domingo, febrero 24, 2013
El efecto ketchup
Sólo creo en dos cosas. En la estupidez humana que, como decía Einstein, es infinita, y en el efecto ketchup. Es una ley universal aplicable a todo lo acontecible. Uno está ahí que no sabe si toca las maracas o intenta comer, dale que te pego al bote, y sólo obtiene flatulencias plasticosas frente al plato. Hasta que, de pronto, todo tu afán se concentra en un último zamarrazo y, hala, ¡el desparrame!. Cae un pegotón de ketchup. Una cordillera roja y blanda que baña la carne, que surca las patatas como un volga desbordado. Masa blandiblub que se reparte, de forma artera y certera, en la pechera de tu camisa, en la pernera de tu vaquero limpio. No sabes si estás en la cocina, en un bar, o en una procesión de Semana Santa con sus Ecce Homo.
El efecto ketchup es una acepción danesa en su origen, de inevitable connotación sexual, que me preocupa . Así es la vida, queridos. Uno lo intenta y lo intenta. De pronto, todo sucede de una vez. Sin control; a veces, a nuestro deseo cumplido se suman avatares inesperados. Si nos cuesta lograr algo, trabajamos sin descanso hasta conseguirlo. Y cuándo llega ¿Qué? Pues que nunca es como lo imaginábamos.
Alguien nos ama con desesperación. Un día te caes del burro, decides abrir los ojos, te enamoras de ese amante tuyo en la sombra y, entonces, va y se acojona. Porque la inversión siempre es proporcional al resultado. Las semillitas nunca caen en saco roto. El amante quería una maceta y se encuentra con un jardín de rosas. Y a ver cómo gestiona eso. No way. Sale pitando.
Incrédulos del mundo: los sueños se cumplen. Por tanto, como dicen por ahí, cuidado con lo que soñamos. Cierto que la vida real se aleja de nuestro ideal. Nuestros deseos son órdenes pero salen de nuestra nebulosa, de nuestras coordenadas cartesianas de bueno/malo. Los deseos se cumplen pero de forma tramposa. Como aquel que está en un desierto, se encuentra a un genio de lámpara y le pide tener agua y ver muchos culos. El genio lo transforma en váter.
Hoy hemos de luchar y luchar. Nada de fluir, nada de dejarse arrastrar por la vida. Eso es muy zen pero imaginaos los resultados de dejarse llevar "con la que está cayendo". Fluir es un lujo que sólo podemos practicar en las clases de yoga. Y ahí estamos nosotros, en esta vida tan tonta, matándonos por conseguir nuestros ideales, trabajando 15 horas al día, hasta que ¡Zas! "ello" ocurre, oye. Pero a lo bestia. Buscas un trabajo y te salen tres de golpe. Y a nada dices que "no" porque "con la que está cayendo" ¿ Quién se lo puede permitir? (recordad, sólo en las clases de yoga) Y vuelves a trabajar 15 horas al día pero no juegas con tu hijo, ni sales de tu mundo de fechas, horas, letras, compromisos, twitter y redes sociales.
Vuelves a tu nebulosa interior y te sientes como antes ¿Por qué? Porque aunque no lo sepamos, en el fondo, nuestro auténtico sueño es salir de nosotros y que nos quieran. Porque somos pobres mamíferos a la búsqueda de un arrullo. De uno sólo, o de dos, no de una manada. Por eso el fenómeno fan no consuela a tanto artista inseguro y deseoso de amor. Por eso, todas las cifras significan la nada si detrás no hay algo de calor humano. En el fondo ¡Somos tan simples!. Ya lo decía Kafka: "todo el conocimiento, la totalidad de preguntas y respuestas se concentran en el perro".
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