Nos extrañamos, incluso desconfiamos de los sucesos fantásticos, inexplicables e irresolubles que suceden en nuestro entorno, sin percatarnos que cada día, casi a cada respiro de nuestro ser, ejecutamos el ritual mágico de las palabras. Apenas iniciamos el intricado desarrollo de nuestro córtex éstas son inoculadas amorosamente por quienes nos cuidan cuando somos más indefensos.Los sesudos de las Universidades bautizaron como semiótica, al hecho de relacionar unos signos y sonidos con una imagen mental. Algunos, como Humberto Eco bucean, incluso en la cábala hebrea, un paradigma de cómo los signos se convierten en poderosos símbolos, casi en talismanes de la suerte o la desgracia. Algunos, como personajes de novela, se empeñan en buscarle un significado al cualquier minucia que les acontece cada día, trasladando el poder de la palabra a una bolsa de plástico sucia que se posa a nuestros pies cuando nos disponemos a cruzar un semáforo.El símbolo llevado a su grado extremo produce monstruos y, cuando menos, obsesiones pero quiero desde aquí reivindicar la importancia de los pequeños detalles que rodean nuestra vida. Que no pasen imperceptibles. Lo decía Hugo: lo bello vale tanto como lo útil.
Es preciso en estos días de vértigo y bases de datos desempolvar el auténtico valor y el poder de las palabras. Base de hechizos y pociones mágicas, encantamientos, ensalmos, rituales y ceremonias. La palabra escrita y verbalizada es el inicio de todo. Nombrar es crear aquello que se nombra. Esos signos, convertidos en fonemas por obra y gracia del lenguaje, obran el milagro diario de la comunicación.Han dicho que la imagen vale más que mil palabras, pero sin la estructura mental de nuestro pensamiento, cuya raíz es el signo, la palabra, el fonema, esa imagen carecería de significado.
El escritor del siglo XXI es un hijo de su tiempo pero sobre todo un nostálgico incorregible que se niega a sepultar las humanidades con la lápida fría de las macrocifras. Es—sí, creo que valdría la comparación— un mago con varita, llamémosle, teclado, pluma, portaminas o rotulador. Un maldito y un bendito con la semilla de la inquietud por trasladarse a los demás, por darse y recibir. Porque escribir es un acto de amor que nos lanza con furia a las mentes del otro, de los otros, del mundo. El amor es expansivo y muchos escritores, agazapados en el velo de timidez sólo persiguen el sincero afecto, el sentimiento compartido o la imperiosa necesidad de sentirse aceptados.Hay quienes negarán esto que digo...Pero mienten, quizá inconscientemente. Escribir para el cajón es un acto contradictorio ¿Pero qué ser humano no lo es?. La letra escrita siempre puede trascender a no ser que levantemos piras de palabras y las prendamos con una tea. Hay quienes encuentran un método rápido de organizar sus ideas plasmándolas en papel, al igual que haría al colocar la ropa del armario: bufandas y cinturones en la estantería de arriba, los recelos y tensiones en el trastero del sótano.¿Es el papel un sostén de nuestra conciencia? ¿O volvemos a lo de siempre? ¿A un intento desesperado por encontrar al otro, ese otro que quizá nos comprenda y sienta en la misma medida exacta a nosotros?.El milagro del arte, de la comunicación y de la palabra como origen del mundo se repite a cada hora, a cada segundo. En la sala de un teatro, en un museo, cuando paseamos por una avenida, en los fotogramas de una película y en los libros, por supuesto.
El escritor puede ser bueno y malo, pero siempre algo egoísta y provisto de una pizca de vanidad. Sin eso, no existirían las sinfonías, los virtuosos. El escritor puede ser comprometido, amable, odioso, vivir en su mundo sin importarle el resto o echarse a la calle en pos de un lugar donde todos habiten en armonía...Pero, siempre, el escritor tiene un algo de desvalido, un deseo de necesitar crear esa vida paralela a la del calendario y que esa vida sea compartida.
PD. Este artículo lo escribí en enero del 2005 para la presentación en Jumilla de mi primer, y hasta ahora, único libro “Mujer de mundo”. Ana María Tomás, esa gran persona y amiga, fue la maestra de ceremonias.
Es preciso en estos días de vértigo y bases de datos desempolvar el auténtico valor y el poder de las palabras. Base de hechizos y pociones mágicas, encantamientos, ensalmos, rituales y ceremonias. La palabra escrita y verbalizada es el inicio de todo. Nombrar es crear aquello que se nombra. Esos signos, convertidos en fonemas por obra y gracia del lenguaje, obran el milagro diario de la comunicación.Han dicho que la imagen vale más que mil palabras, pero sin la estructura mental de nuestro pensamiento, cuya raíz es el signo, la palabra, el fonema, esa imagen carecería de significado.
El escritor del siglo XXI es un hijo de su tiempo pero sobre todo un nostálgico incorregible que se niega a sepultar las humanidades con la lápida fría de las macrocifras. Es—sí, creo que valdría la comparación— un mago con varita, llamémosle, teclado, pluma, portaminas o rotulador. Un maldito y un bendito con la semilla de la inquietud por trasladarse a los demás, por darse y recibir. Porque escribir es un acto de amor que nos lanza con furia a las mentes del otro, de los otros, del mundo. El amor es expansivo y muchos escritores, agazapados en el velo de timidez sólo persiguen el sincero afecto, el sentimiento compartido o la imperiosa necesidad de sentirse aceptados.Hay quienes negarán esto que digo...Pero mienten, quizá inconscientemente. Escribir para el cajón es un acto contradictorio ¿Pero qué ser humano no lo es?. La letra escrita siempre puede trascender a no ser que levantemos piras de palabras y las prendamos con una tea. Hay quienes encuentran un método rápido de organizar sus ideas plasmándolas en papel, al igual que haría al colocar la ropa del armario: bufandas y cinturones en la estantería de arriba, los recelos y tensiones en el trastero del sótano.¿Es el papel un sostén de nuestra conciencia? ¿O volvemos a lo de siempre? ¿A un intento desesperado por encontrar al otro, ese otro que quizá nos comprenda y sienta en la misma medida exacta a nosotros?.El milagro del arte, de la comunicación y de la palabra como origen del mundo se repite a cada hora, a cada segundo. En la sala de un teatro, en un museo, cuando paseamos por una avenida, en los fotogramas de una película y en los libros, por supuesto.
El escritor puede ser bueno y malo, pero siempre algo egoísta y provisto de una pizca de vanidad. Sin eso, no existirían las sinfonías, los virtuosos. El escritor puede ser comprometido, amable, odioso, vivir en su mundo sin importarle el resto o echarse a la calle en pos de un lugar donde todos habiten en armonía...Pero, siempre, el escritor tiene un algo de desvalido, un deseo de necesitar crear esa vida paralela a la del calendario y que esa vida sea compartida.
PD. Este artículo lo escribí en enero del 2005 para la presentación en Jumilla de mi primer, y hasta ahora, único libro “Mujer de mundo”. Ana María Tomás, esa gran persona y amiga, fue la maestra de ceremonias.
8 comentarios:
"percatarnos que cada día" --> percatarnos DE QUE cada día
Para hablar de "semiótica" deberías haberte informado un poquitín más... Semiótica no es el "hecho de relacionar unos signos y sonidos con una imagen mental". La semiótica es la ciencia que estudia los signos, y pertenece al dominio de la semiología, que también incluye a la semántica, etc., etc., etc.
Umberto Eco, sin hache.
"bucean un paradigma de cómo los signos se convierten en poderosos símbolos"??? ¿Bucean un paradigma? ¿Paradigmas semióticos? ¿Sintagmática paradigmática?
Todo arte es inútil (O. Wilde), donde "inútil" no significa lo que cualquiera pensaría a voz de pronto. La cosa es más compleja.
Primero la palabra fue voz. Luego se escribió. El inicio de todo aún se investiga: unos dicen que Dios, otros que el azar.
¿Signos convertidos en fonemas por obra y gracia del lenguaje????????????
Fueron tales signos monemas antes de ser fonemas? Tuvieron... cuántas articulaciones?
"el signo, la palabra, el fonema" los utilizas como sinónimos? Como dicen en el anuncio: pues va a ser que no.
Una imagen no tiene un significado. Significado tiene un significante. Una imagen de ésas que vale más que mil palabras no tiene significado. Puede sugerirte algo, pero de ahí a tener significado...
Escribir es un acto de amor? Muchas veces lo es de odio. ¿Hay más poemas de amor o de desamor? ¿De la vida o de la muerte? Escribir es un hecho. La escritura es su resultado. Con amor o sin amor es lo de menos. El amor con que se escriba no garantiza la cualidad estética del producto resultante... Lautreamont escribía con odio... y no diré más.
Escribir para el cajón? "No hay mejor crítico que el cajón de nuestro escritorio", como decía un poeta de cuyo nombre no pondré más que la inicial O.
La letra escrita NO SIEMPRE puede trascender. Muy pocas letras escritas trascienden. La mayoría se queman en el tiempo, se consumen, desaparecen.
¿El arte es un milagro? Yo aún no vi a Dios haciendo travesuras en los poemas de Rimbaud. El mismo Baudelaire comulgó con Satán.
El escritor puede ser bueno o malo, no bueno y malo; no es "algo egoísta": es como es; cada persona es diferente. Un escritor no se diferencia en cuanto a su egoísmo de un fontanero. No es una raza al margen. Es un hombre, con sus miserias y sus vergüenzas, como todo hijo de vecino.
¿El escritor tiene "un algo de desvalido"?
Se aceptan todas las críticas. Esta es una cosilla escrita a vuelapluma y sí tiene muchas incoherencias y errores. Pero tú, creo, tienes mucha mala leche. Hoy me han dado de hostias en el corazón y con razón. Puede que tú tengas también razón. Y sí...el escritor es un desvalido, escribir, crear...es un acto de amor. El amor y el odio son dos caras de una misma moneda.
¿Por qué te picas tanto?¿Soy alguna ex-novia o algo por el estilo?
En fin, filólogo. Tu comentario quedará a la vista de todos para mi ignominia ¿Satisfecho?
Tomaré buena nota de todos tus comentarios...(de los errores).
El creador es egoísta, sí. Si no no lo sería. El que escribe para el cajón siempre piensa que alguien lo leerá. Comparte sus demonios, acaso con una proyección del propio yo. Si es que nunca tiene huevos a mostrárselos al mundo.
Y sí, el arte es un milagro. Es el mismo Dios. Es lo que nos distingue de los animales. La comunicación es un milagro y lo es también que en ocasiones se puedan transferir los sentimientos con el lenguaje (cualquiera que sea). Sólo te falta ponerme una soga al cuello y lanzarme al río. Tranqui, que ya lo hago yo solita
Querido Filósofo,
La perfección no existe...cualquiera puede escribir sin poner bien los signos de interrogación...
"Hay gente pa tó!"
Brigate
Ahhh que eres filólogo! jajjaa
Pues a Filólogo lo de antes.
Me ha gustado el artículo. Estoy deacuerdo en que los escritores son algo vanidosos, pero unos más que otros, y algunos ya se pasan.
Saludos, Jm.
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semelokertes marchimundui
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