La abuela Lola

La abuela Lola nunca te dejaba marchar de su casa sin que te tomases, al menos, un café con leche. Hacía los mejores paparajotes del mundo y siempre, hasta prácticamente el último día de su vida estuvo consciente. Quería que le preparasen mis tías algo de ropa porque había oído que le iban a dar el alta. Eso me dijo tras su mascarilla. Siempre que pudo sonrió, siempre estuvo atenta a todos sus hijos, a sus nietos. Tantos y tantos nietos y bisnietos y para todos había un lugar en el salón de su casa. Recuerdo de la abuela como escuchaba a Elena Francis y a los Porretas después. Le encantaba la radio y ese amor por la radio creo que me lo inculcó ella. Siempre tuvo una fe inmerecida en mi. Un amor inmerecido. Yo era la nieta mayor. Me llevé tanto de ella que, sobre todo al final, me he sentido en deuda. Una deuda que nunca podré pagar. A los siete años le regalé un platito que ponía eso de "Te quiero, abuela". Y todavía lo conservaba. Nunca llegué donde ella soñaba, que le hubiese encantado verme en una tele grande, en lugar de tener que ver a la Esteban. Siento tanto no haber estado nunca a la altura. Pero, sobre todo, a la altura de su cariño.
La abuela Lola enterró a su marido, enterró a mi padre y a mi tío Antoñín. Pasó tantos trabajos que no me extrañó nada que decidiese casi enterrarse ella en vida una vez se marchó mi padre. Apenas salía. Su cansado corazón tampoco le permitía muchas alegrías. Tenía una resignación y un desapego inusuales en personas de su edad y generación. Y sobre todo, una inteligencia que le servía para seguir la actualidad día a día y también para sufrir mucho. Saber mucho es malo. Demasiado.
Abuelita. Ahora deberías descansar un poco...Pero no lo harás. Cuidarás de toda tu gente desde arriba.
La abuela Lola murió el sábado 23 de mayo a las 18.05.
Después, la tormenta armó alborozo para despedirla con ruido, con las salvas del agua y el rayo.
Y hoy todos sus nietos, sus hijos. Todos...la despedimos con admiración.