lunes, mayo 09, 2016

Ese no era el gallo




Esta semana me contaron una bonita historia con final feliz. Él casado, ella casada pero no entre ambos. Se conocen, se enamoran. Ambos tienen dos hijos de sus respectivos matrimonios. Inician una relación. La relación prospera en la clandestinidad un tiempo pero se percatan de lo importante que es su amor. Hace más de 30 años decidieron romper su estabilidad familiar e iniciar un camino juntos. Hoy, después de 30 años, permanecen juntos. Los comienzos fueron duros, sobre todo en la España de hace tres décadas y, en muchas ocasiones, en el hogar que compartían se juntaban los vástagos de él y de ella en plan "míos, nuestros, vuestros". Esta historia contada al calor de un vino, con la serenidad de los años transcurridos, me hizo sentir quizá un poco de envidia porque hacer algo así  hoy es casi inconcebible. El amor de ahora no mueve montañas. Es un amor conformista, lineal, cómodo. Casi comida de rancho. Hay muchas historias alrededor nuestro pero apenas encontramos este tipo de relación heroica, hermosa, valiente. Nos quejamos de la proverbial cobardía masculina. Detestamos generalizar pero sólo hay que observar el panorama: cada día hay más mujeres solas que, hartas de esperar un tipo de relación algo más comprometida e involucrada, dicen adiós, e incluso renuncian para siempre a la posibilidad de una pareja. Mi amiga Patricia Díaz tiene un dicho cuando el hombre falla: ese no es el gallo. Pero ni gallo, ni polluelo ni calimero. De un tiempo a esta parte no escucho ni una historia con final feliz y, me vais a perdonar, pero soy una romántica. Me gusta que el amor triunfe, que sea más fuerte la convicción de que hay que comerse la vida a "bocaos", como dice Rosa Montero, que el terror al cambio. En estos momentos, tirar sólo hacia adelante cuesta más que quizá hace 10 años. La vida está muy cara, el trabajo es escaso y los sueldos no crecen al ritmo de los salarios y eso, no nos engañemos, mantiene unidas a muchas parejas. Pues les digo una cosa: no se está nada mal sólo. Incluso se está mejor. En esta semana plagada de eventos literarios, me quedo con algunas historias contadas al calor de una copa de vino, con la frase"Ni pena ni miedo", del poeta chileno Raúl Zurita, que fue excavada en la zona desértica de Antofagasta y que mide medio kilómetro de ancho y tres kilómetros de largo. Rosa se ha tatuado esta palabra justo debajo de su nunca. También hay pájaros de tinta preciosos que surcan sus brazos, para recordarle su propia fuerza y resurgimiento tras una tremenda operación de espalda. Castigar el cuerpo porque él te castiga, dice. Ordenarle: aquí mando yo. Me quedo también con la cara de ese otro amigo que enterró a su esposa hace cosa de un mes que siente alivio por ella, por todos. Porque cuando amas a alguien detestas verle sufrir. A veces olvidamos por qué permanecemos al lado de alguien o por qué decidimos que ya no más. Pero, tranquilos, que la vida siempre está ahí para recordarte tantos ejemplos que sobreviven a la desidia, al miedo, al auto sabotaje. Y que lo del final feliz es siempre algo subjetivo. Quizá ese hombre que amabas, que se involucró contigo y con el que hubieras caminado un buen trecho de tu vida, no era el gallo. Te lo inventaste. Quizá te habrías aburrido de él al cabo de un año y quizá, en el fondo él llevaba razón, cuando insistía en magnificar su insignificancia. Hoy es insignificante después de todo. Ese no era el gallo.

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