sábado, octubre 23, 2010

París: la vitalidad



París es hermoso. Nadie lo duda. De noche, de día. En cualquiera de sus calles encontramos un trozo de historia. Desde la muerte de Maria Antonieta a la de Lady Di. Los edificios cuadrados y neoclásicos nos hablan de Bonaparte, e innumerables calles lucen placas: Aquí vivió Edith Warton; aquí está enterrado Víctor Hugo. La rue de Vaneau que tanto le gusta a Vila Matas; las tiendas Louis Vuitton con, hasta, tres guardaespaldas en la puerta. Da miedo entrar. Una tienda Dior para bebés, imaginamos para vestir a los vástagos de algún jeque del petróleo. Quien puede pagar esos precios en ropa que dura unas semanas. Pero París, sobre todo, es estilo. Lo vemos en los adoquines, en los fantásticos escaparates en las imaginativas tiendas de decoración, en las golosas imágenes que nos ofrecen las boulangeries y en el vestir y deambular de los parisinos. Que se comen su pan chocolat o su baguette, al sol, o al nublo. Porque el parisino come por la calle y vive en la calle. La vitalidad de las aceras y calzadas cercanas al Montmartre (ese monumento al turista que ya no me puedo creer, con lo que me gustaba) con sus cientos de restaurantes de todos los estilos, con pequeños mercados de flores, pescado y vísceras. Y la gente. Tanta gente que come y ríe. Que se ponen sus boinas encarnadas, los gorritos de lana, los llamativos atuendos y los labios con el carmín, encantados de conocerse. El parisino lleva zapato bajo y ropa estilosa. Más cara, más barata. Depende.
Visitar por fin La Nôtre Dame sin ninguna restauración que valga ¡¡Y gratis!! fue uno de los últimos lujos de París. Encender una vela, oler esas piedras vetustas. Sí, muchos turistas, pero sigue dejándome sin palabras. Al igual que El sagrado Corazón, y el Dôme y la Victoria de Samotracia y la maravillosa sala recién arreglada del arte griego (financiada por la televisión nipona) donde Palas Atenea nos cierra la boca con su majestuosidad. Heminway decía que París era una fiesta. Y es cierto. Cada día de la semana. A la hora del petit dejéneur. A la hora de la cena, a la de la merienda. Copas de vino, velas y terracitas, cientos y cientos de ellas, donde la gente se puede sentar a contemplar la vida mientras saborea un expreso.
París es siempre la misma, aunque se nota la crisis.Se nota Sarkozy y su recuperación de "la grandeur" que, personalmente, no creo que todo lo que conlleve sea positivo.
Y las tiendecitas y parlotear con todo el mundo ¿Quien dijo que los parisinos eran estirados? En absoluto. Y en cuanto pueda, volveré. He decidido hacerme una parisina ambulante. Traje mis gorritos para vestir como ellos y sentir el carmín, el vino rojo, el olor del pan en el corazón como las miguitas de Hansel y Grettel, que me permitirán regresar a la rue Sant Antoine.

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