidad del primitivo ser humano a un sofisticado y bello artilugio a pilas que, además, hace un ruido horrible. Un ruido poco erótico bajo, también, mi humilde punto de vista. ¿No será mucho mejor que te digan mi amor, te quiero, eres preciosa a ese zumbido monótono y predecible? ¿A ese bzzzzzzzzzzzz atronador?
No hay color. Estoy segura que hasta los creadores del Satisfyer me darían la razón.

El pecado de ser diferente




Esta semana conocíamos que el Ayuntamiento de Murcia ha dado una subvención de algo más de 8.000 euros a una asociación que, entre sus cometidos, pretende corregir las desviaciones sexuales. No sólo eso, la concejala del ramo explicaba en una entrevista a Julián Vigara de Onda Cero, que Mater Familiae no se centra en convencer a los gays y lesbianas de que no lo son. Y, claro, lo estropea aún más.
Pasamos de la orientación familiar y la prevención del aborto a, según la concejala, las parafilias. Mátame camión.
De las primeras cosas que se aprenden en sexología es a eliminar la palabra normal o anormal del diccionario. Que mientras dos personas consientan no hay parafilias que valgan. Se denominan peculiaridades sexuales. Que el fetichismo, como también mencionó la concejala, no tiene nada de malo. Al contrario, puede ser de lo más sabroso.
Lo cierto es que la pobre, en un intento de convencer al entrevistador de que las tales desviaciones no se referían a la homosexualidad, dio unas explicaciones, no sólo inexplicables, sino también increíbles.
Ya me imagino a los integrantes de esta asociación, secta, o lo que sea, intentando convencer al pobre desviado de que los zapatos de tacón, los látigos y los cueros no son el camino más directo a la santidad. O convenciéndome a mi de que la perversidad en pareja no es algo edificante. O que el sexo sin procreación es inútil o que, las maduritas y maduritos hemos de renunciar a la fiesta de la piel. Vamos, convenciéndome también de lo imposible.
Entiendo que una concejalía de asuntos sociales es tema complejo y más en un municipio tan extenso como Murcia, que conocerse al dedillo todas las subvenciones que entregan es complicado, pero dar explicaciones inverosímiles sólo resta más credibilidad a estos responsables que conceden una ayuda a una organización que pretende corregir algo que es incorregible porque no se elige nacer gay, lesbiana o hetero y no hay medicina capaz de curar una orientación sexual. No hay tratamiento psicológico adecuado ni necesario porque a ellos y ellas no les pasa nada anormal ni monstruoso.
Monstruoso es que todavía la homosexualidad se vea como una enfermedad. La Organización Mundial de la Salud, dejó de considerarla como tal hace 29 años. Monstruoso es cuando sometían a los gays a terapias de electroshock y cuando los apaleaban. Monstruoso es que aún, a día de hoy, haya países homófobos sin complejos, partidos políticos homófobos sin complejos, dictaduras que la persigan y padres de niños que no aceptan que su hijo se enamora de hombres y no de señoritas de provecho para formar una familia. Monstruoso es que aquellos que se supone deben comprenderte y compartir lo bonito de tu vida te atacarán si tu pareja no encaja en su modelo perfecto de familia Disney. Si es de tu mismo sexo o mayor que tú o, para generalizar, no es normativa.
Pero ¿saben qué? Hay bellos y bellas que plantan cara al monstruo.
La fotografía es un retrato de Robert Mapplethorpe

Tu mapa del amor




Escucho a Helen Fischer hablar del amor romántico y entiendo por qué nos obsesiona tanto. Helen nos explica desde el punto de vista evolutivo por qué ellos se fijan más en el físico y nosotras en la capacidad del hombre para proveernos de otras cosas, no sólo sus encantos. Entendemos como la fuerza de la evolución nos empuja a una u otra pareja. Tú quieres mejorarte y mejorar la especie.
De gran importancia es la química de los cuerpos y del olor. Estoy segura que amo a quien amo porque un poderoso impulso me lanzó a sus ojos primero y a su olor, después. Quién sabe, quizá la primera vez que nos vimos, separados por una mesa, sucumbimos el uno frente al otro porque nuestros olores se compenetraban a las mil maravillas.
Pero hay más, claro. Mucho más. La respuesta de por qué nos enamoramos conlleva un gran número de variables. Cuando llegas a determinada edad y has tenido varias parejas sexuales ese mapa simple de tu juventud o niñez, se convierte complejo. Hay misteriosas filigranas que te llevan a una persona u otra. Quizá su pelo te recuerde a otro pelo adorado, quizá su mirada era parecida a la de aquel pretendiente prohibido, quizá hay algo en su fuerza y virilidad que te retrotrae a esa figura protectora que siempre añoraste. Total, quince minutos después, mirándole frente a frente, concluyes que él es esa persona que suma un compendio de olores, sabores, imágenes, sensaciones y afectos que lo harían el candidato ideal. Por su físico, sí, pero también por esos retales de otros amores que prenden de su imagen, casi como un Frankestein de las mil delicias. Porque ese nuevo amor que cobra vida entre tus brazos no tiene nada de monstruoso.
Muchas veces me pregunto por qué ocurre esto. Si será nuestro yo cuántico que viaja al futuro y ya sabe la de cosas que vivirás con esa persona a la que conoces hace apenas quince minutos o si, sin sospecharlo, nuestro cerebro trabaja a la velocidad de la luz y te hace una selección que riete tú de las apps para emparejar desconocidos. Tu pituitaria sabe más que todos sistemas operativos.
Para que ese chispazo se consolide en algo más profundo y duradero depende, según Fischer y todos los expertos que he leído, de tu mapa del amor.
Las semejanzas unen más que las diferencias. Una edad similar, una misma extracción social, un mismo nivel de inteligencia son captados por nuestro cerebro rápidamente. La pieza del puzle, a cada segundo que pasa, a cada encuentro, encaja con mayor facilidad. Parece un truco, más no lo es, son siglos de evolución a nuestras espaldas. Es un saber contextual similar y unos niveles de dopamina similares.
Así, creatividad y curiosidad acompañan el proceso amoroso de dos personas que estuvieron separadas muchos años, vete a saber por qué estúpidos azares de la vida, pero que se unen de un modo armonioso e increíble. Llámalo magia, llámalo amor, amor del bueno.

El matrimonio simétrico




Vamos a un nuevo orden mundial. El siglo XXI es el siglo del matrimonio simétrico, amigable, puro. Todos los emparejamientos se harán entre iguales de verdad. Sólo triunfará el amor porque sí, el deseo genuino de estar con esa persona, de compartir la vida, las risas, las noches, quizá los insomnios y los quebraderos de cabeza.
Según estudios realizados en más de 30 sociedades diferentes, los encuestados e investigados se casan y siguen en su relación por amor y por un motivo, digamos, romántico. No quieren a la persona perfecta para estar con ellos, quieren a la persona de la que están enamorados y con la que vibran y se ríen y comparten una complicidad.
Pero, no sólo eso. Vamos a una sociedad de matrimonios duraderos, casi tanto como antaño, puesto que la esperanza de vida también se alarga. Cierto, nos casamos más tarde, e incluso algunos se matrimonian en segundas y quizá en terceras nupcias. Así que es una simple suma de factores. Y, atención, parece ser que después de los 85 ya no se divorcia nadie
Las excelentes prótesis de cadera, los implantes de todo tipo, el Viagra y el Cialis, el reemplazo de estrógenos y los tratamientos con células madre nos permiten no sólo alargar nuestra existencia como mortales terrestres sino tener también una mejor calidad de vida y, tachán, tener sexo y sexo del bueno.
Hoy día las mujeres somos más interesantes, educadas y capaces. Y les parecerá una tontería, pero no lo es. Eso nos hace también tener más control sobre nuestras relaciones. Ninguna se queda porque no le quede otra alternativa o porque se vea indefensa ante el gélido mundo sin un brazo viril que la proteja. Se quedará porque le compense, porque la relación sume.  Por su parte, los hombres se han vuelto cocinillas, así que tampoco hace falta el estar con alguien porque no sepas freírte un huevo.
Visto de este modo, y por mucho que Urano esté en Saturno y cambie el esquema de las relaciones, las parejas que se conforman en estos momentos y que se mantienen en el tiempo son más auténticas que nunca. Todos recordamos esos matrimonios de ancianos amarraditos de la mano y haciéndose carantoñas. Sí, qué monos. Pero también aquellos otros que se pasan el día lanzándose dardos envenenados y que hacen la convivencia insoportable a los más allegados. Y es lo que yo digoel amor es tan hermoso como frágil y hay que cuidarlo desde el respeto que decían nuestros mayores, pero también, y aquí está la palabra mágica, desde la igualdad
Los matrimonios simétricos comparten esa autenticidad y esa igualdad de condiciones donde ninguno de los dos saca ventaja, porque hay tal camaradería que ni se te pasa por la cabeza abusar de la confianza del otro porque, en esencia, el otro eres tú. Y traicionarse a uno mismo es lo peor que existe.
En este mundo de radicalismos, encontrar a tu igual, apostar por el amor puro, nos salvará de la barbarie y el desconcierto

Despistar al algoritmo


Nada menos que el 22% de los murcianos se implantarían un chip para llevar el móvil incorporado. Perdonadme la expresión, pero yo lo flipo. Estos son los niveles de inteligencia que nos rodean. Y no digo que yo sea más lista que nadie, que no, para nada, pero si ya estamos híper controlados, imaginad el grado de contaminación que se puede instalar en nuestras cabezas y cuerpos. Imaginaos el grado de indignación de Greta, la niña medioambiental.
El mundo busca respuestas, pero desconoce cómo hacerse las preguntas adecuadas y lo solucionamos todo con un chip o con un pollofre, que es un gofre con forma, no de pollo, sino de lo otro, que está causando furor en Madrid.
Yo que os quería escribir de la magia del deseo, de cómo es posible mantenerlo a lo largo de los años y la presencia gracias a pequeñas dosis de aventura y cariño. Yo que quería contaros que el secreto consiste en arrancar cada día con la misma ilusión por conquistar al ser amado, sin desfallecer en un solo momento. Yo que quería ser vuestra inspiración, pero es que esta realidad tonta me puede.
Me puede la ingratitud, las violaciones en la india. Me pueden las personas que no cesan de mirarse el ombligo y descuidan lo que tienen alrededor. Me pueden los titulares de “Inmigrante salva a una persona”, como si el inmigrante fuese de otra especie, no un ser humano. Me puede que López Miras quiera culpar a toda la sociedad murciana del desastre medioambiental del Mar Menor. Me pueden los funcionarios que tiran balones fuera. Esos que te tienen de un despacho a otro como si fueras una pelota de ping pong. Como si tú fueras la tonta y ellos los listos que te miran mal si a las ocho en punto estás en la puerta con la intención de ponerlos a trabajar.
Me puede ver cómo merma la cuenta corriente, el disparate del recibo de la luz, del recibo del agua. Me puede notar como internet sabe lo que como, el contenido de algunas conversaciones y como el ordenador te escupe en forma de tuits y publicidad tu discurso exterior. Menos mal que en el interior, de momento, no se puede meter. Imaginaos qué locura ¿Y los hay que se quieren implantar un chip para tener el móvil dentro del cuerpo?

No, no, no y no. Lo que tenemos que hacer es todo contrario que se espera de nosotros y así despistar al algoritmo. Lo contaba el otro día David Trueba. Cuando enciende el ordenador por las mañanas busca cosas inverosímiles para que la inteligencia artificial no sepa qué trama su cerebro de persona humana. Toma castaña.
Así que, yo que iba a escribir sobre el deseo y la ausencia, en un rapto de despiste os he vomitado una semana entera de actualidad en estas navidades algo frías y austeras, a pesar del árbol gigante de la Plaza Circular y del irreversible cambio climático.