martes, enero 05, 2016

Mercurio






El termómetro de casa se hizo añicos. En mis manos flotaba el mercurio, como un duende juguetón. Ante mis ojos anonadados, hipnotizados, desapareció mi anillo de oro blanco. Me lo regaló en nuestro primer aniversario. Aquella relación perversa era incomprensible a los ojos del mundo. Pero nos amábamos.

Se acercó un día envuelto en notas musicales, un duende encantador en vaqueros, con perfume de Armani, con el pelo blanco y tantas arrugas como la vida le había regalado: "Me has dejado algo nuevo dentro".

No me explico aún como su alma se adentró en mi. Despacio, con amor y paciencia pero de un modo terrible e inevitable. Inexorablemente, me transformó en otra persona. "Eres la elegida;  eres la niña mimada del universo". Puso su anillo alrededor de mi dedo. Yo reía incrédula. Me parecía una ceremonia macabra y sin sentido. Selló su compromiso con el beso más lascivo y lujurioso que jamás recibí en mi vida.

A partir de ese momento, su poder sobre mi era imparable. Un tsunami. Movía sus dedos y los sentía dentro de mi, en mis entrañas. Apenas abría la boca y mi alma, posesa de sus encantos, corría a saciarle. Era completamente suya y era completamente feliz.
Una noche de todos los santos, describió lo que sería nuestra vida juntos. Yo me reí. Me parecía todo fantasmal, absurdo. Él, si no fuera por su carne y su arte en la cama, me hubiese parecido el más patán de las tinieblas. Dejé de reirme. Conforme pasaron los años todo se cumplió punto por punto. Me anunció la fecha de su muerte con una pasmosa frialdad.

Dormimos juntos en no pocas ocasiones. Una mañana, desperté con  la sensación de que dos finísimas agujas penetraban en mi cuello. Empecé a gritar. Después, me dejé ir. A la hora siguiente volví a despertar e hicimos el amor como  si nada. Como cada mañana que nos encontrábamos bajo las sábanas. Da igual que la noche anterior hubiese dejado más de una herida de guerra en nuestro cuerpo. Al día siguiente siempre sucedía del mismo modo. El mismo hambre, el mismo furor. Parecía que nos íbamos a morir después de aquello.

Seguimos con nuestras vidas. No sucumbí al chantaje emocional de su muerte temprana. No quise compartir cada día y cada hora y cada día ,y otro más.  Y un mes más y una semana más con él, junto a él. El sexo me saturaba. Su presencia embotaba mi voluntad. Le necesitaba como se necesita un chute de algo pernicioso pero que te permite seguir viviendo. Le necesitaba pero evitaba su presencia física más de 24 horas.
Era absurdo huir. Siempre estaba conmigo.

Hace tres años murió. Mis dientes afilados se estrenaron apenas pasó un año del luto y conseguí otro rehén para nuestra causa. ¿Qué causa era esa en verdad? Ninguna clara: disfrutar de cada minuto, de cada segundo de nuestras vidas. Exprimir los cuerpos, escarvar en las hondas fuentes del placer como si cada minuto de éxtasis nos alejase de nuestras tumbas mortales. De nuestros cuerpos mortales.

Y siempre sucede del mismo modo. El adepto se deja llevar. Piensa que podrá abandonar cuando quiera. Como el drogadicto que reniega de su atadura y quiere creer que podrá dejarlo en cualquier momento, que no lo necesita para sobrevivir. Pero se engañan.

Ya no es necesario anillo de platino. Entre mi maestro y yo existía amor, auténtico amor y devoción mutuas. Por eso prefirió matarse y por eso eligió someterme sólo a medias.
A ningún amante le gusta saberse correspondido por pena o por obligación.
Pero yo no soy tan benevolente.
Yo no soy tan amante.
Y ellos caen en mis redes y contemplo con delectación como sus almas, las almas de todos aquellos que se creen libres, invulnerables y poderosos se extinguen como el oro en mi dedo, ante la voluptuosa e insignificante bolita de mercurio. Y sus ojos sólo reflejan los míos. Y los de mi amado, mi maestro. Y sus pieles, sus almas, sus músculos, tendones y huesos me pertenecen. Y no me importa en absoluto que crean amarme cuando en realidad están presos. Rehenes de mi sangre. No les amo. No hay amor ya en este cuerpo.

El sexo nos ofrece una falsa sensación de poder y libertad. Ellos se creen los reyes del universo pero no son nada. Una pieza de metal entre mis dedos. Vulnerable carne, anhelo y voluntad que perecen bajo el mercurio de mi carne, anhelo y voluntad.

¿Quién sabe? Quizá tú seas el siguiente.

lunes, enero 04, 2016

Tu cuerpo, una fiesta

    "No disponemos de nuestra vida: Desde el vientre a la tumba estamos encadenados a otros seres humanos". Es una frase de "El atlas de las nubes" con una sólida base de realidad. Si recontamos experiencias lo vemos con claridad. Sin saber por qué, nuestros días se entrelazan con quien menos sospechamos. No sólo hablo de lazos amorosos, físicos y eróticos; sino lazos vitales. La vida es una inmensa autovía con infinitos ramales y en ella nos tropezamos por azar con personas que nos transformarán para siempre. El sexo es sin duda un motor importante de transformación. El sexo no entendido como el coitocentrismo que proclamaba Freud y que postergó el placer de la mujer en pos de la penetración y la procreación. Hablo de otro sexo. Porque las palabras lo son;  la música, los abrazos, los olores, los besos. Ese es el sexo auténticamente transgresor: el que escapa a la cópula pura y dura. El que investiga todos los recovecos del ser humano. El que vincula el alma con el placer y el disfrute. El eros porque sí, porque me apetece. Sin obligaciones, compromisos, expectativas o resultados. La transgresión no es que te aten a los barrotes de una cama. La transgresión auténtica es reivindicar el placer al que todo ser humano tiene derecho por haber nacido. Hay que acabar de una vez con las etiquetas de "normalidad". Hay que eliminar para siempre el código moral. Nuestro cuerpo no es el pecado. También borrar el código mercantil; ese que vincula el sexo como una transacción de la carne. Y no sólo hablo de prostitución. Todavía el cuerpo es objeto de compra-venta. Sin ir más lejos, en Holanda es legal intercambiar el cuerpo a cambio de lecciones de conducir. Ninguna objeción, pero ese código mercantil también está corrupto, es impropio de nuestra esencia más pura. Occidente nos ha enseñado a odiar nuestro cuerpo. Nos provoca temor, nos provoca vergüenza. Y el cuerpo es un templo, como proclama el hinduismo. Nuestra mente, pero también nuestro cuerpo, nos define, nos configura, nos posiciona en el mundo. El cuerpo es hermoso siempre porque nos alberga; alberga al ser que amamos. Hay que derribar esa relación somatofóbica de Occidente con el cuerpo. Podemos empezar regalando un strip-tease a nuestra pareja o compañero de juegos sexuales esta Navidad. ¿Por qué no? El sexo no tiene un fin. Es el fin. En el acto amoroso los roles de deseantes y deseados se intercambian y el placer no pertenece sólo al hombre, o sólo a la mujer. Nuestra anatomía nos ayuda puesto que todas contamos con un órgano diseñado, única y exclusivamente para darnos placer: el clítoris. El sexo no puede ser "normal" ni "rápido", a no ser que nos guste mucho, mucho la variedad sexus horribilis. Me aferro a esta frase de Galeano: "El cuerpo es un pecado, dice la iglesia; el cuerpo es un negocio, dice el mercado. El cuerpo dice: yo soy la fiesta". Si todos somos uno, sin duda festejaremos más estas fiestas con la fiesta de la piel, de las caricias y haciendo excursiones e incursiones por toda nuestra geografía humana. Si estamos encadenados a otros seres humanos del vientre a la tumba, procuremos que esa relación sea rica y fructífera. No tortuosa, culpabilizadora y estresante. Es tiempo de regalos. Y el regalo es el presente. Se dice mucho. Y es cierto. El presente nos enriquece. Los otros nos aportan, nos enseñan. El mundo es un sembrado de maestros. Los unos a los otros nos damos lecciones de vida. Regalemos nuestro tiempo a los demás, nuestra paz y nuestra lujuria, nuestro deseo y la fiesta siempre perenne de nuestro cuerpo.

Deseantes y deseados

    Que no te vendan la moto. No existe un orden natural de las cosas. Es una falacia social. Cierto que pasamos nuestra existencia atrapados en esta red de planteamientos que algunos iluminados nos hacen creer y que nos arrastra porque tenemos la fea costumbre de no pararnos a pensar y dudar: eso tan saludable y tan perjudicial el mismo tiempo. En el viejo orden natural de las cosas, el sexo tenía como finalidad la reproducción. Ese era el sexo permitido. También se les dejaba a los señores echar una cana al aire con prostitutas. Nosotras, las mujeres no teníamos derecho a desear porque sí;  al placer porque sí y a darnos a la lujuria si es lo que nos apetecía. Mal, muy mal. Error. Esas mujeres, si tenían la desfachatez de dar la cara en aquellos tiempos, eran quemadas en hogueras, maldecidas, perseguidas. No hay nada como la libertad para aterrar a los carceleros y dueños del "orden natural de las cosas" En el orden imperante el hombre es el sujeto deseante y el rol de la mujer es el de ser deseada. Lo contrario no se contempla. Esto que diréis que os parece una antigualla sigue vigente como el primer día de su instauración. Sólo tenéis que echar un vistazo a la publicidad. Os aseguro que el trabajo que conlleva ser deseada las 24 horas del día es impagable. Ir de princesa es un coñazo y cuántas veces no nos apuntamos a más planes porque tienes que arreglarte, ponerte mona, acicalarte y perfumarte. Creedme:  como mujer es muy difícil, casi imposible, escapar a esa dictadura Menos mal, que en este río de borreguismo que seguimos como tontos, siempre hay personas despiertas que de pronto entienden el absurdo de las cosas. Una de esas personas se llama Lee Rainwater que en los años 60 escribió la interesante "Teoría de los subsexos femeninos". Lee pensó que había una tipología y secuencia muy clara desde el punto de vista histórico. En primer lugar: las mujeres rechazadoras. El orden natural de las cosas es lo que buscaba: mujeres que pensasen que el sexo era una marranería impropia de ellas, almas de dios, y que lo hacían sólo porque era el único modo de quedar embarazas y crear progenie que era lo que principalmente se esperaba de ellas. Después se pasó al papel de la mujer amante. El sexo se tolera como un mal menor para complacer al cerdo de su esposo que la quiere tocar en sitios impropios y fornicar y gozar de su cuerpo. Pero ellas, ay no, para ellas era un auténtico suplicio esto y sólo lo hacían por ellos y aguantaban que se fueran de putas por ellos y que tuvieran algún desliz por ellos. Por fin, llegamos a la mujer sexual. Una mujer que sabe lo que quiere en la cama, que lo pide. Que lejos de ser un felpudo demanda su propio placer y disfrute. El único problema que yo veo aquí es que aún vivimos en una sociedad donde se dan estos tres tipos de subsexos en la mujer y de hombres que responden al papel de la mujer rechazadora y en el fondo de su ser piensan como sus madres: "una mujer que disfruta del sexo ha de ser una guarra sin remedio". En este puzle hay piezas difíciles de encajar. Todas ellas coexisten de una manera sobrecogedora . Por eso, párate, piensa, estudia tus reacciones y comportamientos. Duda y deja de creerte que hay poderosos y débiles; amos y esclavos; vencedores y vencidos. Hoy todos somos seres deseantes y seres deseados. Y es maravilloso ¿O no?