sábado, septiembre 08, 2018

Escarabajos

Los yoguis no paran de embarullarnos con lo de soltar y fluir. Como si fuera tan fácil. Yo estoy en el camino no sin grandes dosis de sufrimiento. He aprendido a soltar a fuerza de sentirme amarrada.

El plasta de turno que no para de escribirte aunque nunca le contestes. El escritor que se autopublica y te persigue para que leas su libro; aquella vecina lejana a la que ayudas un día y pasa el resto de las tardes a visitarte a la hora de la siesta, sin avisar, por supuesto o teleoperadores muy simpáticos que también te llaman a eso de las cuatro.
Este verano me ha perseguido también el calor, la falta de sueño que se te pega a los párpados como un pesado insoportable y las imágenes de todos esos petardos de Facebook que presumen de vacaciones mientras tú ni las olerás.
Lo mismo soy yo que tengo manía persecutoria.
Odio este verano. Y me regodeo en ello porque me persigue como los pretéritos amantes inconsistentes que te confiesan su amor y luego se desvanecen. Menos mal que una ya no se cree nada.
Y me persigue la palabra desvanecer, que es la que utilizan en el 112 cuando avisan de que un abuelo ha fallecido en las aguas el Mar Menor, o el mar mayor, como dice mi madre.

Desvanecerse es bueno. Y desaparecerse y cambiar de piel. Con un poco de suerte, los perseguidores se confunden y se esfuman. Si hay un perseguidor que odio entre todos, es el perseguidor pelotero. Escarabajos del embaucamiento. No me trago ni un piropo. Los que dan coba siempre buscan algo a cambio.
En este verano horrible de políticos horribles, de odios al diferente, del proteccionismo salvaje de las sociedades mediocres, me persigue el hedor del miedo porque la xenofobia es manía persecutoria en estado puro. Porque en este mundo o cabemos todos o sobramos todos. Y, mientras tanto, el ártico se derrite y nacen islas de plástico de nombre indeterminado.


Suelo ser positiva pero este verano de escarabajos está siendo demasiado.  Salvo por lo de fluir y soltar.

No hay comentarios: