Hay una famosa frase de Isabel Allende con la que estoy completamente de acuerdo: "Para las mujeres el mejor afrodisiaco son las palabras, el punto g está en los oídos, el que busque más abajo está perdiendo el tiempo". Podemos tropezarnos en la vida con amantes muy mañosos que como no hayan calentado el terreno anteriormente la cosa resultará sosa y aburrida. Del mismo modo, los hay que preparan el campo de batalla tan descriptiva y osadamente que muchas huyen despavoridas.
Vivimos una época extraña. Ya no existen largos ceremoniales de cortejo, todos tenemos prisa, poco tiempo y el whasapp --la versión moderna de la correspondencia entre amistades-- a veces es un auténtico incordio. Allende es muy sabia: alegrarnos el oído con verbos, o con música, nos enternece aún a muchas. Tengo una insobornable fe en las palabras: pueden derribar muros enormes y obrar el milagro de la transformación, incluso del amor, siempre que exista algo de simiente, claro.
La tradición de las serenatas imagino que procede del poder que tiene la música para amansar a las fieras y ablandar el corazón de la novia más terca; los sonetos y las cursiladas espantosas que se nos ocurren cuando nos cegamos de amor no son más que una artimaña de nuestro cerebro, ese estratega silencioso, para ayudarnos a conquistar lo más alto de la más alta torre. Es decir, a esas personas que por miedo o pereza, desisten vivir la vida y se agazapan, se ocultan, huyen cuando alguien les propone salir de su cómoda existencia en el cascarón.
Por mucho que nuestra argucia, nuestra voz, por mucho que la magia de las palabras nos ayude, existe un terrible obstáculo, a veces insalvable. Vivimos en la era de la imagen y esta prevalece por encima de todas las cosas. Es el imperio del físico, de la belleza, de la perfección y los humanos --cara a cara y de cerca--estamos lejos de ser ideales. Los conquistadores lo tienen chungo y los candidatos a ser rescatados de la alta torre aún más. Pasar de la bidimensionalidad de la pantalla a la realidad es, a veces, incluso traumático. Vivimos inmersos en el líquido amniótico de nuestro plasma y nos agarramos a ello como una tabla de salvación.
En realidad, quería escribir sobre lo ruidosos y silenciosos que somos en la cama y , al final, me he decantado por defender la palabra, tan maltratada, tan olvidada en esta época del ruido que generan en nuestra vida las redes sociales, tan útiles, tan difusoras a su vez de la palabra pero ¿de qué forma?
Nuestro aparato fonador y nuestro aparato reproductor se encuentran muy alejados en el mapa de nuestro cuerpo pero para algunos, y me incluyo, profundamente conectados. Así que no puedo censurar a los efusivos en el amor y en el sexo. Si uno quiere gritar, que grite. En realidad la mayoría de las ocasiones es completamente involuntario. Dice mi cíber amiga Nuria Sánchez "que si no puedes ni controlar los sonidos que emites, es buena señal".
Los sexólogos lo explicarían mejor que yo. El cuerpo recibe unos estímulos y reacciona. A muchos les encantará que su "partenaire" amoroso subraye con gemidos, e incluso alaridos, la buena marcha del coito (los primates necesitan los chillidos de sus hembras para poder eyacular); a otros le desconcentrará y los hay que echan mano de frases estrambóticas cuando están en la cama ¿Y por qué no?
No nos quedemos sólo en la imagen, tan poderosa y subyugante. Es mentira que las palabras se las lleve el viento. A veces son eternas.
2 comentarios:
En un hotel, hace poco, en la habitación contigua, una pareja joven se tiró 24 horas follando. como se oía casi todo, tengo que decir que hablaban poco. Los gemidos de ella eran muy explícitos de su actividad.
Pajarito.
Qué felicidad :))
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