Piso franco en Nueva York

Llegué a mi piso abandonado de NY. Las paredes, desconchadas como siempre, me contaban historias de terrores nocturnos. Al abrir la puerta que da a la escalera me saludó una suerte de sillín ensartado en una cuerda de pita. Colgaba por encima de los escalones y me invitaba a subir. No recordaba este artilugio.

La tirolina improvisada me subió upstairs como impulsada por una extraña fuerza.
Al llegar arriba percibí el olor de las casas habitadas. Fritanga, ambientadores.
En los amplios pasillos había un anciano desnudo, senil, al que su esposa conminaba a ponerse la ropa. Fue la señora quien de inmediato me reconoció.
"¡Usted, usted es la que vive aquí!"-Exclamó sonriendo.
Vaya, se me acabó el chollo del piso gratis, pensé.
La señora sabía, y no sé porqué lo sabía, que el piso no era mío, a pesar de que estaba lleno de fotos familiares y enseres propios.
"Cierto-respondí- este piso estuvo vacío por años. No sé ni como me enteré, pero, un buen día me vine aquí y lo hice mío".
"Nos parece perfecto. Es más, no pensamos tocar nada de lo tuyo. Los marcos con las fotografías, esa cruz de Caravaca de tu madre, nos encantan. Dan calor de hogar".
O sea, que hay más gente aquí metida. Pensé. Esto es muy bueno.
Traspasé el salón, con mis fotos, mis recuerdos, mis cositas y llegué a un dormitorio donde lloraba un niño. Una mujer de gruesas proporciones se balanceaba en la cama intentando acallarle. Todo hubiese sido normal, si no fuera porque la cabeza del niño estaba ensartada en la rótula de la mujer. Sin decir ni media, le cascó un biberón a la rodilla y cesaron los lamentos.
La anciana me siguió y llegamos juntas a la cocina. Allí estaba "La Rusa".
Me la presentó y acto seguido añadió: "Ahora ella es la dueña del piso, tendrás que pagarle algo si te quieres quedar.