domingo, mayo 26, 2019

Modo pasión






Enamorarse de uno mismo es el primer paso para lograr esos romances de ensueño que creemos imposibles. Porque no lo son. Es cuestión de entrar en el modo pasión. Abandonar los patrones aprendidos, los miedos, la cerrazón. Es poseer el conocimiento consciente de que te mereces lo mejor y por eso, lo mejor viene a ti. Sin complicaciones, sin dificultades. Es abrirte a la abundancia y al efecto multiplicador e irrepetible de los sentimientos genuinos. Es tener el valor de enfrentarte a tus sombras y salir triunfador.

Tras la batalla, miras a tu partenaire con esa mirada hermosa de los que han visto un trozo de la tierra prometida.

Activar el modo pasión es sencillo. Si estás en pareja unos años y más aburrida/o que una seta ha llegado el momento de pegar un salto del sofá y experimentar. Volver a mirar con nuevos ojos a tu “crush”. Cambiarte el color del pelo, viajar a lugares desconocidos. A veces basta con detenerse y analizar lo vivido y experimentado. Apagar el televisor y tener una conversación cara a cara y piel con piel. Porque esa es otra ¿Cuántas veces ocurre que uno vegeta al lado de su santo? Vegetar y cohabitar no es vivir y disfrutar

El amor verdadero rara vez se extingue, sólo hay que avivar un poquito el furor dormido. Cierto, vivimos en un mundo difícil e incierto pero esos escollos fortalecen los lazos auténticos y rompe los que nos ataban al otro por un motivo de comodidad.

No lo puedo remediar, soy una romántica empedernida, una firme defensora de los amores reales, que pisan la tierra y que incluso pueden llegar a durar años y años. También una firme detractora de los compromisos por conveniencia, el vivir de cara a la galería en una relación de costumbres y hábitos donde ya nada queda.
Como todo en la vida, los grandes ideales a veces requieren de momentos de trabajo, esfuerzo, paciencia, humildad e incluso soledad. Pero, vaya, merecen la pena. Llegar al modo pasión es mucho más que darle a un interruptor. Es abrirse a ser consciente…y despertar al modo de Leonardo Da Vinci “Me desperté solo para ver que el resto del mundo estaba dormido”.  Y si despiertas acompañado, mejor que mejor.

La primera vez




El amor real es una incontenible fuerza de la naturaleza que arrastra convenciones y con todo lo establecido. El amor real no tiene principio ni fin. Un infinito surca las cabezas de los amantes que se reencontrarán cuantas veces sea necesario para su realización. Carece de secretos, derriba murallas, fronteras. El amor real pisa el suelo una y otra vez. Pero al mismo tiempo aspira a la perfección, a que cada momento sea el mejor. Aspira a vivir cada día como si fuera el último y sentirse agradecido por semejante privilegio.

Es el amor que te empuja abandonar la zona de confort. Que te hace replantear todo tu esquema vital y te pone a los pies de los caballos pero que después alumbra e ilumina tus días tras surcar la noche oscura del alma. La existencia que resultaba tan cómoda pero que te regalaba un terrible vacío y la terrible pregunta flotando en el aire ¿Esto es todo? ¿A esto se reduce la vida?
Cuando uno prueba el amor real ya no le valen sucedáneos. Los hay afortunados que se topan con él en las primeras fases de su existencia y viven felices por siempre. Los hay que realizan búsquedas en su interior y en su inmediato presente y tienen que tropezar hasta tres veces en la misma piedra para caerse del burro.
Necesita de pocos aderezos este amor real, tal vez, quizá el descanso en el abrazo. La paz necesaria tras el largo itinerario recorrido. Navegar en los océanos del tiempo resulta agotador, tanto como mantener la fe en el reencuentro de las almas que se han extrañado por interminables momentos.
Y una tarde cualquiera —en el paisaje de una cama revuelta de abrazos y caricias— los amantes se contarán su primera vez. Y no darán por perdido el tiempo perdido.

Amor multiplicado por dos



Dar amor no te quita amor. Al contrario. Tiene el efecto multiplicador de peces y panes. Por eso si haces el amor con tu pareja y en un día de ausencia decides darte un homenaje pensando en él/ella, no la amas menos. Quizá más. Como explica mi querida Valèrie Tasso: “Mientras nos masturbamos, potenciamos nuestro imaginario erótico y alimentamos el deseo”. El placer se multiplica siempre. Más placer no resta, suma. Suma a nuestra vida, a la creatividad, a la realización, a la liberación.
Si uno no conoce los mecanismos de su deseo, de su explosión y sus orgasmos, cómo narices va a guiar al otro en su proceso de colonización del cuerpo ajeno. Aunque quizá la palabra colonizar sea demasiado agresiva porque en estos casos todo es mutuo y consentido. Existe la dulce rendición de las canciones y el modo pasión de los amantes enamorados. Podrán pasear, leer juntos y hasta cantar pero todo nace de ese momento de intimidad y éxtasis que los vincula fuertemente, que los convierte en cómplices y habitantes de un mismo sueño y una misma vida.
El proceso de seducción y erotización del otro siempre es único,  personal y viceversa pero es más auténtico y tiene más visos de éxito si uno antes ha aprendido a amarse. Y sí, también a auto erotizarse y auto seducirse. Qué importante es enamorarte de ti para enamorar al resto. Es el único camino que lleva directo al paraíso, a los fuegos artificiales y a las rutinas de los placeres compartidos.
Y no. El deleite no se gasta por exceso de uso, como el amor tampoco se gasta por sentirlo y demostrarlo. Y tener placer contigo misma no te aleja de tu pareja, te acerca más a ella.
Las cosas son complicadas si nos empeñamos en convertir nuestra vida en un bolero desgarrador pero la vida y las leyes del amor y del sexo son simples y sencillas. El amor es risa, es paz, dicha y felicidad y deseo y excitación. El placer sexual y la química y la conexión con la pareja es un regalo que debemos saber recibir sin intelectualizar demasiado.

En busca de la singularidad



Vivimos en un estrés constante, con la obsesión de aprovechar el tiempo, de exprimir cada minuto y encajar los momentos como piezas de tetris en el reloj de nuestros días. Vivimos un constante más allá, o más atrás, y nos cuesta horrores centrarnos en el momento presente. Deleitarnos con lo que sucede. Abandonarnos.
Somos unos obsesos del control, de lo que gastamos de más, de la juventud de menos, de si hemos engordado trescientos gramos o tenemos una arruga nueva que nos hace compañía. Tenemos terror a perdernos algo. Incluso albergamos la absurda idea de que la vida de los otros es mejor que la nuestra, cuando realmente hemos de pisar sobre nuestros pasos porque cada uno de ellos nos conforma, nos define y nos hace singularesQué importante es sentirse cómodo, feliz y hasta orgulloso de esa singularidad.
A veces, en ese maremágum de pensamiento interior caótico — repleto de auto crítica– olvidamos lo privilegiados que somos. Gozamos de miles de cosas sin mover apenas un dedo. Y, a veces, cuando la mente se para y llega el silencio, corremos como posesos en busca de más emociones, sensaciones; Atropellados en un sin vivir por probar nuevos vinos, ver cientos de miles de paisajes, películas, obras de teatro, tener conversaciones, conocer, experimentar, gozar con el cuerpo y todo eso está muy bien siempre y cuando no se convierta en una obsesión que nos conduzca al inevitable vacío.
Estamos en una actividad y ya pensamos en la siguiente. Y así no. Porque se nos olvida lo fundamental y lo fundamental, queridas y queridos, es el amor, la plenitud de la ya mencionada singularidad y tener un proyecto de vida, una meta propia, quizá otras metas compartidas con pareja, amigos, grupos o causas. Enhebrar todo eso con el hilo de la coherencia, porque vivir en coherencia te regala eso que nos parece tan aburrido pero tan necesario llegados a determinadas edades: la coherencia te regala un poco de paz.
Nuestra vida no es más interesante porque estemos más ocupados y estresadosNuestra vida no es mejor porque acumulemos experiencias si a éstas no les acompañan otros valores

AMORES MADUROS



El aumento de la esperanza de vida lo cambia todo. Los cincuenta son los nuevos 20 y son muchas las personas que en esta frontera de edad dan un golpe de timón a su vida y comienza una nueva etapa.
Con más años tenemos claro lo que queremos y aún más claro lo que no queremos. Estamos dispuestos incluso a sacrificar el estatus económico es pos de una vida más auténtica y eso implica las relaciones de pareja y amorosas.
Amar en tiempos maduros puede pillarnos con el paso cambiado a nivel físico e impone desafíos a la propia naturaleza tanto en hombres como en mujeres. La mente puede estar clara pero el cuerpo no siempre sigue el camino trazado. Bien porque aunque, conscientemente nos sepamos capaces de todo, inconscientemente permanecen patrones arraigados del “deber ser” que nos han impuesto los modelos de nuestros antepasados ¿Cómo se nos ocurre contradecir la tradición? Pues es saludable hacerlo, así que no duden un segundo de sí mismas/os.
Para el tema físico hay tratamientos hormonales que ayudan a las mujeres que lo necesiten y para los hombres las soluciones son casi infinitas. Desde tratamiento con células madre a las famosas pastillitas azules. Lo principal en estos casos es tener la cabeza muy bien amueblada.
Conozco casos de parejas surgidas en esta franja de edad. Parejas de largo recorrido que no mencionaré aquí por respeto a su privacidad. Es posible la felicidad y la plenitud en la madurez porque las decisiones de poner en marcha una relación se toman de manera consciente y no con el atolondramiento de la juventud y las expectativas que los otros tienen puestas en nosotros.
La parte negativa son las mochilas afectivas. De nuestras vidas anteriores quedan hijos, familiares, amigos y gestionar esto quizá nos abrume en un principio pero lo más difícil no es esto. Lo peor son los fantasmas del pasado, el terror a cometer los mismos errores y el miedo a que nos dañen y para eso la mejor pastilla es una autoestima poderosa, conocer nuestros recovecos del placer y del deseo y, por favor, por favor, no comerse tanto la bola, mejor comer otras cosas.

Bye, bye oxytocina

Las rupturas son todas dolorosas y el motivo es el mismo: cuando alguien dice adiós o le dicen adiós hemos de librarnos de la hormona del apego. Por eso duele. Porque estamos enganchado al otro por la oxitocina. Esta maravillosa sustancia se genera no sólo cuando nos amamos, también la liberan las madres al darle el pecho a sus hijos.

La conexión amorosa es tan enorme porque nos recuerda esa unión primigenia con mamá y su regazo y el sentirnos a salvo, seguros, en paz. Cuando la encontramos es difícil resistirse a ella, incluso si la relación no es del todo de nuestra satisfacción o su marcha nos genera continuas dudas.Muchas veces preferimos seguir adelante a pesar de todos los “peros” porque el enganche químico es importante. A este se le unen el resto de enganches: el afectivo, el emocional y quizá otros menos saludables.
Vaya por delante que detesto la palabra enganche y que me he vuelto una maniática de razonar todos los episodios emocionales por los que atravieso. Mi manía es liberar a la emoción, sí, pero evitar que esta domine mis días.
Racionalizar la emoción y las acciones se antoja poco romántico pero es saludable y positivo a la larga. Hacer un alto en el camino y poner en cuestión lo que  hacemos —y preguntarnos por qué lo hacemos— es necesario para no perdernos a nosotros mismos y entrar en el modo hámster. Cuántas veces nos auto observamos prendidos de esa rueda infinita sin plantearnos nuestro GPS.
Poner en cuestión las relaciones actuales es necesario. Con método científico valorar, medir resultados y grado de satisfacción. Si la cosa hace agua por todos lados, cuanto antes nos liberemos de un apego infructuoso mejor que mejor.
Las rupturas no siempre son negativas. En ocasiones son el punto de partida de una vida mejor. No hay que tenerle miedo al adiós, ni a perder esa hormona del enganche maravillosa. ¿No sería lamentable llegar al final de tus días agotado de rodar en la noria de las relaciones que te mantienen en movimiento pero que carecen de un destino final compartido?.

El tantra y las prisas




Llevo semanas documentándome para deleitar al maravilloso público lector de periódicos acerca del sexo tántrico y he de confesarles, queridas y queridos míos, que apenas he atisbado la punta de iceberg. Un mundo apasionante para el que la mayoría de los mortales carecemos de un ingrediente fundamental: tiempo.
Olvídense del aquí te pillo aquí te mato. El tantra supone un ejercicio de sexualidad consciente que requiere de todos sus sentidos y olvidar que existen las manecillas de los segunderos y las horas. Ponerse una cita y cumplirla: esa es la clave.
En pareja, esta debe comenzar a mirarse a los ojos y reconocerse. Una mirada que debería prolongarse el tiempo suficiente para establecer un diálogo silencioso entre el dios y la diosa que portamos dentro y que será precedido por leves caricias que debieran surcar los cuatro kilos de piel que portamos; apartar la mirada de lo puramente genital y saborear cada palmo de la geografía de nuestro partenaire. Las fragancias y aromas son fundamentales en este tránsito de placer que implica a todos los sentidos. Al olor de tu compañera/o puede acompañar otra fragancia como inciensos y almizcle.
Sólo después de estas estimulaciones, que incluso pueden incluir un masaje, se procede al acto amoroso tradicional. Esto es, al coito. ¿Cómo sabemos si lo estamos haciendo más o menos bien? El hombre podrá alcanzar uno o dos orgasmos antes de eyacular. La mujer puede encadenar un clímax mucho más continuado, casi sin fin.
El sexo consciente permite prolongar el coito mucho más del consabido ratico de veinte minutos. La energía se eleva y como consecuencia la mujer siente un amor infinito por su compañero y al hombre le sucede otro tanto. No sólo eso, tras la eyaculación, ellos no bostezan sino que continúan regalando caricias y zalamerías a su diosa.
Bonito ¿verdad? También envidiable, sobre todo si tenemos en cuenta que este tipo de práctica persigue una elevación espiritual, no sólo corporal. Y ya se sabe, para bailar con los ángeles es preciso detener el estrés odioso de nuestros días y darse el permiso de este abandono maravilloso, de esta meditación gozosa.

Las tres rosas





Les tengo que contar un sueño. Esto es absolutamente verídico y personal. Hace cinco años tuve una historia de amor terrible y maravillosa. Envuelta en aquel turbulento affaire, soñé con aquel por quien bebía los vientos. En mi sueño me regalaba tres rosas. Cinco años después y tras muchos vaivenes vitales, esa persona, ese amor ya no es terrible sino real y hermoso. Ese hombre vino con esas mismas tres rosas hace pocos días. Como en mi sueño. Las rosas reales superaban en belleza a las oníricas. Quizá su rostro estaba algo más cansado pero la emoción permanecía intacta. Cada rosa simbolizaba una cosa según él pero yo le encontré otra interpretación.
Las tres rosas son los tres elementos fundamentales de una relación: el tú, el yo y el nosotros. Y les daré una noticia a las señoras. Los hombres no temen al compromiso, ni al amor. Los hombres temen ser fagocitados por una relación. Por el otro. Como siempre me sentí muy chico, en mi fuero interno albergué esos temores desde adolescente. Quizá por eso no tuve novios de joven, y si los tuve, no me enamoré. El amor llega cuando desaparece ese terror a perderte en el otro porque sabes que no va a suceder, porque sabes que en las relaciones saludables esto no debería ocurrir.
Cada persona en su singularidad porta también su individualidad que hay que proteger como el tesoro más preciado que tenemos, puesto que ese tú que se ama, se respeta y se compromete consigo mismo es el que te va acompañar el resto de tu vida. Y el otro tendrá su propia historia. Y si en el transcurso de los días tienes la oportunidad de compartir una parte del camino con esa persona favorita, se construye un “nosotros” resplandeciente y maravilloso.
Por favor, tiren al cesto de la basura esas canciones de “Sin ti no soy nada”. Es el germen de toda relación tóxica. Sin ti soy yo. Tú sin mi, eres tú. Y sí, juntos podemos conquistar el mundo y amarnos como en las películas… pero sin dramas.

Los lenguajes del amor



Y una vez que han pasado los fuegos artificiales y las mariposas en el estómago ¿Qué? Pues en ese momento viene lo mejor. O lo peor. El auténtico desafío de la vida en pareja es superar la fase del enamoramiento y amar como hasta ese momento o incluso más.
Hay un libro muy interesante, titulado Los cinco lenguajes del amor que incide en esas diferencias que en ocasiones encontramos con nuestra pareja y convierten insalvable esa valla que aparece cuando la química vuelve a su estado original.
Según su autor, Gary Chapman, los seres humanos mostramos el amor de cinco maneras diferentes. Una de ellas es a través de palabras de afirmación, es decir de refuerzos positivos a tu pareja en esas áreas donde muestra inseguridad. Ocurre en aquellas personas que han pasado gran parte de su infancia o vida rodeados de figuras de autoridad extremadamente críticos. Ofrecer tiempo de calidad a nuestro partenaire (punto 2) es otro modo de mostrarle cuanto nos importa. También hacer regalos (punto 3) o prestar actos de servicio al otro (punto 4) son otras formas de demostración de afecto. Luego está el punto cinco y es el frecuente contacto físico: abrazos, caricias, besos y también la sexualidad.
¿Qué ocurre si Pablo le muestra a Teresa su amor preparándole la comida y haciendo la colada pero lo que es imprescindible para Teresa es que Pablo la abrace, la sorprenda con un beso y le haga el amor con dedicación? Pues que de nada le sirve a Pablo tender tanta ropa. Teresa pensará que ella es más importante que la lavadora y que quizá a ella no le molesta tanto la tediosa colada si al final del día Pablo se duerme abrazándola con entusiasmo.
Total, es como si Pablo y Teresa hablasen idiomas distintos.
Mostramos el afecto según aprendimos en nuestra infancia. Pasada la fase de amor romántico queda la base, lo aprehendido, quizá sin ser conscientes.
Si tienen diferencias con su partenaire estudien por qué y de qué forman muestran o les demuestran el amor y si no les satisface, tan sencillo como reflexionarlo y, por supuesto, dialogarlo.

Julia y el género neutro



Esta semana Julia Roberts ha subido a su Instagram una imagen frente a un baño que era para chicas, chicos y personas en silla de ruedas. En la puerta podemos leer: gender neutral.

Pocos saben el conflicto que supone aparentar de un sexo y sentirse de otro. Yo misma no lo sé. Me puedo imaginar el desbarajuste vital de quienes nacen con genitales masculinos y se sienten mujeres o viceversa. El desbarajuste de familias con niños con estas características ante una sociedad que se desentiende de esta realidad. Una sociedad que no entiende ni quiere entender.
Los aseos de género neutro en las escuelas, edificios públicos y, por ejemplo, grandes almacenes, tendrían que tratarse de un modo natural para no añadir más frustración y desconcierto a las personas trans. Quizá ya han conseguido aceptarse a sí mismos, quizá también han tenido la suerte de contar con una familia que los ama y acoge ¿Pero qué ocurre si alguien les monta un pollo porque entran en un aseo de señoras   — puesto que ellas son señoras–  pero el resto no las ve así?
Hay también quien podría pensar que crear una serie de aseos del género neutro es un tipo de segregacionismo, como en la época del apartheid, o volver a la Georgia de los años 50. Yo lo veo de otro modo. Es un lugar donde las personas trans se sienten cómodas, libres de miradas desagradables. Y el gesto de Julia Roberts me ha gustado mucho.
Hemos de integrar la idea de que existen muchas sexualidades. Lo estándar debería erradicarse del género humano. La diversidad y la singularidad es propia de nuestra especie. Es horrible que nos quieran uniformar.
El sexo también se practica en sillas de ruedas, en camas de hospital. El sexo es vivido por personas parapléjicas y octogenarios. Y en todos los casos enriquece las vidas de aquellos que se niegan a renunciar a una parte vital de su existencia.
Encajar en el canon de pareja bella, joven y hetero no es garantía de un erotismo más feliz. Es más, las reglas y los patrones sólo existen para saltárselos.

Hermanas de Eva




Algunas interpretaciones del Zohar sostienen que Eva copuló con la serpiente adquiriendo de esta forma la sabiduría y el conocimiento. El Génesis es más cauto. Fue una manzana y no un acto de zoofilia el que proporcionó los secretos de la vida a Eva. Comer del árbol del bien y del mal la convirtió en poderosa.

Sea como fuere, ahí estamos nosotras. Cobramos menos que nuestros compañeros hombres, dejan de contratarnos porque somos madres, o podremos serlo, y en algunos casos sufrimos violencia en el entorno familiar y sutiles discriminaciones que no levantan ampollas, ni ponen moratones en nuestras caras pero que calan igualmente.
Eva, a veces, se ha callado y aguantado la situación. Pero nuestras Evas de hoy están hartas y muy cabreadas. Y el coraje es bueno para romper barreras y cadenas. Para romper con las desigualdades. El coraje es el camino de la liberación y de la sanación.
Y en este camino es imposible no tomar partido.
El principal enemigo de las mujeres reside en nuestra programación. Al día surcan nuestra mente unos 30.000 pensamientos. De algunos somos conscientes, de otros, no. La mujer que se sabe poderosa puede controlar hasta cierto punto esa programación pero procedemos de una escuela del dolor, de una escuela de valle de lágrimas, de sufrir en la tierra para gozar en otra dimensión. Esta perniciosa programación ha tejido nuestra mente y la de nuestros ancestros.
El neurocientífico Salvador Martínez Pérez, me confirmó que el pensamiento positivo da resultados. Que no es una magia de abracadabra. Que las palabras crean y que lo que crees, creas. También los hechos traumáticos en tu vida generan una muesca en tu cerebro. Una cicatriz en la que nos es muy sencillo volver a caer. Ese precipicio está siempre presente. Es el precipicio de la escuela del dolor de nuestros antepasados. El abismo de creer que no merecemos la felicidad. Que ésta dura poco en la casa del pobre. Que la mujer siempre tendrá sobre sí un techo de cristal. Estas creencias vetustas nos alejan de la verdad primordial. Y es esta: somos poderosas. Tenemos el mundo en nuestras manos y la capacidad suficiente de cambiar las cosas.
Cierto, no será sencillo. No lo es, de hecho. Hemos de tirar por tierra esa escuela del padecimiento en la que hemos crecido y que nos ha sometido. Esa escuela del dolor que crearon los poderosos para mantenernos inmóviles, muertos de miedo. Con las manos atadas
a hombres pero aún más a las mujeres. Hay que abandonar el discurso victimista y tener el valor y la osadía necesarios para coger las riendas de nuestra vida.
Volvamos a la Eva sabia. La sobredosis de realidad es beneficiosa en el fondo. Quizá sean un jarabe amargo al principio pero aceptar y conocer esa realidad es el primer paso para cambiarla. Las mujeres tomaron conciencia de su punto de partida en el 2018. El año del “Me too”, supuso también un descorrer velos y armarse de coraje para gritar un unánime “Basta ya”.
Las mujeres ya se han subido al carro, han conectado el GPS. Ya saben desde donde vienen y hacia donde quieren ir. Ellas, la mayoría de ellas, no se dejan engañar por el ruido mediático de patrones anquilosados y vetustos. Esos patrones que nos quieren divididas, insolidarias y perdidas.
Por suerte, ya sabemos el camino. Un camino de hermandad donde cada mujer agredida, vilipendiada o tratada injustamente es nuestra hermana a la que hemos de cuidar y proteger como si se tratase de nosotras mismas y que todas somos en el fondo esa Eva primordial.

De padres e hijas



Todo en la vida son relaciones. Las mujeres hetero tenemos en la figura del padre una referencia inexpugnable. En algunos casos la ausencia de ella. Y esa ausencia es una herida profunda, imposible de sanar. Lo digo así de tajante: imposible. Siempre aparece el fantasma del abandono. Antes o después. Hemos de mantenerlo a raya. Nuestras parejas, amigos, amantes, novios, jefes, hermanos han de tener con nosotras una paciencia infinita. Porque hasta lo que no duele, nos duele, porque aquel que debió amarnos por encima de todas las cosas, no supo hacerlo. O no supo mostrarlo y las carencias siempre lo son. Un clavo no saca otro clavo. Para nada.
Las relaciones que mantenemos con nuestros maridos, amantes, novios, jefes, superiores y hasta compañeros de trabajo vienen marcadas por lo que viviste, o no, en tu casa. Cuántas mujeres han buscado y encontrado un hombre completamente distinto a su padre o  escandalosamente similar. Uno de mis grandes amores nació el mismo mes y la misma semana que mi padre, en años distintos, por supuesto. Ni buscado a propósito. Tenían gestos, absolutamente parecidos, como abrir el frigo y agarrar el jamón york con los dedos y engullirlo así, de pie, con un ansia poco saludable. Esa imagen del amante me dejó clavada en el suelo: era una demostración salvaje de hasta qué punto encontré en él al padre ausente. Y le debo la vida, en verdad. Me demostró que había figuras masculinas toscas y rudas, como lo era a veces, con el que discutía constantemente –como ocurría con mi padre– pero con la diferencia de que él estaba siempre ahí. A cualquier hora del día, de la noche, de la madrugada. Era el amante presente y el padre que nunca tuve. Con todos sus defectos y similitudes. Con su compañía eterna.
Cuántas veces las relaciones con hombres ahondan más en la herida, que siempre estará abierta, que nunca sanará del todo. Por eso vivimos no sólo con el fantasma del abandono, sino también con el poso de la desconfianza. Tu subconsciente te ha enseñado que, antes o después, vas a sufrir. Pero, al mismo tiempo, tu consciente, tu niña y tu adulta se dan la mano y aprenden a construirse un hogar dentro de ti. Y ya no necesitas spidermans porque tú te rescatas a ti misma. Ahora, somos poderosas heroínas de nuestro propio reino. Y estás preparada para lo que acontezca. Incluso abandonamos por momentos la desconfianza. Damos el salto de fe. Los amigos, amantes, novios y hasta hermanos se sonríen por dentro. Porque los lazos de amor están por encima de todos los miedos y heridas.
La sombra del que nunca estuvo deja un poso inevitable de corta autoestima en nosotras. Algo que toca trabajarse toda la vida, día a día, casi hora a hora.
Lo que podría parecer un lastre para una vida plena es, sin embargo, un acicate para convertirte en una persona mejor. Quizá nadie te dijo de niña lo maravillosa que eras. Quizá tampoco te dieron un abrazo cuando más lo necesitabas. Quizá tu padre dejó de hablarte porque te fuiste lejos del hogar, a estudiar. Porque huiste para encontrarte.
La relación entre padres e hijas siempre debiera ser armónica, recíproca y maravillosa. Me deleito cuando encuentro por el mundo a esos padres y a esas hijas felices. Pero también me deleito con mi crecimiento. He llegado a la edad madura, no sin pocas dificultades. Como una tullida a la que siempre le faltó un brazo, o una arteria vital pero que ha conseguido hacer de la carencia virtud. Se acabó buscar al padre. Yo soy mi padre y mi madre. Yo soy el hogar.

Feminazi



Hay palabras ofensivas, detestables. Comparar a las mujeres que defienden los derechos de otras mujeres con los nazis delata a quien lo hace. Dice mucho de quien pretende atacar a alguien con semejante calificativo.
Las mujeres no odiamos a los hombres. Las mujeres que defienden los derechos de otras mujeres no son todas iguales ni profesan una misma ideología. Las hay de todos los colores y un único denominador común. Queremos parar la violencia de género, queremos que se le otorgue la importancia que lamentablemente tiene. Los datos estremecedores de mujeres fallecidas a manos de sus parejas en nuestro país no tienen vuelta de hoja, ni interpretación, ni ideología. Son dramáticamente demoledores.
Las evidentes desigualdades de sexos en los puestos de poder tampoco pueden ser sometidos a interpretación. Echen una mirada a las fotografías de los miembros de la Comisión europea o del IBEX 38.
Pretender que las mujeres ocupen esos puestos de poder, como corresponde a una sociedad mixta y, supuestamente, igualitaria en oportunidades para todos, no es agresivo, ni persigue el exterminio del hombre. Al contrario, muchas feministas tienen pareja, aman a sus maridos y lo que pretenden es que sus compañeros de vida se incorporen a esta lucha para impere de una vez el sentido común.
El sentido común nos dice que el amor no es violento. Ni dramático, ni terrible. Que los hombres que matan a sus mujeres y luego se suicidan no tenían ni idea de lo que es una relación saludable de pareja. Amar no es poseer al otro ni desear que haga lo que te dé la gana, ni pagar con esa persona las frustraciones de tu vida. Amar es cuidar. Cuidar bien.
En estos días inciertos y preelectorales en los que se ponen cuestión derechos batallados por las mujeres durante tantos y tantos año y en los que se pretende minimizar los efectos y los datos de la violencia machista, hemos de recobrar la cordura y rechazar esas informaciones falsas que arrinconan la lucha por los derechos de las mujeres en el área de los genocidios. Es sencillamente una barbaridad.
En estos días inciertos en los que sales a bailar con tus amigas y sin comértelo y bebértelo un tío mete su cabeza entre tus tetas, es preciso llamar la atención de los otros hombres, esos mismos de su pandilla que se sienten abochornados para que rompan el silencio y del bochorno pasen a la acción. Esos hombres que tienen hermanas, hijas, mujeres, amigas, que no deberían tolerar ni un solo chiste machista, ni esos videos ofensivos donde aparecen otras mujeres que podrían ser sus hermanas, hijas, mujeres, en fotos degradantes. No entiendo qué placer, qué gracia encuentran en vernos siempre como objetos sexuales o como marujas histérico-deprimidas. Algo que no somos.
Reconozco que no soy una feminista de libro y quizá el adjetivo me venga grande. Me gustan los piropos, me gustan los hombres y las galanterías no me ofenden. Que me abran y cierren la puerta del coche, o la puerta en general. La amabilidad y la cortesía a la antigua, lejos de molestarme, me agrada. Pero que nadie se confunda. Creo que la mayoría de las mujeres estamos juntas en luchar contra la desigualdad manifiesta, la violencia manifiesta, la agresión manifiesta que se produce a diario contra nosotras. Sin comerlo ni beberlo.
Hay que parar esto: la descalificación gratuita, el miedo a andar solas por las calles y a esos grupos de desalmados que no llegan a hombres y dejan en un lugar detestable a los de su género. Por eso los hombres tenéis que estar con nosotras. Por vuestras hermanas, hijas y parejas. Por vosotros mismos.

En tránsito

Estos son los días de hasta San Antón, Pascuas son. El árbol y las luces navideñas siguen prendidas en muchos hogares. Igual que la esperanza, los sueños de la navidad prenden aún la mente de todos aquellos a los que no nos tocó la lotería ni recibimos el ansiado regalo, tantas veces pospuesto.
Son días de “es complicado”. De sí pero no. Ya no. Llegó la cuesta de enero y las compras aplazadas ahí se van a quedar, a la espera de un mes más oportuno. Esta franja de tiempo es como el duermevela, en el que nos anclamos tantas veces y recreamos cuando hay posibilidad. El calor del edredón, la paz de tu cuerpo tumbado -a solas- te invita a una reflexión eterna de la que no quieres salir.
La frontera entre la vigilia y el sueño es frágil, una cuerda de alambre por la que paseamos. Sobre esa tira de hilo suspendido en el aire avanzamos despacio. Primero un pie, luego el otro. Un paraguas cirquense nos ayuda a equilibrarnos frente al abismo. Ese duermevela es un tránsito de los fantasmas oscuros a la realidad de una habitación fría. El pasado y el presente se reúnen sin misericordia y repasas derrotas y victorias. Entre los grandes planteamientos vitales, se cuela en tu cabeza pedir cita con el veterinario, la lista de la compra, poner una lavadora. Esas patrañas de gestión doméstica en las que se nos van tanta horas al día sin poderlo evitar. Y regresa a tu cabeza de “en tránsito”, ese viaje soñado, las posibilidades que se abren con esos cambios que acontecen a tu alrededor. Cambios tantas veces esperados pero que provocan cierto vértigo. Días de sí pero no. No pero sí. Días, sencillamente, de “es complicado” pero que gestionaremos con cálculo y mesura, a pesar de las pasiones, a pesar de los impulsos. Actuaremos con cautela pero actuaremos. Marte en aries nos impide estancarnos en el pacífico duermevela.
Como el tránsito de la vida a la muerte, mal llamado agonía, los días del cambio, de romper el sueño fastuoso de las pascuas para despertar a la exigencia saturnina de las obligaciones, nos empujan también a cerrar muchas puertas para abrir otras. No hay solución. Aquí es un sí porque sí, a menos que prefiramos ese limbo de miedos a permanecer estancados en realidades que detestamos, en patrones que no nos satisfacen. Porque el purgatorio es como un duermevela pero lejos de llenarte de paz, te escuece, como quizá escueza la agonía, ver el cadáver de un ser amado porque sabes que está pero no está. Que es un sí pero no.
Enero siempre es un mes de tránsito, de frío, de ansiar la luz solar unas horas más- por favor- que podamos proseguir la jornada iluminados, una vez terminadas las tareas más imperiosas del día. 
Es el mes de desearse feliz año, de retomar rutinas y propósitos para que los buenos deseos y propósitos se encaminen de una vez por el camino correcto. Ya saben: dejar de fumar, ir al gimnasio, no tomar alcohol ni dulces, ordenar la casa, la cabeza y el corazón. Aprender a establecer límites con los otros y comprometerse más que nunca con uno mismo en los propósitos de vida que están grabados a fuego en nuestros corazones y que quizá esta calma chicha de “hasta San Antón Pascuas son” nos permiten, por primera vez en la vida, contemplarlos con claridad.
Bien pensado, los días del tránsito, el duermevela, el purgatorio ,”es complicado” y hasta la agonía son necesarios para cruzar umbrales importantes y conseguir que cuente cada día de nuestra vida.

El amor de Clara y Juan




Mientras el mundo se desmorona yo ando enmarañada en la historia de amor de Clara Schumann (de soltera Clara Wieck) y Johannes Brahms. Las historias de músicos, y en especial esta, me sobrecogen porque siempre flotan las musas y los pentagramas entre ellas y las declaraciones románticas son de un intenso sublimado difícil de hallar en la vida real.
Además, este romance en concreto, es complejo, abnegado. Muy hermoso. Como lo es el auténtico amor.
En el principio Clara se casó con Robert Schumann quien llegó a la vida de los Weick porque era alumno de su padre. En aquel entonces, Schumann era un músico desconocido al que le faltaba aún mucho talento por desarrollar. A eso se añadían sus ínfulas literarias. A pesar de los nueve años de diferencia, Clara y Robert entablaron amistad y al año contrajeron matrimonio, unos meses antes de que ella cumpliese la mayoría de edad. Para el señor Weick, Robert era un partido deplorable.
Años después, Johannes Brahms es el alumno de Schumann. Se mezclan en su corazón la admiración y devoción por su maestro y el hechizo que sentía por Clara. Imaginamos al pobre Johannes, torturado e insomne, presa de una pasión inconveniente…como poco.
Clara Schumann fue una concertista notable, incluso compositora de su propia música aunque jamás se valoró a sí misma en su justa medida. De hecho, tenía la peregrina teoría de que las mujeres componían peor. Imagino que en el mundo del siglo XIX, simplemente, lo hacían menos.
La virtuosa tuvo una infancia complicada y una vida difícil. La mortalidad infantil de antaño se cebó con varios de sus hijos. Luego vinieron los intentos de suicidio de Robert y su suicidio al fin.
Mientras tanto, ahí estaba Brahms, suspirando de amor por ella. La apoyaba en todo y le escribía muy bellas cartas. Entre ambos existió la admiración, la relación intelectual y artística y, claro, el amor. Imagino que en esos ambientes es muy complicado separar una cosa de la otra.
Algunos fragmentos de sus cartas: ” Eres para mi una amiga tan querida que no puedo expresarlo…Si esto continúa así, tendré que colocarte algún día detrás de una vitrina o ahorrar para poder engarzarte en oro”.
O, este: “Mi muy querida Clara, desearía poder escribirte tan tiernamente como te amo y decirte las buenas cosas que te deseo”
En estos mundos de horrible frialdad uno no puede imaginar como un amigo le cuenta al otro lo que siente con esta vulnerabilidad y desnudez. Pero así le contó Juan su sentir al violinista Joseph Joachim:  “Creo que no la respeto y admiro tanto como la amo y soy presa de su hechizo. A menudo debo contenerme con fuerza para no rodearla en brazos. Me parece tan natural que ella no lo tomaría a mal”.
Qué pena no tener una máquina del tiempo para saber en verdad que ocurrió después, tras el suicidio de Schubert.  Sabemos que Johannes y Clara viajaron a Suiza, que su relación se hizo más intensa pero ambos acordaron destruir la gran mayoría de cartas de amor que se enviaron.
A veces no hay como sublimar la pasión para que el arte brote sin contención. No sabemos si el delirante amor de Juan por Clara le llevó a crear tan extenso repertorio y a ser uno de los grandes.
Hans von Bülow lo incluyó en la trinidad de las tres B junto a Beethoven y Bach. Las sinfonías de Brahms, un género al que llegó con muchas dudas, constituyen según los expertos, “una de las culminaciones del género sinfónico del XIX”.
Prueben a leer este punto G con algo de Brahms o de Clara de fondo. Magia pura.

Finales Felices



Qué importante es la comunicación y el diálogo!. Ya lo dijo Dios. Y primero fue el verbo. La palabra es el inicio de todo. En un mundo donde prevalece la acción, los mensajes rápidos y banales y el ir cada uno a su bola, las parejas se desmoronan como volátiles castillos de naipes.

Se nos rompió el amor, dicen. A veces, efectivamente es así. En otros casos, un leve contratiempo, o enfado, da paso a un silencio pegajoso que se transforma en estructural.
La pareja Masters and Johnson curaron en su día miles de matrimonios con problemas sexuales. Por si alguien no lo tuviese suficientemente claro, las dificultades en la cama son fruto casi siempre de una semilla emocional. Un viejo rencor, un miedo nuevo.  A veces un gatillazo accidental condiciona al hombre por siempre. Y esto no puede ser. Lo accidental es eso:  accidental.
Nuestro cuerpo está todavía preparado para las situaciones de alerta prehistóricas, así que se pone en guardia ante hechos que nos sobrecogen. El deseo sabe más de nosotros que nosotros mismos y la falta de deseo, también. Hay que preguntarse el por qué.
Los sexólogos tratan fundamentalmente disfunciones eréctiles y la eyaculación precoz en hombres. En ellas, la anorgasmia y también el deseo sexual. Los padres de la sexualidad moderna encerraban a sus pacientes en un hotel y les prohibían el coito. A cambio, la pareja aprendía a conocer la respuesta sexual de su compañero y la propia. Se desnudaban, se masajeaban con un aceite y ahí observaban como el cuerpo pasaba de estar sólido como una fría losa de mármol a espirituoso y juguetón. Los fuegos artificiales famosos, ya saben.
Los sexólogos les invitaban a analizar  las transformaciones físicas en el cuerpo de su pareja punto por punto: comenzando por el rubor y continuando por las manifestaciones de excitación de su partenaire: los jadeos, las palpitaciones, la dureza de los pezones de ella y del pene de él, claro.
A las dos semanas muchos de los casos disfuncionales terminaban completamente sanados. Paralelamente a estos encierros, había sesiones de terapia en la consulta juntos y por separado. Conclusión: hablando se entiende la gente y, a veces, pararse a reflexionar y dialogar soluciona grandes y pequeños problemas de alcoba y de vida.
Puede parecer una verdad de cajón pero ahora que leen esto les invito a que repasen mentalmente las ocasiones en las que tuvieron un enfado tonto, un mal día y, desde entonces, este malestar con esa persona se ha perpetuado.
¿Qué pasó realmente? ¿De verdad el conflicto era tan terrible como para esas grandes distancias?
–Lola, tú siempre con tus happy endings
–¿Y por qué no? Vivan los finales felices
Si tiene un problema de alcoba, coméntelo siempre. Si tiene un problema con un colega de trabajo, tómese un café con él. Lo sé, es incómodo y nuestro ego siempre nos dirá: pues que me llame él. Las tensiones son terribles en esos caso pero hacemos montañas y montañas de auténticas estupideces.
Si conserva un rencor arcaico pregúntese sobre todo ¿Para qué? Y si este es infranqueable pues, a veces, es mejor un adiós saludable a una cama plagada de odio de malos rollos y enfrentamientos.
Y si tiene un socio cantonal, un jefe incapaz de un mínimo gesto de empatía, por su bien y el de él, llámelo al orden. Con cariño y cortesía siempre, por supuesto.
En la cama y en la vida atesorar “tú me hiciste, tú me dijiste, malaje, cobarde, traidor” es pernicioso . Y siempre, siempre, pregúntese ¿Por qué? y ¿Para qué?