domingo, julio 15, 2018

Ansar






Podríamos decir aquello de cuando habla sube el pan. Pero no. Cuando habla parece que tuviera un mendrugo gigante dentro de la boca ¿Pero qué le pasa a este hombre?

El que fuera presidente del Gobierno es un Grinch molesto que sólo sale a la palestra para perorar sus discrepancias y recordarle al universo que él lo habría hecho mejor—pero mucho mejor— que nadie.
Aznar , con sus abdominales de entrenador personal, su bigote desteñido —ahora afeitado— es una versión gruñona de Ned Flanders que simula un extraño alzheimer pues parece no recordar nada de su etapa como presidente.  Salvo que lo hizo mejor  —pero mucho mejor—que nadie.

Ansar no está de acuerdo con el juicio de la Gürtel , ni todo lo contrario. Ansar quiere apostillar pero  siempre se queda  en "yo te señalo con el dedo pero no me adentro en detalles engorrosos porque así  me mojo lo justo".  Ansar ha olvidado que al frente de RTVE puso a un diputado de su partido.

No sé en qué momento Aznar perdió pie con la realidad. Imagino que cuando daba ruedas de prensa en español con acento texano, acompañando a George arbusto, algún tornillo ya se le había caído de las entretelas de su cerebelo… pero ahí siguió. Y su foto ha estado en los despachos de muchos dirigentes del Partido Popular años y años. Repito: años y años.

Ansar nunca fue santo de mi devoción, a qué negarlo. Pero es que últimamente lo siento como una caricatura de sí mismo.  Mucha labia, mucho tirar balones fuera y ese habla corrido que es un borra palabras como de quiero parlotear pero sin que se me escuche. El que quiera entender, que entienda. Ansar es el oráculo arcano de las sibilas.

No sé qué pensarán los militantes de carnet del PP. Así, desde fuera, Rajoy me cae muchísimo mejor.  Rajoy que ha renunciado a su sueldo vitalicio, que con humildad regresa a su puesto de registrador a Santa Pola. Rajoy que cuanto peor, mejor.  Rajoy, con todos sus defectos, es humano. Para Ansar no tengo más palabras.

lunes, julio 09, 2018

El paradigma de Jane





¿Qué es lo normal? El equilibrio entre lo que tienes y lo que quieres. En la actualidad vivimos una media de 34 años más que nuestros bisabuelos ¿Es esto normal?.  
Queen cantaba aquello de ¿Quién quiere vivir para siempre? y lo cierto es que hoy día lo normal es sobrepasar la barrera de los 70 en un estado físico más que aceptable.
Enfrentemos un hecho: la vida ya no es lo que era. Nuestros yayos son súper yayos. Mis cuarenta y tantos no son los de mi madre y hemos de prepararnos para un nuevo paradigma: la madurez y la vejez ya no son sinónimos de decrepitud.


Esta semana mis redes sociales se hacían eco de un magnífico discurso de Jane Fonda. Dice Fonda: si a partir de los 50 nos quedan más o menos 30 años de vida útil ¿Por qué la sociedad continúa encerrada en el arco imaginario de nacer, desarrollarse, llegar al cénit de tu vida y, a partir de ahí,  ya destinarnos a la decrepitud? ¿Por qué esta ola malvada pretende encerrar a los mayores en la estantería de la tercera edad para que no molesten ni se hagan demasiado de notar?


El establishment lo lleva claro:  señores y señoras estupendos de setenta y tantos le hacen al sistema un soberano corte de mangas.

A los defensores de la juventud a ultranza les doy dos noticias; la primera: la jubilación no es sinónimo de estulticia. La segunda: desperdiciar el conocimiento de los que han vivido más años que nosotros es tirar el oro, gallina incluida, a la basura.


Fonda añade que nos pasamos la vida —sobre todo la juventud y la madurez— intentando encajar, afanándonos en hacer y hacer para que el sistema nos acepte, buscando el éxito para que el clan nos respete y no nos expulse de su círculo dorado. ¿El resultado? De sujetos nos transformamos en objetos y en nuestro esfuerzo por agradar y encajar, los otros —el sistema, quienquiera que sea— nos utiliza. Lo peor de todo es que nos dejamos.

Jane, con 80 años,  ha llegado a esta conclusión porque al aterrizar en el tercer acto de su vida decidió analizar qué había hecho de positivo en los dos primeros actos. Porque esa es otra. Al igual que la edad no es sinónimo de idiocia, los años no imprimen conocimiento por obra del espíritu santo. A la sabiduría se llega después del análisis y la reflexión.

Ahora que están tan de moda los políticos jóvenes que apenas han hecho otra cosa en su vida que militar en las juventudes de sus respectivos partidos os pregunto: ¿De verdad de la buena confiáis en ellos? Porque yo no. Desde aquí lo digo. Si no hay un Borrell detrás,  Pedro Sánchez se me cae un poco del pedestal. Si no hay un mentor en condiciones o la apertura necesaria al pasado, un joven por sí mismo  poco puede aportar salvo el entusiasmo, que suele ser estúpido. Y os lo dice una entusiasta cerril que ha cometido errores imperdonables en su vida y sobre todo, en su juventud.

Fonda concluye que en lugar de un arco, el nuevo paradigma debiera dibujarse como una escalera. Y a medida que uno avanza en años, avanza en conocimiento, sabiduría, serenidad y felicidad.

Siempre he adorado escuchar a los mayores. He aprendido lo indecible de ellos, quizá me haya dado una perspectiva de la vida algo anciana, es posible, pero gracias a ellos dejé de vivir sin miedo hace mucho, mucho tiempo.