Tantas canciones hablan del amor, del contaminame, mézclate
conmigo y nosotros estamos aprendiendo a lo contrario. A saludarnos con un
guiño de ojos o, como hacía mi padre, con un movimiento de cabeza. La situación
de alarma es un hecho y todo nos parece raro y difícil.
Han cerrado los colegios, cierran bares y restaurantes.
Trabajaremos solos, aislados en casa, acompañados de nuestro gato y saldremos a
la calle lo mínimo e imprescindible. Nos mezclaremos con nuestra sangre, con
los más íntimos y cuando levanten las temperaturas toda esta pesadilla habrá
terminado. O no. Las consecuencias económicas de 50 días de parón no tardarán
en hacerse notar. O no. Quizá, esto nos obligue a recapacitar y darnos cuenta
de que el teletrabajo es posible, incluso necesario y que nuestra política
debiera ser la de simplificar. Eliminar para iluminar.
Nosotros que tan barrocos somos, que nos complicamos la vida
gratuitamente, que de todo tenemos veinte variedades, que vivimos con tantas facilidades,
que buscamos siempre rizar el rizo, a veces de puro aburrimiento, hemos tomar
esa lógica Zen de menos es más, e intentar hacer nada, o cuanto menos, mejor.
Lo sé, cuesta. Personalmente a mi me da cargo de conciencia el parar. Siempre
he tenido un sentido de culpabilidad si no estoy alimentando mi mente,
escribiendo, leyendo, pensando cada minuto de mi existencia. Por no hablar del
ejercicio físico, algo casi religioso para mi y no sé cómo solventaré aún,
puesto que han cerrado los gimnasios municipales, como debe de ser.
Criticamos la huida de los madrileños, pero es humano el
miedo y también ciertas dosis de irresponsabilidad y escapismo. Por eso lo
mejor en estos días es huir hacia adentro. Investigarse, analizarse,
estudiarse, leer ese libro gordísimo para el que nunca tenías tiempo, ordenar
la biblioteca aita de polvo y años de desdén, de “ya lo haré mañana” y
confinarse para estar sólo con los imprescindibles, siempre y cuando no pongas
en peligro su vida.
El mundo está haciendo un reset imponente. Creo que es
más que evidente que el universo nos devuelve lecciones para que no
desperdiciemos más nuestra vida, ni nuestros recursos. Para que valoremos
algo tan simple como la libertad de movimientos, el aire de las grandes
ciudades, los bares y los amigos a los que en estos días echaremos de menos.
La alegría del movimiento la sustituiremos por la paz de la
quietud porque necesitamos parar. Es una orden que llega de no sabemos qué
lugar pero que nos invitará a ser más solidarios, a volver al hogar, a las
ollas grandes, a las familias que se ayudan y al contacto que nos permita el
maldito virus.
Los teatros y bibliotecas cerrados como símbolo de una vida
en suspenso, en stand by, en calma aparente pero que puede crecer y florecer
por dentro.
No desperdicies estos días, aliméntalos, sácales provecho. Contaminate
de otro modo y ama siempre. A veces el amor implica la distancia.
1 comentario:
Hola Lola!
Desde luego es fundamental en este tiempo que estamos viviendo de dificultad sacar lo positivo de la situación y así enfrentarla. Sin embargo, cierto es que el mundo nos está dando una señal de alarma, un parón necesario del cual podemos exprimir grandes avances (sobretodo con nosotros mismos), cuestionarnos, plantearnos...
Ánimo en esta lucha.
www.somosfuego.blogspot.com
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