domingo, octubre 13, 2013

Amantes de alto rendimiento






Tú, yo y mi móvil.  Desde hace unos años siempre hay un tercero en las relaciones. Incluso un cuarto. Pero desde luego, el celular no falta. ¿Os acordáis? Hubo un tiempo en que ni sospechábamos de su existencia, o eran un mamotreto enorme, como la caja de zapatos de Herman Munster. Lo llevaban ciertas personas de estatus o posiciones estratégicas para una urgencia. 
De caja de zapatos pasó a zapato y los aparatos mutaron en un sinfín de tamaños y colores. Hoy el móvil es algo así como un salva slip. Por el tamaño, claro, no porque te lo pongas en semejante sitio...aunque todo se andará. Las aplicaciones Passion y Sexmeter te conminan a llevarlo en el bolsillo trasero del pantalón o dejarlo junto a la almohada mientras mantienes relaciones sexuales. Luego el móvil, va y te puntúa: "Perfect", "Bad" o el siempre esperanzado "Try again".  Es una aplicación parecida a "Endomondo" o" Sports tracker". O sea, de training: pulsaciones, ritmo, calorías quemadas pero ¿Qué hay de la pasión? ¿De las palabras sucias? ¿De los gemidos? ¿Los estertores? ¿Qué hay del romanticismo? ¿De las miradas? ¿De los olores?

¿Qué hay del amor?

Imaginaos. Llegará un momento que estos amantes de alto rendimiento persigan la excelencia mensurable y se olviden de todo lo demás. Es decir, de lo que de verdad importa. Lo que se graba en nuestra memoria: los gestos, la complicidad. El maravilloso feeling intangible.

Tiene gracia que existan también aplicaciones para enseñarte a besar (sí, sí, pones los labios encima y el móvil te dice si lo haces bien o eres un puto desastre) pero me parece una guarrería llenarlo todo de babas, con el consiguiente riesgo de que aquello quede inutilizable para siempre. Además ¿Por qué darle autoridad a un móvil para juzgarte? ¡¡Pero si tan siquiera tiene labios!!

El móvil proporcionaba hace unos años esa plus de intimidad. Llamabas desde cualquier sitio: véase calle o cuarto de baño. Podía darse el furtivismo, la peligrosidad y la alevosía. Esas fotos subidas de tono que han viajado por el ciberespacio, las palabras que han invadido los buzones de los sms. Ese acto de llenar el buzón de tu objeto de deseo cuando no había posibilidad de vaciarse en otro sitio.

Hoy, sin embargo, nos delata. Sabe por dónde nos movemos. Incluso ofrece tal información a los posibles candidados (Grindr) pero también fiscaliza nuestras llamadas, horas de conexión al whatsapp;  si leemos; si contestamos o no ; Hoy es una descarada intromisión en muchos encuentros  amorosos. El móvil no se apaga y ahí está, vibra que vibra, mientras lo que debería vibrar es otra cosa.

En ocasiones, sospecho que detrás de cada terminal hay un ojo escrutador que ve todos nuestros actos y declaraciones. Todas nuestras fotos: asépticas, incómodas, sexys, descarnadas. Un tipo que percibe el grado de emoción cuando tratamos con un interlocutor cualquiera: tu madre, tu jefe, tu amigo de la infancia o esa persona que te hace tilín (aunque cada vez hablemos menos y escribamos más); incluso lo barema: "perfect", "bad" "try again". Un tipo que nos vigila, cómodamente apoltronado en una chaise long diseñada por Le Corbusier, desde el mundo inmaculado de las nuevas tecnologías. Ese amo nos controla. Se sirve un daikiri, pasa pantallas con su dedo virtual: "veamos  a zutanita, qué tal le va con menganito"; "Oh, no, querida. No merece que llores por él. Los cuernos no te dejan ver el bosque". "¡Si no lo veo no lo creo. André se decide a salir del amario!

Y juega con nosotros, como un loco creador del Show de Truman.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Entre el teléfono y nosotros ya no tan siquiera hay una voz, cpn su tono, el registro, los silencios, etc.

Beauséant dijo...

supongo que, en el fondo, es que nos gusta delegar tantas cosas en esos aparatos, porque siempre podemos optar por no tenerlos, o configurarlos al mínimo, para que siempre seamos unos extraños de los que no saben nada, ¿no?

pero, claro, en el fondo estamos locos por delegar nuestras vidas, por no ser responsables de ellas.