Cartel de Murcia Gastronómica de este año que me inspiró este artículo
Pobres espermatozoides. Qué incierto destino, qué dura
misión. Un espermatozoide le dice al otro: Tengo miedo. Dicen que a veces te
golpeas la cabeza con un plástico duro.
- Ya sabes lo que prometiste: fecundarás un óvulo o morirás
en el intento—le contesta el compañero. (Todo lo que quiso saber sobre el sexo
y nunca se atrevió a preguntar)
Así las cosas, también nos podemos preguntar dónde van los
espermatozoides no fecundados, los que se quedan en el fondo de un condón, los
que tropiezan con una bomba de estrógenos, o con un cuerpo extraño alojado en
la cavidad del útero. Se podrían escribir todas las historias imaginables.
Los espermatozoides lo han tenido muy crudo desde que el
mundo es mundo. Todas las civilizaciones han evitado la concepción. Si esos
bichitos blancos —seres
humanos en potencia— lo han tenido complicado, mucho peor nosotras. Porque es
en nuestro cuerpo donde se han inflingido innumerables artificios para evitar
la preñez.
El Papiro de Petri (1850 a.de C.), primer texto médico del
que se tiene noticia, aconsejaba el excremento de cocodrilo mezclado con una
pasta, a modo de tampón en el útero de la mujer para prevenir los embarazos.
Ahí "dentro" también han metido emplastos de hilaza con miel (Papiro
de Ebers) y una mezcla de aceite de cedro, con ungüento de plomo, incienso y
aceite de oliva. Un potaje de lo más nutritivo. Lo más osado era la receta
propuesta por el libro chino Sun Ssu Mo, que consistía en freir aceite y
mercurio, introducir ese líquido en una baya vacía del tamaño de una bola de
ping-pong y que la mujer se lo tragase. Garantizaban la esterilidad ad
aeternum, si es que ella no moría envenenada, claro.
Muchos de los espermicidas también se nos colocaban a
nosotras. En 1850 a.C ya los egipcios utilizaban
unos supositorios vaginales que podían ser abortivos. Con el transcurrir del
tiempo estos inventos se elaboraban con carbonato sódico, vinagre, soluciones
jabonosas, quinina (1885) hasta llegar a
los más recientes fabricados con acetato de fenilmercurio o los actuales
surfactantes.
También el Dispositivo Intrauterino (DIU) tiene un precursor
remoto. Hipócrates en el siglo IV a.C), descubrió el efecto anticonceptivo de
colocar un cuerpo extraño en el interior de algunos animales. Aunque tuvo que ser
Richard Richter quien inició la anticoncepción intrauterina en 1928.
La historia nos demuestra que el hombre ha estado más
preocupado por salvaguardarse de las enfermedades venéreas que de preñar al
personal. O te sometías a estas arriesgadas mezclas vaginales o una noche loca
podía tener consecuencias de por vida. Porque no os engañéis, los
preservativos, originalmente fabricados con lino (Egipto) y tripas de animal,
tenían como única finalidad proteger al macho de las enfermedades venéreas, en
caso de juergas, o trasnochar en casas de mala nota. Esto sucedía, alrededor de
1900 cuando la farmacia londinense Bell & Croyden (1798) comercializó los
primeros condones.
Contrariamente a lo que podamos imaginar, las religiones, excepto la católica, no ven con malos ojos la planificación familiar. El Corán (e incluso en el Génesis)
prescribe la rudimentaria marcha atrás y La Torá (Judaísmo) receta el moch
(otro tampón introducido en nuestras sufridas vulvas).
Hermanas, qué vida la nuestra, qué cantidad de sacrificios
para disfrutar un poco. Esto es como lo de un minuto en la boca y toda la vida
en las caderas. Que la paternidad y la maternidad son muy hermosas pero, ojo, con
responsabilidad.
La contracepción daría para muchos capítulos pero sólo me
puedo solidarizar con los espermatozoides (no con los hombres) sólo su destino
y su sufrir es más sacrificado que el nuestro.
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